No habían pasado 5 minutos desde el inicio del partido y Víctor Bonilla ya había marcado un gol y tenía al Deportivo Cali bordando su séptima estrella en diciembre de 1998. Todavía no lo sabía, pero haría dos tantos más en la final de esa noche contra el Once Caldas. El Pascual Guerrero era una fiesta, él tocaba la música.
La noche anterior a ese recordado día 16 no pudo dormir y se la pasó viendo televisión. Tampoco pudo comer. Le dieron poco más de las 4 a.m. intentando descansar. Su cuerpo estaba en la concentración del equipo, pero su mente ya estaba la cancha. Tuvo el pálpito, rememoró para este relato en medio de la cuarentena por el Covid-19, de que ese día iba a marcar, como lo hizo en más de 30 ocasiones en aquel torneo del que fue el máximo artillero, pero, se sinceró, nunca pensó que lo haría tres veces.
La faena arrancó en un tiro de esquina desde el costado derecho del arco sur. Centro magistral de John Wilmar ‘La Pelusa’ Pérez que Martín Zapata cabeceó con dirección al pórtico y terminó golpeando en la espalda de un contrario que, sin querer, de carambola, le dio un pase sutil a Bonilla. En ese pequeño instante, antes de empalmar para quebrar el partido, hubo incertidumbre y silencio en la tribuna, pero en tanto le quedó plena, no dudó en sacudir el balón como si en su pierna tuviera un misil: hubo explosión.
Luego vino el que más le gustó. Su socio, como le dice a Arley Betancourt, recibió de Mayer Candelo y le filtró un pase entre los defensas que, luego de haberse desmarcado, recibió y se fue en carrera. Tras avanzar algunos metros, se encontró dentro del área, cara a cara con Juan Carlos Henao, arquero del Once Caldas, que salió a su duelo creyendo que podía hacer algo. Con la frialdad que lo caracterizaba, definió rastrero y la mandó a guardar. "Henao, don Víctor es tu papá", relataba el narrador en televisión nacional.
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Marcó y siguió corriendo, levantó los brazos y con sus dedos índices señaló al cielo mientras daba vueltas sobre su propio eje. Tocaba la melodía que hacía mover las graderías en tonadas verdes. Bonilla era un trompo y lo que bailaba el Pascual, enloquecido, era salsa bestial.
El tercero, para dar un cierre perfecto al festín, llegó antes del final del primero tiempo. Al volver a ver las imágenes más de 20 años después, la incredulidad sigue siendo la misma: se llevó las manos a la cabeza.
Algunos pensarán que era asombro al enterarse de la cantidad de goles, que daban por sentenciado el encuentro a favor del equipo dirigido por José Eugenio ‘El Cheché’ Hernández, pero no, esa expresión, contó, fue por la forma en que logró el tanto: centro de Mayer en un tiro de esquina desde el costado izquierdo, el balón se elevó y cayó levemente, ansioso, para que Bonilla se alzara en el aire, suspendido por el aliento de una hinchada ansiosa de título, y conectara el esférico con la frente de manera endemoniada cuando estaba poco más de un metro atrás del punto penal. Acto seguido, el balón dio un pique contra el piso y venció a Henao, que nada pudo hacer. La red se infló. "Es que el fuerte mío no era la cabeza", recordó.
Aplausos le llovieron de todos los rincones del Pascual y el respondió a ese honor de tener un estadio rendido a sus pies y a su cabeza, por supuesto, con la misma clave que marcaban los hinchas.
Esa noche terminó siendo victoria para el Deportivo Cali por 4-0 sobre el Once Caldas. El cuarto gol fue una pintura que le correspondió a un joven Carlos ‘Telembí’ Castillo, que ya empezaba a asomar con su talento en el equipo azucarero.
A la postre, el equipo verde fue campeón, en el estadio Palogrande de Manizales, un 20 de diciembre de 1998. Allá le bastó con un empate sin goles porque la tarea ya la había hecho en casa.
“Le doy gracias a Dios porque creo que lo mío fue un don. Con ese don le di satisfacción y alegría a muchísima gente. La gente conmigo es tal cual como cuando estuve en el Deportivo Cali y ese es el premio más grande”, reflexionó Bonilla.
En la memoria del hincha verde quedó marcado para siempre el equipo que se consagró en Manizales. La nómina no hay necesidad de mencionarla, ya ustedes saben recordarla desde el arco hasta la delantera.
Ahora, cuando el Pascual Guerrero está solo y ávido de fútbol por el parón debido a la pandemia, supongo que se puede escuchar, si uno hace silencio, el grito en las tribunas de estos goles que fueron traídos desde el recuerdo, pero que permanecerán intactos en la eternidad.
“¡Y lo vi, y lo vi, y lo vi, muy bien. Don Víctor, don Víctor, tenía que ser usted don Víctor!”