La relación de Germán Alberto Ochoa con Diego Armando Maradona fue más allá del trato entre médico y paciente. Entre ambos hubo un vínculo de amistad que comenzó en medio de una emergencia llamada Michelle.
En noviembre del 2001, Beto Ochoa, médico especializado en traumatología y ortopedia, y por cuyas manos han pasado las rodillas de grandes deportistas, realizaba el proceso de rehabilitación con Diego en Santiago de Cuba tras operarlo en Cali, cuando los sorprendió el huracán Michelle, que a su paso por la isla dejó cinco muertes y 700 mil evacuaciones.
Durante diez días, Beto, hijo del desaparecido médico Gabriel Ochoa Uribe, estuvo confinado con Maradona en el Hotel Meliá, en medio de una emergencia que sirvió no solo para enfocarse plenamente en la recuperación de Maradona, sino para conocerse en un plano más personal con el eterno ‘10’ argentino, fallecido el pasado 25 de noviembre, curiosamente, la misma fecha en que muriera Fidel Castro hace cuatro años.
¿Cómo era el paciente que tuvo Beto en sus manos? ¿Y cómo era el hombre, el amigo? Diálogo con Germán Alberto Ochoa, uno de los colombianos que más cerca estuvo de Diego, el Diego de la gente.
¿Cómo se enteró de la muerte de Maradona?
Estaba en la mitad de una cirugía cuando entró un asistente de quirófano y soltó la noticia. Fue un desastre para mí escuchar eso, por el cariño, la admiración y un vínculo de amistad que tenía con Diego.
¿Hasta dónde llegó esa relación entre ustedes?
Fue una relación muy cordial, nunca detecté soberbia ni altivez en Diego. Compartimos diez días en Cuba, después de la primera cirugía que le hice, donde nos tocó refugiarnos en el Hotel Meliá de Santiago cuando nos cogió el huracán Michelle. Estábamos en plena rehabilitación para llegar a su juego de despedida. Estuvimos muy de cerca las 24 horas de esos diez días. Diego vivía al revés, funcionaba más en la noche que en el día.
¿Qué hizo exactamente en sus rodillas?
Diego había tenido un accidente deportivo con Alberto Juantorena (exatleta cubano) en un partidito en Cuba, y se le complicó la rodilla izquierda. Él tenía problemas para ingresar a Estados Unidos, también con Argentina por su afinidad con el ‘castrochavismo’, así que decidió venir a operarse en Cali. Me ubicó por medio de un amigo médico. Vino directamente en el avión presidencial de Fidel Castro con un grupo de unas doce personas, una comitiva grande, en la que venía su amigo y representante Guillermo Coppola. Era tarde, de noche. Llegaron directamente a la clínica.
¿Cómo era su condición?
Su corazón tenía una cardiopatía dilatada muy severa antes de la cirugía, el ventrículo izquierdo estaba grande, hipertrofiado. Tres especialistas se ocuparon de la anestesia, debíamos estar seguros, y realizamos la cirugía, una artroscopia, una remoción de los meniscos, y estuvo hospitalizado pocas horas por razones de seguridad y confidencialidad. Coppola nos hizo firmar un documento en ese sentido, pero todo el mundo se enteró, era inevitable ocultar que Maradona estaba en Cali y en la clínica.
¿Cómo fue la recuperación?
Iniciamos ese proceso con el profesor Luis Fernando Lastra, que era mi mano derecha en ese momento. Nos fue muy bien. Por alguna razón al tercer día trasladaron a Diego del hotel a un apartamento, con una seguridad especial, y al segundo día después de ese traslado, cuando el profesor Lastra llegó a la rehabilitación, no encontró a nadie. Lo evacuaron de manera rápida a Cuba, el avión presidencial de Castro estaba estacionado en Cali, porque tenían información que un grupo armado ilegal pretendía secuestrar a Maradona y hubo que tomar esa decisión urgentemente.
¿Y qué vino después?
Al día siguiente viajamos a Cuba para continuar con el proceso de rehabilitación en el Centro de Alto Rendimiento, y como en el segundo día vino el huracán y nos dejó arrodillados, porque eso es lo que pasa con un huracán. Yo nunca había vivido esa experiencia, pero nos sirvieron esos diez días confinados porque estuvimos en plena concentración trabajando en la rehabilitación de Diego. Logramos ponerlo a punto y de ahí viajamos a Buenos Aires, dos días antes del partido de despedida.
¿Cómo lo vio en ese juego?
