“Me encanta reconocer que aún le temo a las alturas”. Parece paradójico que Ana María Giraldo, una de las mejores escaladoras de Colombia, tenga estas sensaciones cuando acaba de conquistar la cumbre del Monte Carstensz, la montaña insular más alta del mundo y el pico más sobresaliente de Oceanía.

Esa hazaña, alcanzada hace un par de semanas por la deportista, se convirtió en la sexta cima que asciende dentro del reto ‘Siete cumbres’, un desafío que consiste en llegar a lo más alto de la montaña más imponente de cada continente y de cada círculo polar.

Ya completó en su aventura seis cimas alcanzadas: Everest (Asia), Aconcagua (América del Sur), Denali (América de Norte), Kilimanjaro (África), Elbrus (Europa) y Carstensz (Oceanía).

Solo le resta subir a la cima del Macizo Vinson, la más alta de la Antártida, para convertirse en la primera colombiana en conseguir una gran gesta para el deporte nacional.

Esposa, madre de dos hijos, emprendedora sin límites, soñadora y con un significado especial de lo que es la vida, con una mirada distinta desde lo natural, algo que lleva en su alma y que lo experimenta con pasión desde los 9 años, cuando el deporte la llevó a explorar nuevos aprendizajes.
Ana María es ingeniera industrial, ha sido nadadora y desde el 2010 comenzó con esta extrema historia de retarse ante los mayores obstáculos que el planeta ofrece.

“Veo en cada dificultad una posibilidad”. Así describe la atleta de 39 años su estilo de vida, ese mismo que transmite a las personas a través de sus conferencias motivacionales.

Pero todo no ha sido color de rosa para ella. El montañismo es una práctica deportiva que es poco conocida en el país por lo que este reto se ha convertido en una empresa familiar, donde su esposo, Francisco Rivera, es su mano derecha a la hora de la consecución de recursos para cada expedición.

Asimismo, el riesgo latente en cada aventura que afronta es un desafío no solo con sus capacidades llevadas al límite, sino también con la muerte, una fría realidad con la que se ha topado a veces de frente.

¿Cómo resume lo que ha sido hasta ahora este reto extremo?

Me da mucha felicidad que este camino, que comenzó por allá en el año 2002, cuando me invitaron a hacer parte del equipo colombiano ‘Siete cumbres’ con otros escaladores, ya se esté cerrando con éxito. Me siento orgullosa de poder llevar la bandera de Colombia a lo más alto de todas esas montañas y ser inspiración para personas que quieren aventurarse a realizar grandes cosas y que deben superar muchas dificultades.

¿Esta aventura tiene un significado especial por su condición de ser mujer?

Lo veo más por el hecho de mostrarle al mundo que todos los seres humanos son integrales. Me siento muy feliz porque mi familia no ha sido un freno para cumplir mis sueños, sino que, por el contrario, ha sido un impulso y una inspiración para cada una de mis expediciones. Me enorgullece también que puedo llegar a ser la primer mujer colombiana y la segunda latinoamericana en lograrlo. Este tipo de retos abren puertas para otras mujeres que quieran emprender este tipo de empresa. Me da mucha satisfacción hacer historia en el deporte colombiano y continental.

Inició este reto con otros escaladores, ¿por qué ahora lo hace sola?

En el 2001 se creó el equipo colombiano ‘Siete cumbres’, yo llegué un año más tarde y en el 2003 fue mi primer reto con ellos en el Aconcagua. Éramos 16 montañistas involucrados, pero algunos de ellos ya terminaron hace dos años la totalidad de ascender a las siete cumbres más altas del mundo. Tras alcanzar la cima del Kilimanjaro, en enero de 2013, quedé en embarazo de mi primer hijo. Entonces me tocó interrumpir mi carrera, por lo que solo hasta ahora pude retomar el resto de los ascensos que me faltan.

¿Cuántos años tienen sus hijos?

Simón tiene 6 años y Rafael tiene 4. Cuando quedé embarazada de nuestro primer niño, tomamos obviamente la decisión de hacer una pausa en la carrera deportiva. Junto a mi esposo nos dedicamos a disfrutar de los primeros años de vida de nuestros hijos. Además, Rafael tuvo complicaciones en su nacimiento y hasta los 3 años nos tocó estar pendientes de su estado de salud, eso hizo que estuviera ausente durante siete años del montañismo. Hace un año y medio que ‘Rafa’ ya se mejoró y tomé la decisión de comenzar a planificar el retorno.

