Ni siquiera la propia Camila Parker Bowles habría imaginado que iba a pasar de ser la mala del cuento a convertirse en la “amada reina consorte” de Carlos III de Inglaterra, viéndose rodeada del cariño de los hijos de su esposo y del apoyo y admiración de conciudadanos que aún llevan en su memoria a la reina Isabel II, de cuyo afecto en vida también disfrutó.
Pues bien, la duquesa de Cornualles fue durante mucho, mucho tiempo la despreciable amante del futuro rey del Reino Unido, la mala de un cuento en el que la princesa Lady Di era la más querida por los ciudadanos -no mucho por la reina Isabel II, como bien se sabe.
Pocos pudieron perdonarle a Camila que le correspondiera a Carlos de Inglaterra el amor que por ella profesaba y que ocasionara la ruptura de uno de los matrimonios más celebrados de todos los tiempos en la monarquía. La tristeza de la princesa era notoria, se apreciaba en las fotos, imágenes y entrevistas que daba. No pudo ser más trágico el desenlace, la madre de Harry y de Guillermo, murió en un accidente automovilístico, mientras huía de los paparazzis que no la dejaban en paz, según ella, dejando a los príncipes huérfanos. Y mientras ella seguía siendo la buena del cuento, Camila era la villana.
Así lo definió en una entrevista que le dio a Vogue, “he sido juzgada durante tanto tiempo”, Pero lo que parecía imposible, como en las actuales películas animadas, la villana pasó a ser la perfecta futura reina consorte y muchos empezaron a notar que no era la mujer de hielo que todos creían y que en el fondo tenía un gran corazón.
La propia Isabel II, cuando cumplió 70 años en el trono, anunció que al morir ella y al ascender su hijo al trono, su nuera pasaría a ser reina consorte.
Antes de ello, el 31 de diciembre de 2021, el Palacio de Buckingham anunció a través de un comunicado que Su Majestad estaba “encantada de nombrar a Su Alteza Real la Duquesa de Cornualles como Dama Real de la Muy Noble Orden de la Jarretera, dicho en español: el título más prestigioso de Gran Bretaña concedido por la reina, que le daba el mismo rango que sus hijastros.
Camila no sólo antepuso su amor por Carlos, al casarse con él en 2005. Dejó su orgullo de lado, aunque sabía que no sería fácil reinar en el mismo lugar donde tanto amaron a la Reina de Corazones, Lady Di. En una ceremonia discreta, en la que la soberana estuvo ausente, y ocho años después del fallecimiento de Diana, las críticas eran ácidas hacia la familia monárquica. Pero ella cuidaba cada paso que daba, para no entorpecer la feliz ascensión de su amado Charles al trono del Reino Unido. Optó por no tomar el título de Princesa de Gales, que ostentó alguna vez Diana, para no ofender al público.
Casada dos veces, la primera a sus 57 años y la segunda a sus 75, ella, que nunca había tenido que trabajar, se convirtió en presidenta de más de 90 organizaciones benéficas y asistir, al año, a más de 200 compromisos.
Como una amante resignada esperó 11 años desde su boda hasta el 2016, para que la reina Isabel II aceptara públicamente que ella era imprescindible en la monarquía y ella la convirtió en miembro de su Consejo Privado, una muestra más del respeto que la soberana sentía por su nuera.
Y llegó el día en que Harry, a sus 21 años, dejó de reprocharle a Camila que hubiera sido la tercera en la relación de sus padres: “No es la malvada madrastra, es una mujer maravillosa y ha hecho a mi padre muy feliz”.
Pero también hubo espinas en el camino de Camila, después de ser aceptada en la familia real, en el año 2020 el cuento de hadas parecía derrumbarse. Justo por la serie The Crown, que trató en su cuarta temporada el triángulo amoroso entre Carlos, Diana y ella, lo que revivió el odio, y el fantasma de Lady Di acechó. Muchos seguidores de Diana criticaron a Camila y en redes sociales el discurso de los fans se llenó de odio.
Pero todo aquello se difuminó gracias al valor que el hoy rey de Inglaterra, Carlos III ha demostrado en cuanto a su amor por su adorada reina consorte, Camila. Y es tal la confianza que le ha delegado que hasta su exesposo, Andrew Parker Bowles, fue uno de los invitados a la coronación en la que el soberano ratificó, una vez más, su veneración por la mujer que lo esperó por siempre.