Con 74 años a cuestas y medio siglo de carrera, Roberto Carlos fue reconocido como Persona del Año por la Academia Latina de la Grabación. Retrato del brasileño que hizo del sentimentalismo una industria millonaria.
Es que Roberto Carlos, dice de pronto Fabiola Fajardo -una de sus más febriles admiradoras en Cali, dueña de una colección de 30 álbumes del artista- es como somos todos los románticos y como hay que serlo siempre: cursis, sin ningún pudor.
Lo asegura mientras enseña precisamente Grandes sucesos, un trabajo discográfico de 1999 en el que están prensados dos de los temas cardinales de la banda sonora de la vida de esta administradora de empresas caleña: Lady Laura y Detalles.
Recorriendo con su dedo índice las letras blancas que nombran esta última canción en la carátula, Fabiola comienza a cantar con su voz afelpada: ... mas casi yo me olvido de un gran detalle, un gran amor no va a morir así, por eso de vez en cuando tú vas a acordarte de mí...
La melodía se la dedicó alguna vez quien fuera su esposo. Nosotros nos habíamos dejado, de novios, por una infidelidad de él. Y yo, por puro despecho, me fui para Ibagué a donde una tía. Y hasta allá me buscó y me dedicó esa canción. Seis meses después nos casamos porque yo quedé en embarazo.
Porque Roberto Carlos Braga, durante 55 años de carrera, se ha dedicado a escribir sus canciones sin ahorrarse un gramo de melancolía: ...Cada parte de ti tiene forma ideal y si estás junto a mí, coincidencia total de cóncavo y convexo...
En sus inicios, mientras los artistas de su generación voltearon a mirar con entusiasmo hacia la samba y el bossa nova (género este que probó sin éxito), Roberto apostó por una música menos refinada, pero nacida de la emoción: la balada.
Y ganó. Canciones suyas como El gato que está triste y azul, Cama y mesa, Cóncavo y convexo, Desahogo, Amada amante, Despedida, Yo daría media vida, La distancia, Yo te amo y, claro, Detalles, ya tienen un lugar inamovible en el extenso cancionero iberoamericano de los románticos empedernidos.
Una fama que en 1988 lo puso ante un Grammy como mejor intérprete de pop latino y otras cuatro estatuillas del Grammy Latino, además del premio a la Excelencia Musical que le concedió en 2004 la Academia Latina de la Grabación. El jueves pasado, alcanzó quizá el único palmarés que le faltaba: ser reconocido como Persona del Año.
Pero mucho antes de que Roberto Carlos se convirtiera en el hombre del millón de amigos y en la leyenda más universal de todos los tiempos en Brasil, con el récord de 120 millones de discos vendidos en el mundo, vio muchas puertas que se cerraban.
Es un capítulo de su vida que ha espiado bien Paulo César Araújo -periodista, escritor e historiador brasileño- que dedicó quince largos años a documentar las luces y sombras del llamado Elvis Presley de la balada para recopilarlos en Roberto Carlos en detalles, biografía no autorizada del artista.
En Copacabana Discos -cuenta Araújo- le dijeron que no tenía cualidades artísticas. Voces como la suya aparecen 20 veces por día, le respondieron en Discos Continental.
Ni sus propios padres tenían fe en su talento vocal. Eran los tiempos, plenos años 50, en que la familia se había trasladado a Río de Janeiro desde la pequeña localidad de Cachoeiro de Itapemirim. Roberto contaba por entonces 14 años y caminaba con una prótesis en su pierna derecha, parte de la cual había quedado destrozada, debajo de la rodilla, por una locomotora de vapor que lo arrolló mientras disfrutaba del día de la fiesta de San Pedro, patrono de su ciudad natal.
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A pesar de esa limitación física y de su timidez, sus ímpetus musicales lo llevarían a fundar muy pronto la Joven guardia, un movimiento musical altamente influenciado por la música de The Beatles, como relata su biógrafo.
Fueron los días en los que ya comenzaba a transitar su camino hacia la composición de versos agradecidos, cargados de romanticismo que luego cobraban vida con su voz melosa: ... Quiero que me calientes este invierno y que todo lo demás se vaya al infierno...
En ese océano de críticas que le llovieron por dedicarse a las baladas, esa lírica sentimental fue el único leño al que pudo aferrarse.
Así que mientras luchaba por hallar su lugar en la música, cantó por un año en un club nocturno carioca y después en un cabaret de Río. Pero sería solo hasta los años 70 -después de ganar el Festival de la Canción de San Remo, Italia en 1968- cuando su voz comenzaría a ser hospitalaria para la radio de Brasil y la de toda Iberoamérica.