Muy bien de su rodilla, compitió como lo necesitaba, a pesar del poco tiempo que tuvimos para rehabilitarlo, que no fueron más de 21 días. Fue un poco precipitado, pero Diego tenía muchos compromisos con varias empresas para ese partido. Creo que nos fue bien a todos. Me quedé un par de días más con mi esposa en Buenos Aires, compartiendo con Diego, y ahí terminó ese primer encuentro médico-paciente.
¿Cómo fue la relación en adelante?
Tuvimos contacto permanente sobre la evolución de la rodilla, recomendaciones. Antes del Mundial de Rusia se le bloqueó la otra rodilla, la derecha, y regresó a Cali. Él necesitaba estar biomecánicamente apto porque tenía un compromiso como analista en el Mundial de Rusia y realizamos el procedimiento para regenerar su rodilla. La rehabilitación fue rápida, no más de cinco días, nos fue muy bien y cogió camino para el Mundial.
¿Cómo era Maradona como paciente?
Siempre quiso acelerar los procesos, Diego tenía una personalidad muy fuerte para lograr los objetivos muy rápido, como lo hacía en el fútbol, y tuvimos alguna discusión en su tiempo de recuperación, yo le decía que los tiempos biológicos no los supera nadie y hay que ser muy respetuoso de ellos. Siempre dio su mayor y mejor esfuerzo.
¿Y ya en la relación personal cómo era Diego?
Diego fue siempre un tipo amoroso con todos, conmigo lo era. Siempre fue generoso y respetuoso, me decía ‘tordo Beto’, como ‘doctor Beto’, pero al revés, le gustaba hablar de esa manera. “Tranquilo, ‘tordo’, que yo le cumplo, yo hago lo que me diga”, me decía.
Inclusive hablaban de su padre, del médico Gabriel Ochoa Uribe...
Sí, claro, acuérdate que en el 80, cuando Maradona vino con Argentinos Juniors a un cuadrangular con América, para celebrar el título del 79, papá y Pepino Sangiovanni hicieron la gestión para que ese muchachito tan brillante y explosivo jugara con el equipo; de hecho papá le regaló una camiseta del América. Hubo una cena en el Hotel Intercontinental con ese fin, pero no fue posible, por razones obvias, porque Diego, después de ese periplo, desplegó toda su grandeza.
Luego el médico lo enfrentó dirigiendo a la Selección Colombia por eliminatorias al Mundial de México 86...
Sí, recuerdo que papá decía que la manera de marcar a Maradona era escalonada e impidiéndole que le llegara la pelota, que había que hacerle una anticipación milimétrica, que esa era la única forma de controlarlo, pero fue imposible porque ni Américo Quiñones, ni Pedro Sarmiento, ni Germán Morales pudieron. Maradona hizo una fiesta y los puso en ridículo. Contra Maradona no había fuerza ni violencia que lo detuviera.
Si Maradona juega en América, seguro el equipo rojo brilla más, pero quizás esta ciudad habría acelerado más los excesos en la vida personal de Diego...
No, no lo creo, no pienso de esa manera. El problema de Diego y de muchos deportistas es el entorno, la gente que los acompaña. Siempre existen los parásitos, las malas influencias y el ser humano es frágil. El tema de Diego comienza en Nápoles, allí nace su problema personal.
Hasta que finalmente se apagó el corazón de Diego, quizás lo más fuerte que tenía...
Me tiene muy triste la muerte de Diego. Deja un legado de brillantez futbolística, irreverencia, rebeldía, de mucha personalidad y carácter. Infortunadamente su corazón no aguantó, hay muchas cosas para analizar. Esa disartria, esa dificultad para comunicarse con claridad, no era producto del consumo de cocaína, sino de un hematoma subdural en el cerebro que no fue diagnosticado a tiempo. Él no estaba consumiendo cocaína. Sí tomaba benzodiacepina para poder dormir, ese era su pecado. Los registros que tengo últimos, antes del Mundial de Rusia, sobre sustancias psicoactivas, salieron negativos. Hay mucha tela por cortar en la muerte de Diego.
¿Qué anécdota le queda con Maradona?
Fuimos a cenar en Buenos Aires y la reverencia de la gente era apoteósica. Para el pueblo argentino Diego significaba muchísimo. Estábamos comiendo en un restaurante italiano en Puerto Madero y todos querían tomarse fotos con Diego. Y cuando él pidió la cuenta, se le acercó el dueño del restaurante, un italiano, y le dijo que ni más faltaba, que cómo iba a cobrarle un peso, y éramos como unas 20 personas, mejor dicho, la cuenta podía costar unos dos mil o tres mil dólares de la época. Maradona no pagaba un peso en ninguna parte. La gente sentía que él ya les había pagado con todo lo que hizo con su pierna izquierda.