El Barcelona no necesitaba a Griezmann. Se sabía el año pasado, cuando primero se insinuó con la compra del francés; se sabía este año, al principio del verano, cuando el Barça empezó a pujar nuevamente para ficharlo, y se sabía cuando finalmente se hizo la compra, y Griezmann se puso la camiseta culé por primera vez. Empezando por un hecho tan simple como determinante: Griezmann juega en la posición de Messi. Es tan sencillo como eso.

En los papeles, Messi arranca como extremo derecho, y durante el partido tiende a tirarse hacia el centro, detrás del delantero (Suárez), adoptando una posición de ‘10’. Griezmann en el Atlético hacía lo mismo, e igual en la selección de Francia: arranca como extremo derecho, pero se va constantemente hacia el centro. En general, flota por todo el frente de ataque detrás del nueve. Bueno, por todo el frente de ataque, menos por el sector izquierdo, curiosamente la posición en la que hoy está jugando en Barça.

En fin, el Barcelona igual insistió con el fichaje hasta más no poder, sin importarle mucho lo que fuera a hacer Valverde una vez el futbolista francés fuera parte de la plantilla del equipo. Se pagó una cifra demasiado alta, pero nadie dijo mucho porque, si hay algo que no se puede negar, es que Griezmann es un crack.

El resultado de todo esto, sin embargo, es que hoy está todo mal. Griezmann está tirado a la banda izquierda (¿y a quién le sorprende, si Messi y Suárez son inamovibles?), pegado a la raya, incómodo, excluido, marginado del juego del equipo. Totalmente limitado por su perfil y su (extrañamente notoria) falta de velocidad. No hace parte de los circuitos ofensivos, no conecta con Messi ni con Suárez, y simplemente no participa en el juego. Sus pobres números en la temporada son reflejo perfecto de su situación: es intrascendente.

Cuesta creer que es el mismo jugador que se cargaba al Atlético de Simeone en los hombros, que lideraba cada contraataque, manejaba los tiempos del juego, se movía por toda la cancha pidiendo el balón, hacía goles de media distancia... en fin, era medio equipo. El Griezmann de hoy es uno más. Intercambiable (preocupantemente) con los canteranos Ansu Fati o Carlez Pérez, que, si bien tienen talento y potencial, son Ansu Fati y Carlez Pérez. Incluso, es probable que Griezmann estaría en la banca de no ser por que Dembélé lleva más lesiones que goles en lo que va del curso.

Antoine no se entiende con Messi, hay un sinfín de rumores (la mayoría falsos) de que no se hablan en los entrenamientos, de que no se llevan bien, de que Messi nunca quiso que el francés llegara al club... lo cierto es que Griezmann anda muy mal, el Barcelona anda muy mal, y el ataque no funciona.

Se ha criticado mucho al club blaugrana y a Valverde en España. El equipo ha venido involucionando notablemente (en general desde la salida de Guardiola, pero de forma más aguda en el último año) y se ha vuelto común el ‘resultadismo’: ese lugar en el que se resguardan los hinchas cuando el equipo juega mal y gana, y que permite pensar “si así de mal está jugando e igual va primero en la liga, pues no hay ningún problema.”

Y todos tranquilos. Y es cierto que el Barça va primero tanto en la liga como en Champions, pero cada vez juega peor, y últimamente se está viendo superado en nivel de juego, en físico, en remates al arco y en un montón de etcéteras por cualquier equipo al que enfrenta. Sea el Inter, el Levante, o el Slavia Praha. Y la clasificación a octavos de la Champions peligra. Le quedan dos partidos durísimos (en casa frente al Dortmund y en Italia frente al Inter) y es probable que tenga que ganar ambos para avanzar. Lo único salvable es un Messi que sigue brillante.

De vuelta con Griezmann, su fichaje fue una decisión impulsiva y apresurada; injustificada. Como lo fueron los fichajes de Dembélé y de Coutinho. Si miramos atrás, todo se puede trazar a la salida del irreemplazable Neymar, que fue ya hace dos años y sigue repercutiendo dentro de la directiva del Barça como un efecto dominó. El club (tanto en la dirección como en la cancha) no se ha recuperado de la transferencia del brasileño, y en un afán desmesurado por traer a un crack que finalmente tape el hueco que dejó, parece que se le ha olvidado fichar.
Con Griezmann, como viene siendo costumbre, todo fue muy forzado.

El Barcelona empujó demasiado, insistió demasiado, y eventualmente pagó demasiado por un jugador que no valía la pena traer. Hoy el club cuenta con un equipo que no rinde, un Griezmann que no anda, y 120 millones de euros menos.