Diseñar productos para mejorar los procesos terapéuticos y reforzar el aprendizaje en niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA), no fue una tarea fácil.
La iniciativa surgió durante la asignatura Nodo de Uso, del programa Diseño Industrial de la Universidad Nacional, sede Palmira. Los estudiantes debían investigar y diseñar objetos reforzadores de aprendizaje para una discapacidad específica.
Andrés Mora, Johs Marlon Jérez y Sofía Castaño, se enfrentaron a su primer predicamento: no tenían un pariente o alguien conocido con algún tipo de discapacidad.
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Así que recurrieron a las fundaciones ArteVital y Vibrarte de Palmira, las cuales desarrollan talleres artísticos para personas con algún grado de discapacidad. Allí los contactaron con John Jannier, un joven de 15 años que tenía autismo y retraso mental leve.
Los chicos le plantearon la propuesta a su profesor Óscar Andrés Calvo, quien les habló del reto que suponía trabajar con un niño autista que tiene una percepción del mundo muy distinta a las personas ‘normales’.
Por eso, abordar esta condición desde el diseño, se les convirtió en un verdadero desafío.
El Trastorno del Espectro Autista, TEA, es una condición que tiene uno de cada 160 niños en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). En Colombia se calcula que hay 115.000.
Empezaron por hacer una investigación exhaustiva sobre varios referentes o juguetes que se utilizaban no solo para niños autistas, sino para distintas discapacidades que podrían ayudarlos.
Asimismo, estudiaron qué era el autismo, los tipos que existían, tratamientos y establecer las pautas a seguir.
Luego visitaron al niño y se entrevistaron con la madre y los terapeutas, quienes les explicaron que el menor tenía un autismo de segundo nivel y de un espectro intermedio que se mide por el nivel de comunicación.
John Jannier no hablaba, no se expresaba, pero tenía la tendencia a percibir ciertas cosas: le gustaba coger las flores, olerlas, y también sentir la textura del pantalón.
Todos estos datos fueron cruciales para elaborar estos reforzadores, pues de acuerdo con los terapeutas, los autistas tienden a sobreestimular uno de sus sentidos y, para el menor, era el tacto.
Aprendieron también que hay ciertos colores que los calman y ciertas formas que les producen seguridad. Con estos antecedentes los jóvenes empezaron a aterrizar el proyecto.
Primero desarrollaron varios modelos de reforzadores, hasta llegar a los tres mejores, los que lograron penetrar el mundo de John Jannier y generar una conexión con el mundo exterior.
“Entendimos todas estas cosas a través de entrevistas, de preguntar a la mamá, de analizarlo. Elaboramos como un historial de la vida de él, de los objetos con los que había entablado relación y fue muy llamativo saber que a lo largo de sus 15 años, solo jugó con cuatro objetos: un trapito, un globo con un nudo, un carro con un cordón y un gancho de ropa”, señala John Marlon Jerez, otro de los estudiantes.
Debido esa conexión tan intrínseca con este último objeto, toda la línea de juguetes o reforzadores se basó en un gancho. Teniendo cuenta las recomendaciones de los terapeutas en el sentido de que los colores debían ser pasteles para no sobreestimularlo y las formas debían ser orgánicas, los estudiantes desarrollaron una línea de juguetes o reforzadores de tres objetos.
Sofía Castaño Cuacialpud, una de los integrantes del grupo de diseñadores, anota que analizaron el entorno del menor, las actividades que realizaba, según las horas, lugar y con quién.
Al observar las estereotipias (ver recuadro), que para John Jannier era el movimiento repetitivo de su brazo derecho, fue determinante para realizar su trabajo, y también para el de los terapeutas y familiares que lo ayudaban en su desarrollo cognitivo.
‘Enganchados’
Fue así como nació la familia de reforzadores Hook, –gancho en español–, conformada por Pook, Gook y Jook, que tienen como concepto ‘engancharlo’ al mundo, a la realidad.
“En todo este proceso nos dimos cuenta que el autismo puede ser entendido como una realidad completamente diferente a como la interpretaría alguien que no tiene este trastorno; y son pocos los momentos en los que la persona con autismo puede entrar a nuestra realidad”, expresa la joven.
Los tres reforzadores fueron diseñados teniendo en cuenta las necesidades del menor. Dos tienen la función de estimular el desarrollo cognitivo y el tercero sirve como refuerzo positivo, es decir, si hace lo que le pide el terapeuta o alguno de sus parientes, se le da el juguete.
Los jóvenes hicieron una analogía entre un gancho de pesca y el niño, teniendo en cuenta que el elemento con el que más jugaba era un gancho de ropa. Por eso, los tres objetos aluden a animales marinos.
Los objetos diseñados son como un ‘gancho’ que funciona como medio de comunicación entre el niño, que para este caso sería el pez, y los terapeutas y familiares que serían los pescadores que quieren traerlo al mundo, establecer una comunicación con él. De ahí que es el eslogan del proyecto sea ‘Enganchándonos’ con el niño.
El primer reforzador es Pook, que explica Castaño, tiene la analogía con un pulpo y su objetivo es ayudar a mejorar la parte cognitiva y la motricidad fina y gruesa del niño.
Con este juguete, el menor debe unir las patas a un núcleo por medio de la asociación de formas, ya que cada unión es diferente y el nivel de fuerza que debe ejercer aumenta según el número de uniones que tiene cada pata.
Si realiza bien la actividad tiene un refuerzo positivo que es poder jugar con el objeto arrastrándolo. Además puede realizar su estereotipia porque el eje del núcleo del pulpo gira.
Gook, el segundo reforzador, es un Pez Globo, que nace como una esfera y tiene cuatro tipos de frutas cortadas a la mitad. El propósito era que el niño relacionara este objeto con su entorno, ya que la madre vende salpicón en un centro comercial de la ciudad.
El menor debe hacer la asociación de las frutas que ve y unir las mitades de cada una de forma correcta. Si lo logra tendría el refuerzo positivo que era jugar con la esfera haciendo el movimiento de su estereotipia, girándola.
Y Jook es un elemento inspirado en una medusa. Posee el mismo agarre digitopalmar y trípode que los anteriores. Su función es estimular sensorialmente al niño por medio de las fibras que tiene y el eje rotatorio que posee en el mango.
Este juguete fue diseñado no tanto para la terapia, sino para el disfrute del niño. Es un reforzador positivo de comportamiento.
Una anécdota que recompensa todo el esfuerzo y sacrificio que hicieron durante los cuatro meses que duró el proyecto, fue en la última validación, el niño tenía el gancho de ropa, – hasta ese momento su juguete favorito–, y le dieron a escoger entre aquel y Jook, y sin dudarlo prefirió a Jook.
“Fue un acierto porque se logró el objetivo de que le gustara. Le atrajo más por los colores, el movimiento y la textura del objeto”, precisó Andrés Mora.
Para el profesor Óscar Andrés Calvo, tutor de los jóvenes, este proyecto apunta más que a solucionar un problema, a generar puntos de encuentro entre diferentes realidades, posibilidades o maneras de existir: No desde la tendencia de inclusión, que busca más a que todos pueden entrar en un mismo espacio, sino al permitir otras maneras de habitar siendo diferentes.
“Esta iniciativa tiene un impacto holístico que es mejorar la calidad de vida de todos los que están alrededor de un autista, más que de la persona sola, dado que hay mayor compresión y respeto. Así, en un mundo cada vez más diverso, un síndrome, una ideología, una manera de ser, será sólo una posibilidad más entre muchas de vivir”, puntualizó.
El autismo es...