Tras ese despegue definitivo, rápidamente saltó del anonimato a la notoriedad y comenzaría una larga lista de trabajos discográficos. En 1971 aparecería el primero de ellos, Roberto Carlos, que contenía varias de las canciones que lo harían famoso, Detalles, Amada amante y Por debajo de los rizos de su pelo, que grabó como homenaje a otro gigante de Brasil, Caetano Veloso.
A partir de ese momento, el éxito fue imparable. Tanto, que desde diciembre de 1974, Globo -el más importante canal de televisión de su país- emitió un especial del cantante, cuyos niveles de audiencia obligaron a que la cadena lo convirtiera en su programa estrella de cada fin de año.
Lo que siguió después en su carrera tuvo varios capítulos memorables: grabar para la CBS de Estados Unidos sus primeras canciones en inglés, gestar álbumes como Roberto Carlos 1978 (que contenía uno de sus himnos, Lady Laura, dedicada a su madre), el cual vendió 1.500.000 copias; recibir más de quince discos de oro; cantarle al papa Juan Pablo II, en México, otro de los grandes temas de su cancionero: Amigo.
Y atreverse, con acierto, a lo que pocos artistas brasileños: cantar en español.
El significado de esa enorme carrera que ha construido pareció quedar resumido en las palabras que pronunciara ante una cámara el cantante español Miguel Bosé, minutos antes de entrar de la ceremonia de los Grammy Latinos que tuvo lugar en el centro de convenciones Mandala Bay de Los Ángeles, el pasado jueves, donde Roberto Carlos fue exaltado como Persona del Año por parte de la Academia Latina de la Grabación.
Dudo que exista alguien de la generación de los años 70 y 80 que no le deba algo a la música del gran Roberto Carlos. Con sus canciones nos hemos enamorado, con sus canciones hemos llorado y también hemos sido felices. Creó un estilo y se mantuvo fiel a él. ¿Alguien duda de que es una de las leyendas vivas más grandes de la música latina?.
Roberto Carlos lo sabe. También que la fuerza de su música y esa extraña seducción de sus canciones estriba en que él canta como si de verdad fuera el último romántico que queda sobre la faz de la tierra.
Persona del año
Alejandro Sanz, Carlos Vives, Maná, Julieta Venegas, Pablo Alborán, Leslie Grace, Seu Jorge y el colombiano Maluma fueron algunos de los artistas que participaron del homenaje que se le rindió en la reciente ceremonia de los Grammy Latinos a Roberto Carlos. Allí fue reconocido como Persona del Año 2015.
Agorero y maníatico
Hijo de un modesto relojero y una costurera, Roberto Carlos Braga nació el 19 de abril de 1941. Desde muy niño, su mamá lo acercó al catolicismo y a partir de entonces el artista brasileño asegura conservar una costumbre que lo acompaña a donde quiera que vaya: leer la Biblia y no faltar nunca a la misa de los domingos.
De esa fe nacería una canción que pronto se convirtió en un himno para muchas iglesias en el mundo: Jesucristo.
Roberto Carlos, sin embargo, es un agorero que practica una suerte de catecismo personal que incluye actividades que resultan poco fáciles de comprender: por ejemplo, no firma documentos cuando la luna se encuentra en fase menguante y evita pronunciar palabras de connotación negativa, como mantra de protección contra eventos desafortunados.
Según cuenta su biógrafo, Paulo César Araújo, se niega a pronunciar palabras como azar y mentira, y ha extirpado de sus conversaciones y canciones términos como infierno y maldad.
Y agrega a que estas conductas se deben, en gran medida, al cuadro compulsivo obsesivo con el que fue diagnosticado Roberto Carlos hace más de cuatro décadas. Al artista no le gusta vestir prendas de colores fuertes por lo que suele vérsele siempre en tarima de trajes blancos y azul claro y detesta los tonos rojo, morado y marrón, no solo en su ropa sino en todo su entorno.
Tiene también por amuletos salir de un lugar por la misma puerta por la que entró, no rebobinar jamás la cinta de un casete (pues para él significa un ejercicio de regresar al pasado), dejarles siempre a las ánimas el último bocado de comida y no comenzar ningún proyecto de grabación o de giras durante el mes de agosto. En esa larga lista hay otro dato que no es asunto menor: su desagrado por el número 13. No emprende ninguna actividad importante en esa fecha.
Muchas de esas manías han atravesado su carrera, pues es sabido también que tiene por agüero no prescindir de ninguno de sus músicos, a menos que se trate de una causa de fuerza mayor como la enfermedad o la muerte. Y aunque en sus inicios cantaba apoyado solo en una guitarra hoy en día no se sube a un escenario sino cuenta con al menos 30 músicos.
Esa misma rigidez la trasladó a su vida personal. Fue eso lo que lo movió a rechazar inicialmente la biografía de Araújo, a quien demandó por daños y perjuicios. Por eso decidió escribir su propia biografía y así contarle al mundo una vida marcada por el éxito y la fatalidad.