Doña Altagracia Cortés tenía 72 años cuando logró graduarse de la universidad, días antes había presentado la sustentación de su trabajo de grado no solo frente a sus profesores, todos más jóvenes que ella, sino frente a toda su familia, hijos y nietos, que la habían acompañado a ese extraordinario evento.
Entre los nietos de doña Altagracia se encontraba Ricardo Antonio Torres Palma quien entonces tenía 12 años y aún vivía con sus padres y dos hermanas en Tumaco, de donde procede toda la familia. Para Ricardo la hazaña de su abuela fue algo inolvidable que lo marcaría profundamente en su futuro.
“Ver cómo mi abuelita se esforzaba por estudiar y haber logrado graduarse, fue algo maravilloso para mí. Con todo ese ejemplo lo mínimo que yo podía hacer era estudiar con igual dedicación”, expresa Ricardo Torres desde Medellín, quien con 44 años, es ahora un químico de reconocimiento mundial, profesor de la Universidad de Antioquia y director de un grupo de investigación (Categoría A de Colciencias) en tratamiento de agua con ultrasonido, en el cual se preparan estudiantes de maestrías y doctorados.
Desde muy temprano Ricardo comprendió que si su abuela había obtenido su título de licenciada a una edad tan avanzada, en su caso él no esperaría tantos años, por eso decidió estudiar con empeño para llegar más lejos y en menos tiempo.
El futbolista que quiso ser científico
En esos tiempos de su vida en Tumaco, el sueño de Ricardo era, como el de miles de niños colombianos, ser un gran futbolista.
De hecho, María de las Lajas Palma, su madre, recuerda que “todas las tardes cuando salía del colegio se iba a entrenar fútbol, luego llegaba a la casa, comía y se ponía a estudiar hasta muy tarde”.
Durante esas noches estudiando a la luz de tres velas, ya que la ciudad no contaban con electricidad ni acueducto, Ricardo no imaginaba que su destino estaba más allá de las canchas, en ese elemento vital que rugía con las mareas y que caía del cielo en las tormentas.
Aunque amaba el fútbol -y es seguidor del América de Cali-, ya desde muy pequeño tuvo una vocación intelectual que no podía ocultar y lo hacía destacarse.
Doña María de las Lajas evoca que Ricardo ya leía en el preescolar y le encantaban los cuentos, por ello se volvió un paseo habitual llevarlo a leer en la única biblioteca de Tumaco.
“Allá iba yo con mi mamá a hacer tareas y a leer libros, debido a que mis dos padres eran profesores, en la casa nos inculcaban la lectura y compraban libros infantiles y también historietas para que mis hermanas y yo nos entretuviéramos”, comenta Torres.
En esa biblioteca también tuvo la oportunidad de leer revistas de variedades y algunas de la serie ‘Muy interesante’, dedicadas a la divulgación científica, en las cuales encontró temas que le llamaron mucho la atención. “Recuerdo haber leído sobre un tomate gigante que habían modificado genéticamente y de un algodón que se iluminaba, todo esto comenzó a formar mi vocación por la ciencia”.
Influenciado por lo que descubría en sus lecturas precoces, Ricardo se abrió a nuevos sueños que no eran los comunes de la mayoría de niños. Cuenta su madre que una vez mientras lo llevaba de la mano, su hijo se detuvo y le dijo: “mami, yo voy a ser científico”.
“Yo pensé que eso sería muy difícil de lograr y menos con los sueldos de maestros que nosotros recibíamos cada tres o cuatro meses, no tendríamos para mandarlo a una gran universidad. Pero le dije que sí, que si él quería podía lograrlo”, expresa María de las Lajas.
El dilema entre dedicarse al fútbol o a la ciencia se definió cuando, a los 16 años, Ricardo terminó su bachillerato en el Liceo Nacional Max Seidel de Tumaco, donde también enseñaban sus padres. En esa institución logró ser el mejor estudiante y obtener el puntaje de Icfes necesario para inscribirse en una universidad pública.
Los ruegos del entrenador de fútbol, quien aseguraba que Ricardo tenía un futuro promisorio como volante marcador en este deporte, que sería muy valorado por ser ambidiestro y patear penaltis con cualquiera de los dos pies; no lograron convencer a la pareja de maestros, puesto que de inmediato enviaron a su hijo a la Universidad del Valle en Cali.
Allí se dedicaría por completo a la ciencia y gracias a sus capacidades intelectuales lograría catapultarse a algunas de las mejores universidades del mundo.
Muchos años después sentado en su estudio en Medellín, Ricardo expresa con tristeza que “esa biblioteca de Tumaco ahora no existe y los niños ya no tienen la oportunidad de ir con sus padres y descubrir todas esas maravillas de la ciencia”.
De Tumaco para el mundo
Ricardo Torres no olvida que en su Tumaco natal, él y sus hermanas, debían sacar agua de un pozo y recoger de la lluvia para que la familia pudiera usarla en sus necesidades diarias.
También recuerda que el agua debía ser hervida en fogones para purificarla, eliminando bacterias y gérmenes. Él no lo sabía entonces, pero ahora reconoce que en ese acto cotidiano aplicaba una ciencia a la que dedicaría toda su vida: la química.