¿Cómo hace una madre para dejar a sus dos hijos pequeños y emprender este tipo de aventuras?

No es fácil, en verdad; sobre todo cuando se tiene una familia que vive en armonía y se disfruta de convivir tiempo juntos, pero tenemos claro que esta empresa será la que impulse nuestros sueños. Mi esposo es el primero que me anima para seguir adelante. Para este último reto en Oceanía fue muy duro despedirme de ellos en el aeropuerto de Bogotá, fue con llorada incluida, pero a la vez me da fortaleza, son el motor para que yo pueda ir en procura de mis metas. Los hijos cambian nuestras prioridades, pero no cambian nuestros sueños.

¿Qué le dicen Simón y Rafael cuando se va a una de sus expediciones?

A pesar de que son pequeños, ellos entienden que su mamá se va a escalar las montañas más altas del mundo. Com mi esposo les hablamos claramente sobre lo que hacen sus papitos. Cuando me fui al Carstensz le mostramos a qué parte del planeta iba su mamita. Se saben los nombres de las cumbres donde he ido. Ellos han estado presentes en mis jornadas de entrenamientos, eso ha hecho que estén muy involucrados en este proceso.

¿Qué le ha dejado cada una de las seis montañas que ha conquistado?

Del Aconcagua me quedó el aprendizaje de que el trabajo en equipo es fundamental para lograr las metas colectivas. Del Elbrus aprendí que ninguna montaña te debe subestimar y que no hay retos fáciles. En el ascenso al Denali supe que en la vida debemos atrevernos a dar el paso, a pesar de los temores.

Con la experiencia en el Everest quedó la sensación de que cuando se juntan el cuerpo, la mente y el corazón se puede superar momentos muy complejos. La enseñanza en el Kilimanjaro fue aprender a reconocer los ritmos de vida de las personas que conforman un equipo, y del Cartensz tuve la linda enseñanza de que la familia es un motor poderoso para lograr lo que uno se proponga.

¿El ascenso a esa última cumbre, en la Antártida, cuándo será?

Estamos mirando para realizar la expedición en enero o diciembre del próximo año. Depende de la consecución de recursos para financiar todo el reto.

¿Qué espera encontrar en el Macizo Vinson?

Es una aventura mítica, casi nadie se atreve a ir a ese lugar. Ojalá sea el cierre de un ciclo maravilloso. Ahora lo que sigue es prepararme en técnicas de progresión de hielo porque me voy a encontrar sensaciones térmicas de menos 40 grados, es algo extremadamente desafiante. Estoy desde ahora comenzando el tema de vinculación de marcas aliadas que nos apoyen en esta última aventura.

¿Cuánto valdrá esta nueva expedición?

Tiene un costo aproximado de 60 mil dólares, involucrando la logística, permisos de ascensos, equipos y todo lo concerniente al viaje.

¿Ha hecho la cuenta de cuántos países ha conocido con este proyecto?

No tengo el número exacto, pero sí puedo decir que he visitado los cinco continentes. Muchos lugares mágicos, maravillosos, en los que he podido estar. Ya tengo como cuatro pasaportes sellados totalmente, que dan muestra de todos mis viajes. Cada montaña tiene una experiencia inolvidable.

¿En alguna de estas expediciones ha sentido temor de perder la vida?

Sí, he tenido cerca la muerte porque en varias montañas me ha tocado ver cadáveres de personas que han perdido la vida tratando de ascender a esas cumbres. Viví una situación dramática cuando estuve en el Everest, estaba en un punto del recorrido sola y sin saber qué hacer. Estuve a punto de desfallecer, pero sabía que si me quedaba allí, iba a morir. Por fortuna saqué fuerzas para seguir, me tocó caminar casi cinco horas hasta llegar al campamento base. Siempre la muerte está presente, pero te la puedes encontrar en cualquier lugar y en cualquier momento.

¿Cómo la tratan por ser mujer en un deporte duro como el suyo?

En todos estos años nunca me he sentido discriminada. Simplemente nos ven como una persona más del equipo o de la expedición y el trato ha sido ejemplar.