Posiblemente no hay puesto en el fútbol que conlleve más responsabilidad que el del arquero.
El cancerbero no solo tiene la obligación de evitar, a toda costa, que el balón ingrese al pórtico que defiende, sino que tiene que generar, en ese proceso, la confianza en su equipo.
Cualquier desconcentración se paga muy cara y solo en aquellas ocasiones consideradas ‘milagros’ no termina en gol.
No tiene el margen de error que en otros puestos sí se tienen y es por eso que sus fallos duelen tanto.
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A todos dolió ver el rostro empapado en lágrimas de Loris Karius, arquero alemán del Liverpool, tras la final de la Champions League de 2018 contra el Real Madrid, en la que dos errores suyos dinamitaron las opciones de su equipo.
Un puesto difícil, como lo fue para Moacyr Barbosa, portero de Brasil en el mítico ‘Maracanazo’. A Barbosa se le culpó por el segundo gol uruguayo en aquel juego definitivo del Mundial de 1950, anotado por Alcides Ghiggia.
Años después recordó llorando en un programa de televisión cómo no había podido vivir tranquilo después del trágico suceso deportivo.
El escritor mexicano Juan Villoro cita, en su crónica ‘El último hombre muere primero’, sobre el suicidio del portero alemán Robert Enke, cómo define Andoni Zubizarreta, histórico arquero del Barcelona, su puesto.
“Cuando me preguntan cuál debe ser la mayor virtud del portero, contesto sin dudarlo que la de generar confianza en el resto de los jugadores”, aseguró Zubizarreta.
Y quizá eso sea lo más paradójico del portero, tener los nervios de punta todo el tiempo y estar obligado a mostrarse confiado.
Es que un error suyo puede echar al traste todo el trabajo o ‘matar’ anímicamente a sus compañeros. Como le pasó a Fernando Muslera, uruguayo, cuando falló ante un tiro ‘fácil’ del francés Griezmann en los cuartos de Rusia 2018.
Ni hablar del ‘blooper’ más doloroso en la historia de la Selección Colombia. El de René Higuita frente a Camerún en los octavos de final de Italia ‘90.
Fue un 23 de junio en el Estadio San Paolo de Nápoles. El ‘Loco’ salió como líbero para impulsar a la ‘tricolor’ hacia el empate en el segundo tiempo extra de un partido que hasta el momento se perdía 1-0.
Pero Roger Milla, veterano artillero camerunés, fue más vivo, le robó el balón, marcó el segundo y mató las esperanzas de una alegre Colombia.
Al joven tumaqueño Iván Arboleda le dolió, en su caso, ser responsable en los dos goles de Corea del Sur ante Colombia el pasado martes.
Era un amistoso, pero su debut en la Selección. Su sentimiento de dolor era notorio en su mirada perdida, que parecía buscar en alguna parte la fuerza que habían perdido sus brazos para detener sendos disparos de los delanteros coreanos.
Dice Villoro que no hay forma de curar el alma de un portero. De nada sirve estar bien y atajar veinte balones de gol si se es responsable de una anotación contraria. “Su puesto se define por el error posible”.
Cómo superar el duelo
Óscar Quintabani, entrenador y exarquero de Argentinos Juniors yOnce Caldas, entre otros, cree que la capacitación que recibe el arquero hasta que llega al ámbito profesional es clave.
Según Quintabani, la capacidad de recuperarse del dolor del error depende de cada arquero, pero deja claro que es más difícil que para el resto de futbolistas.
“El arquero es el único jugador que se queda solo. Los demás están corriendo, están agrupados. Pero si la pelota no está cerca, el arquero se queda solo reflexionando su error, que normalmente lo deja expuesto a la crítica y el escarnio público”.
Para el argentino solo hay una forma de recobrar la confianza: seguir jugando y atajando.
A Bréiner Castillo, golero que defendió las vallas de 10 equipos en Colombia, hay uno de tantos errores que todavía le duele: con el Deportivo Cali, frente a River Plate, en la vuelta de los cuartos de final de la Copa Libertadores 2004.
Hubo un tiro libre a favor de los argentinos y Marcelo Gallardo fue al cobro. Bréiner dio un paso hacia su izquierda, pensando que el cobro iría por encima de la barrera, pero fue al palo que debía cubrir y regresar ya fue imposible.
Al final, River ganó el partido y eliminó a los azucareros. “Se montaron en el partido con ese gol”, recuerda Castillo.
Sin embargo, Bréiner no se quedó ahí y fue pilar en muchas de las escuadras donde atajó hasta el año pasado.
“Tenemos el puesto de más responsabilidad. Somos diferentes”, acota.
Para el nariñense, hoy entrenador de arqueros del Itagüí Leones, es cuestión de entender que la experiencia no implica dejar de cometer errores.
“Lo que intentamos es que nuestros errores no sean consecutivos. Como arqueros convivimos con el error. Todo fallo tiene que pasar. Al día siguiente la vida sigue y hay que seguir tapando porque vendrán partidos nuevos”.
Pedro Zape, histórico cancerbero de la Selección Colombia, es más recordado por aciertos épicos, como atajar un penal con el hombro dislocado a Fernando Morena, delantero uruguayo en la Copa América de 1975, que por sus errores, pero también los tuvo.
“Recuerdo como si hubiera sido ayer el gol que me hizo Ernesto Díaz en una final entre Deportivo Cali y Santa Fe. Pateó de afuera y me confié tanto que se me fue entre las piernas. Un gol ‘bobo’ que nos costó el título”.
Zape cree que en ningún otro momento, como el del error, se denota la tenacidad del arquero. “Es decir ‘aquí estoy yo’ con buenas atajadas. Soy consciente de mi error, pero sigo atajando por mi equipo”.
Luis Barbat salió tricampeón entre 2001 y 2002 con América, pero tuvo dos significativos errores frente a Rosario Central por Libertadores en 2001.
Sin embargo, no es algo que hoy le quite el sueño. “El puesto de arquero es el más difícil e ingrato, pero para quienes lo defendemos es el más lindo, porque lo sentimos”, argumenta.
“El error es parte del juego y no hay una pastilla que nos pueda quitar el dolor de equivocarnos, eso depende de cada persona”.
Es que, como dice el uruguayo, Hay que convivir con que la pelota pica mal, que se puede hacer un mal movimiento y que hay muchas otras circunstancias que no se planifican.
No obstante, los arqueros no quedan en la historia solo por equivocarse, también por ser quienes eliminan el grito de gol de la hinchada rival.
Por ser capaces de envalentonar a su equipo, de que sus compañeros sientan que es posible competir, ganar y ser campeones.