En pasillos y habitaciones de clínicas, en medio de pacientes que luchan por la vida y al lado de médicos que pelean contra la muerte, se la pasa Jhon Fredy González, un tulueño de 34 años que tiene ‘dos vidas’ o, mejor, dos profesiones, como él mismo lo dice: la de auxiliar de enfermería en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Fundación Valle del Lili, y la de payaso en ese centro de salud y en el Hospital Universitario del Valle.
En la primera comenzó como voluntario, pero después de un tiempo el mismo centro de salud lo apoyó para empezar a hacer turnos en la UCI y para ser payaso allí y en el HUV.
Su tarea, en ambos casos, no es nada fácil. Como auxiliar de enfermería es Jhon Fredy, y su labor es cuidar a los pacientes críticamente enfermos en la Unidad de Cuidados Intensivos, junto con el enfermero profesional.
Y como payaso es ‘Largo’, el nombre que decidió darle a su personaje. Enfundado en una llamativa vestimenta, en la que los colores nunca concuerdan, tiene la titánica misión de hacer reír, de entretener y de divertir a pacientes, muchos de ellos desahuciados y otros luchando cada segundo por sobrevivir.
Su historia como payaso comenzó hace siete años por una experiencia personal. Esa vez, visitando a un familiar enfermo, conoció a Caliclown, un grupo de cómicos que demostraron su poder de transformación con el paciente, al que hicieron reír, correr y abrazar como nunca lo había hecho.
Desde ese momento, Jhon Fredy vio lo que él llama “el poder del payaso”. Pidió su ingreso a Caliclown, pero fue más allá porque de igual forma se unió al grupo Sinfonía de Sonrisas, que es con el que está en la Valle del Lili haciéndoles divertidos los días a los recluidos en ese centro médico.
Jhon Fredy disfruta su trabajo como auxiliar de enfermería, pero se apasiona con su personaje de ‘Largo’ por los resultados que logra en esas habitaciones donde casi siempre se juegan la vida los pacientes.
Por eso no tiene problemas en salir de laborar en la Fundación Valle del Lili para ir con sus compañeros al HUV y tomar su rol de payaso. O terminar su turno de diversión en el HUV y trasladarse a la Valle del Lili para continuar esta vez con Sinfonía de Sonrisas.
“Más que lo económico, hay una remuneración espiritual, una remuneración del alma al encontrar tantas transformaciones de ambientes y en las personas”, confiesa.
“Como payaso, son muchas las bendiciones y las alegrías que obtenemos. Ver reír a un enfermo no tiene precio. Hemos logrado que el paciente que no quería hablar, hable; que el que no quería comer, coma, y que el que no quería comunicarse, se comunique. Allí se ve el efecto terapéutico del payaso, además porque es lo mejor para manejar el estrés”, dice González.
Y de estrés sí que sabe, como el de aquella vez que como auxiliar de enfermería le tocó un turno caótico en la Unidad de Cuidados Intensivos, pero asegura que todo cambió cuando llegaron unos payasos y transformaron ese caos y ese estrés en sonrisas, salvando de esa manera la jornada en la Fundación Valle del Lili.
González o, mejor, ‘Largo’, organiza con sus compañeros la agenda del día y las habitaciones a visitar; tienen el apoyo de un civil que se encarga de cuidar los espacios y de velar por las precauciones que se deben tomar, además de informarles si hay algún tipo de aislamiento o de duelo en alguno de los enfermos.
“El papel del payaso es jugar con lo que encuentre en la habitación, más que imponer o crear; muchas personas quieren ser escuchadas o les gusta proponer algo. Intentamos hacerles ver que estamos con ellos”, confiesa.
A cada habitación entran dos o tres payasos. La tarea es dura, pero han tenido aceptación en los pacientes. Primero deben analizar cómo van a entrar porque no saben qué van a encontrar.
“Nosotros vamos creando un ambiente; el hospital es como un teatro, y construimos una historia, pero muchas veces el paciente quiere otro juego o se engancha con lo que le proponemos y ahí comienza la risa”, dice.
Recuerda con especial cariño lo sucedido una vez con un paciente que no quería saber de nadie ni de nada.
“Me acuerdo de la transformación de una habitación, de un ambiente oscuro en cuidados intensivos, con un abuelo de 92 años. Lo conocía como paciente desde mi parte de auxiliar de enfermería. El señor no se relacionaba con nadie, no hablaba, mantenía somnoliento y con la familia poco contacto tenía. Llegamos a jugar con él, y un familiar nos dijo que al señor le gustaba mucho la pesca. Cogimos un atril que es donde se cuelgan los líquidos, y dijimos que teníamos una caña de pescar; como si se hubiera activado algo en él, el paciente nos miró con un brillo en sus ojos, cogió el atril y nos dijo que fuéramos a coger unas buenas tilapias. Se rió maravillosamente. Fue otra persona desde ese momento”.
En ocasiones encuentran enfermos que no quieren nada y por eso deben salir de la habitación, pero en otros hay satisfacciones, como la que tuvieron con una niña con enfermedad terminal.
“Hay un caso que por eso digo que el payaso de hospital es un personaje terapéutico. Nos dijeron que en urgencias pediátricas había un final de vida. Sabíamos que la energía en esa zona debía ser más baja, se trataba de una niña. Su mamá nos dijo que su hija quería jugar con nosotros antes de dormirse. Creímos que era dormirse normal. La niña nos pidió que le cantáramos salsa, comenzó a bailar y nos abrazó. Al salir de la habitación, la mamá nos dijo que esa era la forma como su hija quería despedirse de este mundo, feliz. Eso fue muy duro”.
Pero han sido más los finales felices que han tenido ‘Largo’ y sus compañeros. Por eso dice que, después de su labor de auxiliar de enfermería —como Jhon Fredy—, seguirá vistiéndose de payaso para hacerles el día más llevadero a los enfermos, convencido de que la risa es la mejor terapia para seguir esa dura lucha por la vida.