Juan Carlos Pamo Sánchez - Reportero de El País
Las minas antipersonal son artefactos explosivos que han dejado miles de víctimas en el país durante muchos años del conflicto armado.
Según datos de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, entre 1990 y 2022 se registraron 12.170 víctimas de minas antipersonal en Colombia. En cerca del 50 por ciento de estos casos, las víctimas son integrantes de la Fuerza Pública.
Esto equivale a que, en promedio, en los últimos 32 años, un colombiano ha resultado víctima de estos artefactos diariamente. Del total de víctimas de minas antipersonal, 6870 fueron, o aún son, integrantes de la unidades militares o policiales de nuestro país.
Uno de ellos es el suboficial de la Armada Nacional José Manuel Martínez Sánchez, quien resultó herido el 8 de enero de 2016 al detonar una mina antipersonal cuando realizaba una operación militar en el municipio de Palestina, Chocó.
“Teníamos una misión de control y seguridad de un área donde iba a estar el señor almirante durante una visita de tipo social a una comunidad indígena del sector. Por información de inteligencia militar había indicios de que los grupos armados ilegales podían realizar algún atentado. Junto a mi equipo de patrullaje teníamos dos misiones: capturar a los bandidos o darlos de baja”, relata el cabo tercero.
Ese día cambió el rumbo de la vida de este cucuteño que tenía sus ilusiones de consolidar una carrera militar llena de elogios y condecoraciones.
“Recuerdo que los pobladores del sector nos advirtieron que unos hombres habían estado en días pasados colocando ‘trampas’ en la parte alta del cerro donde nos tocaba llegar para hacer el patrullaje. Nosotros asimilamos que eran minas que habían colocado”, explica José Manuel.
A pesar de las alertas con que el grupo de militares se habían encontrado, el sargento que estaba al mando del patrullaje dio la orden de continuar con el operativo y trepar hasta lo más alto de la montaña.
“Yo era el último de cierre de la formación. Cuando hay indicios de un campo minado, el procedimiento es cero bulla, cero comunicación de radio y todo se hace por señas. Uno de los suboficiales de menor rango del grupo le dijo a mi sargento que esperara un momento antes de pasar la punta del cerro para hacer un rastreo con perros y la herramienta para detectar explosivos. Sin embargo, ellos coronaron la montaña y se movieron unos 15 metros, y detrás íbamos el resto del grupo. Cuando traspasamos el pico del cerro, el sargento me hizo señas con la mano y me indicó que me acercara. Yo di algunos pasos por un único sendero; al dar el tercer paso, explotó la mina”, comenta José Manuel.
Los minutos siguientes a la explosión se convirtieron en una prueba contrarreloj para salvar la vida del suboficial.
“En el momento en que yo pisé la mina se sintió un sonido muy fuerte. Sentí que el pie se alzó y yo caí para la derecha, pero pensé que era un soldado que iba con nosotros. Sentí que la pierna izquierda se me estaba quedando dormida y vi que el pie estaba colgando, de lado. Cuando vi cómo quedó la pierna, fue una dura impresión, el corazón se me aceleró y empezó la pierna a botar sangre”, explica el cabo tercero.
José Manuel siempre estuvo consciente de lo que estaba sucediendo. A tal punto que él mismo se hizo el torniquete para tratar de parar la hemorragia y luego dos soldados lo asistieron con primeros auxilios.
“Los soldados me canalizaron los brazos y mientras realizaban ese procedimiento, se dieron cuenta de que al lado izquierdo había dos minas más; o sea que si yo hubiera caído para ese costado, hubiera explotado más, no estaría acá contando el cuento”, agrega.
El suboficial fue extraído de la zona y trasladado hasta Cali, donde fue recluido en la clínica Valle del Lili. Allí le realizaron la amputación.
“Yo siempre tuve la sensatez de que iba a perder la pierna. Lo que en ese momento les pedía a mis compañeros era que no me dejaran morir, que quería vivir y regresar con mi familia. En ese instante aparecieron los interrogantes de qué va a pasar con mi vida después de ese hecho”, comenta.
En la institución médica caleña, a José Manuel le amputaron inicialmente el pie afectado por la mina.
“Cuando me desperté, al otro día, me encontré que ya no tenía del talón para abajo. La explosión me había tumbado los dedos; la planta y el talón estaban perdidos. Ya no había manera de salvar el pie”, narra José Manuel.
Una tragedia tras otra
Luego de ser intervenido quirúrgicamente en la capital del Valle, José Manuel Rodríguez fue trasladado hasta la capital de la República para continuar con su proceso de recuperación.
Sin embargo, algo no salió como él esperaba, lo que terminó por complicar el estado de su pierna amputada.
“Me prometieron llevarme a Bogotá en un avión medicalizado y nunca lo hicieron. Fui transportado en una nave de rutina, y en vez de ser internado en el Hospital Militar, me llevaron a un batallón adonde van todos los heridos en combate. Por ese mal proceso que hicieron, me dio gangrena en el resto de la pierna. Por la presión de mis padres para que tuviera una buena atención, me trasladaron al Hospital Militar en donde me realizaron una nueva amputación”, explica.
José Manuel recibió una amputación transtibial, es decir, un poco más abajo de la rodilla.
En el deporte encontró un proyecto de vida y el amor
Impulsado por el testimonio de otros militares que han padecido los embates del conflicto armado, que sufrieron algún tipo amputación y que a través del deporte encontraron el camino para seguir luchando, José Manuel apostó por esa vía y hoy por hoy lleva de una vida feliz.
Comenzó en el deporte paralímpico siendo durante tres años nadador de las Fuerzas Armadas, pero con el paso del tiempo vio que sus registros en las categorías donde competía no eran los mejores.
Por sugerencia de un entrenador dio el salto al triatlón y allí ha podido desarrollar una carrera que va en ascenso.
Su primera competencia fue en el Lago Calima, donde compitió con una bicicleta prestada, e incluso pudo lograr subirse al podio. El destino le puso al frente al amor de su vida.
Lina Marcela López es la sobrina de quien era su entrenador en Fuerzas Armadas y en esa prueba en el Valle conoció a José Manuel.
Ese amor a primera vista se consolidó tras la pandemia donde el suboficial decide radicarse en Cali y desde ese momento compite por los colores del Valle del Cauca.
“Siempre le digo a él que es capaz de todo. Estoy segura de que puede ser el número uno de su categoría y lo puede lograr porque tiene todas las capacidades y está muy motivado”, comenta Lina Marcela, a quien hace poco José Manuel le propuso matrimonio.
Este triatleta ha estado ya en varios campeonatos nacionales y el objetivo es alcanzar el cupo a los Juegos Paranacionales a realizar en diciembre en el Eje Cafetero.
“Manuel es un deportista parejo. Tiene una muy buena natación, ha venido mejorando en esta disciplina y eso es muy bueno. En el ciclismo es donde debemos trabajar un poco más en la parte técnica. En el atletismo lo hace de buena forma. Estamos trabajando en las transiciones de una disciplina a otra, sobre todo por el cambio de prótesis”, explica Jonathan Alzate, entrenador de la Liga Vallecaucana de Triatlón.
Ser el mejor en el ranking nacional, representar al país a nivel internacional, ser en el futuro un buen esposo y padre de familia son los sueños de este guerrero de la vida que a través del deporte sigue siendo un orgullo para el país.