Columna de opinión
Los atletas olímpicos consagran su proyecto de vida al entrenamiento y la competencia en escenarios nacionales e internacionales, sacrificando otras metas personales para alcanzar el honor de representar a su país en el evento que reúne a los mejores deportistas del mundo. Este compromiso no solo demanda una dedicación excepcional para cumplir los exigentes criterios de clasificación, sino también el esfuerzo de sus familias para apoyar económicamente esta vocación, especialmente en países latinoamericanos donde el financiamiento gubernamental es limitado.
Haber alcanzado el logro de participar en las Olimpiadas de París 2024 es un mérito en sí mismo, sin embargo, solo una fracción de los 10.500 atletas consiguió subir al podio. Aunque todos merecen admiración, muchos experimentan el “síndrome del podio perdido” al regresar a casa sin una presea, enfrentando un nuevo desafío en una sociedad hipermoderna que tiende a valorar únicamente el éxito visible y el impacto mediático de las victorias, pasando por alto el esfuerzo que conlleva llegar a tales niveles de competencia.
Al igual que los atletas, los intraemprendedores y emprendedores suelen ser juzgados con base en resultados inmediatos, que no reconocen el trabajo realizado ni el camino trazado para futuros éxitos. Visionarios como Steve Jobs, J.K. Rowling, Elon Musk, Henry Ford, Walter Disney y Reed Hastings enfrentaron críticas y rechazos, e incluso algunos fueron relevados de sus cargos ante la presión de producir resultados rápidos para satisfacer las exigencias de determinados grupos de interés.
El impacto del síndrome varía según factores como las experiencias previas, la preparación para la derrota y los valores, pero es posible atenuarlo con apoyo social, autoevaluación y acompañamiento psicopedagógico:
Una red de apoyo fuerte es clave en el bienestar emocional de atletas y emprendedores. Por supuesto, también es muy importante admitir que se necesita ayuda. Michael Phelps, reconocido como el mejor nadador del mundo, ha mencionado cómo precisamente hablar de salud mental ha salvado su vida.
No hay que negar los errores cometidos, pero tampoco asumir más responsabilidad de la que corresponde cuando no se alcanza el podio. Es importante reflexionar sobre las oportunidades de mejora y manejar la presión de las expectativas propias y sociales, que se magnifican en los medios de comunicación y en las redes sociales, creando un estándar casi inalcanzable. A veces, las expectativas son tan altas que incluso las medallas de plata y bronce pueden resultar decepcionantes para los competidores.
El acompañamiento psicopedagógico permite a los competidores priorizar su identidad y proyecto de vida por encima de cualquier reconocimiento, evitando comparaciones dañinas. La gimnasta estadounidense Simone Biles lo expresó perfectamente: “No soy la próxima Usain Bolt o Michael Phelps, soy la primera Simone Biles”.
Mi invitación es a que nos embarquemos en un proceso de “olimpizaje”, aprendizaje inspirado en los Juegos Olímpicos, para redefinir el significado del éxito tanto en el deporte como en el emprendimiento y su legado en la sociedad.