¿Cuál cree usted que es la ciudad más grosera de Colombia? Esa misma pregunta se hicieron expertos en idiomas, en un reciente estudio en 20 ciudades del país, con el fin de comprender mejor las razones existentes detrás del lenguaje vulgar, mal hablado o soez de los colombianos.

El análisis estuvo a cargo de los expertos de Preply, una plataforma de aprendizaje de idiomas que conecta a autores con cientos de miles de estudiantes en 180 países y fue revelador.

La tierra del reguetón en el país, Medellín, es la ciudad más grosera de Colombia, seguida de Manizales y Cali, que ocupan el segundo y tercer lugar, respectivamente.

Eso lo dicen algunas cifras encontradas. Al indagarse sobre el número de groserías por día que se pronuncian en cada ciudad, el resultado fue el siguiente: en Medellín: 9, se presentó un empate entre Manizales y Cali, con 8 palabras soeces diarias; y entre Bucaramanga, Bello y Santa Marta, con 7; en Soacha, Pereira, Bogotá, Soledad, San Juan de Pasto y Villavicencio: 6; en Buenaventura, Valledupar, Ibagué, Cartagena, Montería y Neiva: 5 y en Cúcuta y Barranquilla: 4.

¿Considera que las mujeres son más groseras que los hombres? De acuerdo con el estudio, las mujeres usan en su cotidianidad más malas palabras, un 45,44 % de ellas dice más de cinco al día, mientras que los hombres alcanzan el 42,23 %.

En cuando al periodo de la vida en que más palabras vulgares se utilizan en la cotidianidad, la conclusión es que las personas entre los 16 y los 24 años son las que más dicen groserías al día con un total de 7 palabras, seguidos de los de 25 a 34 años y los de 35 a 44 años, ambos rangos dicen en promedio 5 groserías diarias.

El informe examinó también los ambientes donde los colombianos suelen recurrir a este tipo de lenguaje, y reveló que la interacción social con amigos es el escenario principal, seguido de contextos más íntimos, como el hogar y el carro. El lugar de trabajo, es, en cambio, un entorno donde la gente se cuida de usar malas palabras.

A propósito del tema, existe un Inventario General de Insultos, del español Pancracio Celdrán Gomáriz, en el que no podía faltar el famoso “badulaque”, pronunciado incluso por candidatos políticos y que significa “persona de poca entidad y de escaso fundamento”, otras expresiones son: “menguado”; “cantamañanas”; “zascandil”. O “garbimba”.

Closeup retrato enojado joven soplando vapor saliendo de los oídos, a punto de tener una avería atómica nerviosa gritando fondo negro aislado. Emoción humana negativa cara expresión sentimiento actitud | Foto: SIphotography

Según la ciencia...

Un estudio, publicado en la revista científica Lingua, muestra que el uso de palabras tabú puede afectar profundamente la forma en que pensamos, actuamos y nos relacionamos.

La gente, a menudo, asocia maldecir con catarsis o liberación de una emoción fuerte. Es innegablemente diferente y más poderoso que otras formas de uso del lenguaje.

Para los hablantes de más de un idioma, la catarsis es casi siempre mayor cuando se maldice en el primer idioma que en cualquier otro aprendido posteriormente. Maldecir despierta las emociones. Esto se puede medir en distintas señales, como el aumento de la sudoración y en el incremento de la frecuencia cardíaca.

La investigación neurocientífica sugiere que las palabrotas pueden estar ubicadas en partes del cerebro diferentes a otras regiones del habla. Y podría activar partes del “sistema límbico” (incluidos los ganglios basales y la amígdala). Estas estructuras profundas están involucradas en el procesamiento de la memoria y las emociones, que son instintivos y difíciles de inhibir. Esto podría explicar por qué las palabrotas pueden permanecer intactas en personas que han sufrido daño cerebral y tienen dificultades para hablar como resultado.

Para los antiguos helenos, el ‘idiótes’ era el ciudadano que no ocupaba un cargo público y se despreocupaba de los asuntos del Estado.

Los amigos son los mayores destinatarios de las expresiones soeces, contrario a lo que se cree, que son los colegas y parejas.

Según la psicología, las personas más mal habladas suelen tener la tendencia al neuroticismo, extroversión y hostilidad.

Las menos propensas a las palabrotas son más amables y minuciosas.