Los años pasan y los recuerdos siguen intactos. Como si los hechos de esa fatídica y extraña tarde del jueves 24 de octubre del 2002 hubieran sucedido ayer, hace una semana... o quizá hace media hora.

Lo que estaba programado para un buen día, de por medio una charla amena sobre el deporte más apasionante, terminó siendo una tragedia que hoy, 20 años después, el fútbol sigue llorando.

Y fui un triste testigo de ese lamentable suceso que sacudió al Deportivo
Cali y al mundo del fútbol, y que le cobró la vida a Herman ‘Carepa’ Gaviria en ese instante, y después a Giovanni Córdoba.

Un día antes, a las 10 de la mañana, decidí llamar a ‘Carepa’ Gaviria, con quien tenía una cercanía por ser del mismo pueblo (Turbo), para que fuera una de mis fuentes en un informe que preparaba para el domingo próximo, sobre Selección Colombia.


“Paisano, mejor llégueme a Pance, allá hablamos tranquilos; eso sí, me llega a las 4:00 p.m. porque si lo hace a las 4:01, pierde el año, le toca esperar a que terminemos el entrenamiento”, fue lo que me dijo un jugador que era clave en el Deportivo Cali.

A las 3:00 p.m. con grabadora y libreta en mano, acompañado de un reportero gráfico, salí para la sede deportiva del Cali, sin pensar que esa tarde el tráfico por la Avenida Cañasgordas, la que habitualmente cogía el conductor, estaba intransitable.

Como me lo adelantó, “perdí el año”. Entré a la sede del Cali en Pance pasadas las 4, subí a la parte alta, desde donde se divisan las canchas principales, y pude ver que los jugadores ya estaban en el ‘bobito’, que es el calentamiento que tradicionalmente se hace para entrar en calor.

‘Carepa’ me vio y me hizo una seña que entendí perfectamente: se pasó el dedo índice por el cuello, lo que hace uno para significar que algo está perdido, queriéndome decir que debía esperar el final del entreno.

No había problema, era un jugador que cuando hablaba generaba algunas veces polémica, y por eso su voz era importante en el informe que alistaba.

De paso me quedaba viendo la práctica con miras al partido del fin de semana. Era otra época. Cero restricciones y misterio por parte de los técnicos, que no tenían problemas en que la prensa viera su trabajo.

Del ‘bobito’, los jugadores pasaron a alistarse para jugar rápido un partido entre titulares y suplentes, por orden del técnico Héctor Quintabani, debido al amago de lluvia que ya aparecía sobre el firmamento.

Pero el agua no dio espera. De un momento a otro el complejo deportivo comenzó a sufrir los embates de un vendaval que estuvo acompañado de un fuerte aguacero. Y aunque la tarde se oscureció, los jugadores siguieron su actividad, pese a que el terreno ya se hacía difícil.

Cuando la lluvia arreció, de un momento a otro aparecieron los truenos y rayos que no dieron tiempo de nada. La cancha se ‘iluminaba’ con cada estruendo -era como el flash de una cámara-, y en un abrir y cerrar de ojos llegó lo impensado.

Desde la parte alta en la que me encontraba, vi que un rayo de luz amarilla atravesó a ‘Carepa’ -no he podido encontrar otra definición a esa situación-, y también observé que algo pesado cayó sobre su guayo derecho, saliendo inmediatamente una pequeña capa de humo negro, mientras el jugador se desplomaba.

El resto de los futbolistas estaban también tendidos en la mojada grama por el duro impacto que segundos antes se había escuchado, e instantes después algunos comenzaron a pararse, aún aturdidos por la situación, mientras observé que dos de ellos -‘Carepa’ y Giovanni Córdoba- no se reponían.

En ese instante comenzó un caos. Todo fue desespero, drama, gritos de ayuda, carreras para un lado y otro en busca de auxilio. El técnico

Quintabani, su asistente ‘Checho Angulo, el preparador físico Hernando Arias, el médico Jaime Albarracín y varios jugadores, entre ellos Jorge López y Carlos Castillo, acudieron a auxiliar a quienes aún estaban en el piso.

