A punta de domicilios y sosteniéndose con los pocos compradores que llegan a sus mostradores –en especial médicos, policías, agentes de tránsito y vigilantes— las más reconocidas panaderías y pastelerías de Cali siguen llevando ese esencial alimento en los desayunos y cenas de los hogares en medio de la cuarentena.
Sin embargo, algunos de esos establecimientos, en especial los que operan como cadenas comerciales, han tenido que cerrar forzosamente varios de sus puntos de venta. Es el caso de la reconocida Panadería Kuty, que tomó esa decisión ante la poca afluencia de clientes y el desplome de la producción, ya que la mayor parte de sus empleados fueron enviados a vacaciones por cuenta de las medidas sanitarias.
De los siete locales de esa firma, solo están funcionando tres. Pese a ello, a diario la empresa –como otras panaderías y pastelerías— desafía los riesgos que entraña el Covid19. Todo con el ánimo de abastecer a la gente con los acostumbrados panes y delicias de todos los sabores y precios.
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“Estamos trabajando a media máquina, pero atendiendo todos los pedidos a domicilio de las familias, aún a costa de nuestra seguridad por la pandemia”, afirma Alejandro Maya, coordinador de un punto de venta de La Kuty.
Él, como varios de los empleados que le acompañan, llega muy temprano al local de la Avenida Sexta para organizar las ventas del día y los domicilios, que ahora atienden con la mitad de las motos contratadas.
“No es fácil llegar acá. Todos tenemos miedo de contagiarnos”, dice Alejandro, quien reside en el barrio Las Acacias, al oriente de Cali. Por eso, han optado por cerrar el local hacia el atardecer para despachar a los operarios a sus viviendas con el fin de protegerlos de la constante amenaza del Covid19.
Igual pasa en la panadería DePeaPan, ubicada en el barrio El Ingenio, al sur de la ciudad. Este establecimiento, que tradicionalmente está abarrotado de clientes por su ubicación estratégica entre dos grandes avenidas y cuatro cruces viales, ahora tiene poco personal laborando en tareas de horneado y comidas rápidas. Aun así, no deja de mantener abiertas sus puertas.
Y aunque el negocio sigue operando durante su tradicional horario de 24 horas, para el cual se dispuso de una sola empleada, los domicilios –que se han duplicado— son atendidos hasta las 10 p.m.
“Hemos tenido que recortar la atención al público y restringir la atención a las mesas por motivos de seguridad sanitaria. Pero con los domicilios estamos brindando servicio a los habitantes de Ciudad Capri, El Caney, Valle del Lili y La Hacienda”, dice John Muñoz, administrador encargado del establecimiento.
Por cuenta de la cuarentena, DePeaPan tuvo que enviar a vacaciones a parte de su nómina de personal (que era de unas 40 personas) y rotar los turnos. “La producción está por debajo del 50%, pero confiamos en que todo pasará muy pronto. Mientras tanto, aquí seguimos trabajando porque lo importante es el cliente”, añade Muñoz.
Más cierres, pero...
Otra reconocida cadena de panaderías caleña, El Molino, la más grande de la capital del Valle, también adoptó la clausura forzosa de la mayoría de sus puntos de venta, que son 15 y están distribuidos por toda la ciudad.
Según informó una empleada, que prefirió no identificarse, la empresa sigue operando solo con sus hornos y vitrinas y vendiendo sus delicias al interior de los locales que posee en los hipermercados y tiendas de La 14 en el Valle del Lili, Centenario, Cosmocentro, Avenida Sexta, Pasoancho y Los Cristales.
Y como una forma de mantener la fabricación de sus productos y ayudar con el sostenimiento de sus empleados, la firma también está rotando a panaderos, cajeras y otros trabajadores de asistencia al cliente y de domicilios.
“No sabemos cuándo se reabrirán los demás puntos de venta, pero lo cierto es que todos debemos colaborar en esta emergencia”, señala la empleada.
Pese a las dificultades otras panaderías como La Paola, ubicada en el barrio Los Cedros, han decidido mantenerse abiertas, aunque con un horario definido entre las 7 a.m. y las 7 p.m., para atender especialmente entregas a domicilio.
“Estamos viviendo un momento muy difícil, pero aun así la empresa se ha sostenido con el poco personal que queda, pues la mayoría fue enviado a vacaciones”, señala Carolina Monje, administradora encargada de ese establecimiento. La firma genera empleo permanente a unas 15 personas.
Con dos motocicletas que recorren un amplio sector del sur de la ciudad, la panadería mantiene surtidas las mesas de muchos de sus habituales clientes mediante los domicilios. “Los despachos que hacemos hacia las casas nos han permitido mantener algo de nuestra actividad”, anota Carolina.
Un duro golpe
Para la industria panificadora local y nacional, el Covid-19 ha sido un golpe a su actividad. Es un sector, cuyas ventas anuales en el país oscilan entre $3 billones y $4 billones y genera más de 300.000 empleos directos e indirectos. De ellos unos 10.000 en Cali.
Para sus propietarios no había otra alternativa que los cierres temporales de algunos locales y el recorte de su producción, en algunos casos hasta del 70%, para enfrentar la crisis sanitaria y la cuarentena obligatoria. Pese a ello, la mayoría están funcionando para enfrentar la crisis, y ante todo para evitar que este alimento vital de los desayunos y las cenas, no sufra escasez.
Hasta la panadería que forma parte de la Fundación Asodisvalle, del reconocido líder social Yeison Aristizábal, tuvo que cerrar sus puertas hasta el 13 de abril, como una forma de proteger a las personas discapacitadas a las cuales brinda apoyo.
Sin embargo, como otra forma de mantener atendidos los comedores de las familias, las panaderías de los barrios populares, ahora han ganado algo más de protagonismo, ya que la gente va habitualmente a la tienda de la esquina para comprar ese alimento, a pesar del miedo que les ocasiona la pandemia.
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