Después de probar dos semestres estudiando Física e Ingeniería Química en la Universidad del Valle, así como adaptándose a una nueva ciudad, finalmente se dedicaría por completo a la Química pura, ciencia con la que sintió una empatía inmediata.
“Me quedé solamente con Química, porque lo que me apasionaba era el trabajo en laboratorio y los descubrimientos científicos”, afirma Torres.
Puesto que en el segundo semestre del programa ya encabezaba la lista de los más altos promedios y al finalizar la carrera ocupó el primer puesto entre los estudiantes de su curso, la universidad le otorgó una beca para continuar estudiando una maestría.
Fue por esos días que Ricardo se conoció con el químico César Pulgarín, profesor del Instituto de Ingeniería Química en Lausana (Suiza) y quien había llegado a la Universidad del Valle para dictar unos cursos en esta materia.
“Allí lo conocí como un joven y brillante estudiante, por ello decidí invitarlo a venir a Suiza donde yo trabajo, a hacer una pasantía de investigación para su tesis de maestría”, asegura el profesor Pulgarín.
De este modo fue como Ricardo Torres tuvo su primera oportunidad de salir de Colombia y trabajar en Suiza, en una de las mejores instituciones científicas de Europa.
Cabe agregar que una de las condiciones exigidas para acceder a la pasantía en Suiza era dominar el inglés o el francés, esto no fue inconveniente para Ricardo, ya que llevaba varios semestres aprendiendo francés en Cali, debido a que “otro de mis sueños era conocer París”.
En su juventud. Ricardo Torres fue compañero del jugador tumaqueño Jairo ‘El Tigre’ Castillo, en la selección Nariño de fútbol.
Purificar las aguas
Después de terminar su maestría en Suiza donde se especializó en electroquímica, volvería a Colombia para dedicarse a la docencia: estuvo un año en la Universidad de Nariño y de allí saldría para vincularse permanentemente en la Universidad de Antioquia, Udea.
Estando allí tuvo la oportunidad de salir hacia Francia a la Universidad de Savoie donde realizaría su doctorado en Química con una investigación en sonoquímica. Posteriormente, fue invitado por la Universidad de Toronto para hacer un posdoctorado, también en esta especialidad, en Canadá.
La sonoquímica en tratamiento de aguas, como explica torres, es la aplicación de “ondas de sonido con frecuencias superiores a las audibles por el oído humano, que son comúnmente conocidas como ultrasonido, para generar efectos físicos y químicos capaces de destruir contaminantes orgánicos y eliminar bacterias y virus tanto en aguas residuales como en aquellas destinadas al consumo humano”.
Al finalizar toda esta odisea académica en 2011, Ricardo tenía 35 años y ya era el director del grupo de investigación en Remediación Ambiental y Biocatálisis de la Udea. En el campus de esta institución, actualmente tiene un laboratorio donde trabaja con estudiantes nacionales y extranjeros que llegan a formarse con una de las autoridades mundiales en sonoquímica.
Torres adelanta importantes investigaciones aplicando la sonoquímica a la limpieza del agua, y esta valiosa contribución al desarrollo de tecnologías para la purificación del líquido vital lo ha convertido en un referente mundial, con miles de citas y consultas en importantes revistas científicas.
Pero, particularmente su aporte al país es vital, como afirma el profesor Pulgarín: “en el área que trabaja el profesor Ricardo Torres hay mucho que hacer en Colombia, donde el tratamiento de las aguas residuales es muy incipiente, muchas de las cuales van a dar a los ríos donde comunidades enteras toman para su sustento. Por lo tanto, para garantizar la salud, estas aguas necesitan tratamientos extremadamente sofisticados, ese es el gran objetivo de sus investigaciones”.
Debido a esta impresionante trayectoria académica y a sus aportes científicos, Ricardo Torres recibió en dos ocasiones, 2012 y 2019, el premio al Afrodescendiente del año en Ciencia, otorgado por la Fundación Color de Colombia y El Espectador.
Como complemento a su labor científica y buscando contrarrestar la difícil situación que viven los jóvenes tumaqueños, Torres también dirige la fundación 'Tumaco en el corazón' a través de la cual apoya a los jóvenes universitarios de este lugar, “Tumaco en el Corazón es una fundación que creamos entre grupo de profesionales tumaqueños con el objetivo de brindar becas de sustento a los estudiantes universitarios de nuestra amada ciudad, de este modo podemos evitar que deserten de sus carreras y no caigan en manos de la violencia”.
Concluye el científico que con esta fundación podrán ayudar desarrollar y mostrar más talentos tumaqueños a nivel intelectual, puesto que "cuando me fui de Tumaco sentí mucha tristeza por compañeros míos que tenían incluso mayor capacidad que la mía. Ellos no tuvieron la misma fortuna. Muchas personas con talentos no pudieron desarrollar sus capacidades por dificultades económicas y falta de oportunidades. Siempre he creído que eso es una injusticia, yo fui privilegiado por mis padres y por las becas, pero sin eso, tal vez no hubiera sido posible y no puede ser que el futuro de todos este determinado por la suerte".