‘Carepa’ estaba bocabajo, inmóvil y hasta a él llegaron los compañeros para tratar de reanimarlo. En otro sector Hernando Arias y varios jugadores hicieron lo mismo con Giovanni Córdoba, a quien levantaron con dificultad, pero desde mi sitio vi con preocupación cómo la cabeza le ‘bailaba’ de un lado a otro cuando lo trataron de parar.

En medio de ese torrencial aguacero muchos ayudaron a subir a la parte alta del complejo deportivo a los dos afectados, mientras otros intentaron infructuosamente y de manera desesperada pedir urgentemente una ambulancia. Nunca llegó por el caos que vivía la ciudad con el temporal que caía en esa zona de Cali.

La solución que se encontró fue rápida, con otra decisión osada, pero efectiva: llevarlos a la Clínica Valle del Lili en el bus del equipo, pero ir en contravía por la Avenida Cañasgordas porque por el carril que se debía tomar era imposible por el trancón.

Alguien que no recuerdo, en una moto, se fue delante del bus con un trapo, pitando y pidiendo vía en un carril en el que los carros venían de frente. Detrás del vehículo que transportaba a todos los afectados me fui con mis compañeros del periódico.

El recorrido, por ser contravía, se hizo rápido. Aún llovía y la gente, desde sus carros, veía con asombro cómo un bus se abría paso por el carril que no era el suyo, sin saber lo que minutos antes había sucedido.

Llegamos por Urgencias a la Clínica Valle del Lili y el ingreso fue sin contratiempos porque los camilleros ya estaban advertidos de la situación.

Muy cerca de la puerta de acceso a Urgencias vi cómo entraban a los jugadores de manera rápida, y mi pesimismo fue muy grande cuando observé una vez más a ‘Carepa’ Gaviria y la condición que presentaba.

No sé si irresponsablemente o consecuente con lo que vi, le dije a uno de mis compañeros que no creía que el jugador, con el que había quedado de hablar antes del entrenamiento, pudiera superar esa situación.

A medida que la noticia se dio a conocer, a la clínica fueron llegando familiares de los jugadores, directivos, aficionados, periodistas y curiosos.

El exterior de la zona de Urgencias de la Valle del Lili estaba lleno de gente; muchos pidiendo por la salud de los jugadores, hinchas del Cali coreando los nombres de ellos, y todos, en general, esperando un primer parte médico que fuera esperanzador.

Ya era de noche y la espera se hacía larga. Con mis jefes en el periódico acordamos que yo debía regresar al sitio de trabajo para escribir sobre lo sucedido, y que otro compañero debía relevarme en el centro de salud.

En el trayecto al periódico pasaron muchas cosas por mi cabeza: el saludo pesimista de ‘Carepa’ porque había llegado tarde a la cita, las caras alegres que se veían al inicio del entrenamiento, la forma como se fue dañando el día en cuanto al clima y la rapidez conque sucedió la tragedia.

Al llegar al periódico, el director y los demás compañeros querían saber de primera mano cómo sucedieron los hechos. Después de un corto relato decidí ir al baño y confieso que allí, solo, lloré en silencio por lo sucedido.

Me senté en el computador, pero no sabía por dónde empezar, hasta que después de tomar aire y de caminar un poco por la redacción escribí la triste crónica que salió publicada al día siguiente.

Mientras escribía, de la clínica salió el comunicado que no quería escuchar: el fallecimiento de Herman Gaviria “por los daños sufridos tras ser alcanzado por un rayo. Entre tanto, la clínica informa que la condición de Giovanni Córdoba es muy crítica”.

La noticia me golpeó durísimo, como también golpeó a hinchas, directivos y en general a la gente del fútbol. A los pocos días se confirmó también el deceso de Giovanni Córdoba, un jugador en quien el

Deportivo Cali tenía cifradas grandes esperanzas en el torneo.
Sin duda fue una tarde aciaga, triste, dura, inesperada y dolorosa. Ese 24 de octubre del 2002 fue el día en el que el fútbol lloró.