Es la pregunta más necia que siempre he escuchado en el fútbol: ¿Quién es el mejor de la historia, Pelé o Maradona? Otros, los más contemporáneos, incluyen a Messi en el interrogante.
Y esa es una pregunta que no tiene respuesta. ¿Cómo calificar al mejor? Por los logros, dirán algunos. Y bueno, así las cosas, Pelé es el dueño del trono. Tres campeonatos mundiales con Brasil. Maradona, uno, y Messi, ninguno.
Pero si calificar al mejor de la historia consistiera simplemente en revisar las estadísticas de los títulos, habría muchos, compañeros de Pelé, inclusive, y que no tuvieron su mismo brillo, por encima de Maradona y Messi. A mucha distancia quedarían los dos argentinos. Y ni hablar de lo que pasaría con un Cristiano Ronaldo. El portugués ni siquiera ha sido finalista de un Mundial. ¿Pero quién puede discutir su clase?
Resulta injusto, además, comparar jugadores de épocas distintas. El fútbol, no es un secreto, ha evolucionado. En los años de Pelé se jugaba hasta con cinco delanteros, no existían el llamado pressing, la marca escalonada o marcación en zona, ni tantos otros conceptos que lo que hicieron, paulatinamente, fue crear un juego más defensivo —tendiente a cerrar el arco propio— que ofensivo. En otras palabras, había mayor libertad para jugar. Y, seguramente, si Pelé hubiera jugado en las épocas de Maradona y Messi, habría sido igual de grande. Cómo cuestionar su talento y condiciones atléticas, la pegada con las dos piernas, el martillazo de su cabeza y hasta la defensa con sus codos.
Le puede interesar: Buscando a Maradona, encontrando a Diego: carta tardía al genio del fútbol mundial
Pero cuando me preguntan quién ha sido el mejor de la historia, siempre tuerzo el interrogante con mi respuesta: “no sé quién haya sido el mejor, pero el que más me gustó siempre fue Maradona”.
Y eso es lo lindo del fútbol. Que en él, la subjetividad —que no es lo mismo que la irracionalidad— no tiene adversario. ¿Cómo decirles a los que vieron a Di Stéfano que el jugador más emblemático del Real Madrid no ha sido el mejor de la historia? ¿Cómo convencer a los holandeses de que Cruyff no fue un rey sin corona? ¿Cómo les sacas de la cabeza a los seguidores de Ronaldinho que solo él hacía posible tanta fantasía con la pelota? ¿Y cómo les dices a los jóvenes que idolatran a Messi o Cristiano que antes también hubo felicidad y que quizás fue mucho mejor?
El fútbol en Argentina, escribía Valdano el miércoles en esa hermosa carta de despedida a Maradona, es un juego que solo llega a la mente después de pasar por el corazón. No solo en Argentina, querido Jorge.
Y eso fue lo que pasó con Diego. Lo que nos pasó a todos los que fuimos testigos de ese idilio entre Maradona y la pelota. Ya sabíamos de su grandeza antes del 86, pero con la pelota cosida a su pierna izquierda le vimos destrozar rivales en la cancha, hacer goles que solo cabían en la imaginación, alzar la Copa del Mundo con una Argentina que no era la Brasil del 70 y darle el brillo que nunca más tuvo a un Nápoles que aplastó a los clubes ricos e históricos del Calcio. Entonces, cuando el nombre de Diego Maradona llegó a mi cabeza, ya había conquistado mi corazón.
Me da lo mismo que haya habido un Di Stéfano, que haya existido un Pelé, que hayan maravillado un Ronaldinho, un Messi o un Cristiano, a quienes también he podido ver, estos tres últimos, en su presente más valioso. Me da lo mismo. Quien me mostró el fútbol y me convenció de que la pelota era sinónimo de felicidad fue Diego. El Diego de la gente. El Cebollita. El Barrilete Cósmico. El Genio. El Pelusa. El Dios. El Dios más humano, como lo llamaba Eduardo Galeano. Porque se equivocó. Y lo mataron. Lo mataron muchas veces. Hasta que por fin se apagó lo que más fuerte tenía el argentino: su corazón.
Murió Maradona. Basta ya con esa pregunta necia, si fue mejor o no que Pelé en toda la historia. Basta ya. Pelé fue el Rey de ustedes, Maradona es mi Dios. Mi otro Dios.