En 2014 el mundo conoció centenares, miles de libros: libros superfluos -como decía Ortega y Gasset-, bestsellers (‘50 sombras de Gray’, por ejemplo), libros virales (‘El libro troll’, otro ejemplo), novelas complejas y profundas (‘Así empieza lo malo’, de Javier Marías); en Colombia se publicaron ‘Pablo Escobar, mi padre’, escrita por su hijo; ‘La oculta’, de Abad Faciolince; ‘El mundo de afuera’, de Jorge Franco, las reediciones de la obra de García Márquez aprovechadas por la industria ante su muerte, etc., etc.

Decía: en 2014 se publicaron centenares, miles de libros. Solo en España, la industria editorial reportó la publicación de 72.426 títulos.
Entre esos centenares, entre esos miles, hubo uno, título general, ‘El hambre’, con más de 600 páginas, escrito por un periodista argentino que vive en España.

Es, como lo dice el propio autor, un libro que se proponía una meta que, a simple vista, podría parecer fácil: explicarse por qué en el mundo hay unos 800 millones de hambrientos y por qué en este mundo, en ese 2014 y en este 2017, mueren 900 mil personas cada año por hambre o “por causas asociadas al hambre”.

Podría parecer fácil, aunque en realidad se trata de una trampa: el hábito, la costumbre de saber que simplemente hay gente que padece hambre -que ‘hay hambrientos en el mundo’ como quien dice ‘hay aire en el mundo’ o ‘hay animales en el mundo’- nos inclina a pensar que es fácil, que el hambre existe porque sí, y que no hay mucho que explicar. Pero no.

Martín Caparrós, el argentino, nos enseña que, básicamente, todo está por explicar. Que hay que dilucidar el absurdo de que este mundo produzca alimentos que pueden saciar el hambre de 11.000 millones de personas, pero somos 7.000 y 800 millones no comen lo suficiente.
Explicar eso. Explicar por qué los precios de los alimentos suben. Explicar por qué hay ricos y pobres. Explicar lo que nos parece obvio.

Ese libro, ese uno entre los miles publicados en 2014, fue traducido al inglés, al italiano, al alemán, al chino, al francés, al portugués. Ganó el premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald, el Tiziano Terzani, el María Moors Cabot. Fue publicado en Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Holanda, Suecia, Estados Unidos, Brasil, Taiwán, Colombia, puntos suspensivos.

Es una paradoja: el libro sobre lo que el autor llama ‘el mayor fracaso de la humanidad’ ha sido todo un éxito. 

No es improbable que se trate de un clásico: que con el tiempo ‘El hambre’ se siga leyendo, o que los críticos lo califiquen en algunos años como uno de los trabajos periodísticos más importantes en décadas. No es improbable. Por ahora, lo que se puede decir es que el autor de ese libro, Martín Caparrós, es uno de los periodistas más importantes del planeta, aunque la palabra importante parezca no decir mucho.
Quizá sea mejor decir: uno de los más agudos, de los más perspicaces, de los menos complacientes, de los más leídos.

Además de ‘El hambre’, ha publicado ‘La historia’, una especie de parodia sobre la historia universal, de más de mil páginas; ‘Lacrónica’, un conjunto de reflexiones sobre el periodismo y la crónica; ‘Echeverría’, una novela sobre la literatura de Argentina, y otros tantos libros de ficción y no ficción y centenares de artículos en El País de España, The New York Times y el diario deportivo Olé (el fútbol es otra de sus pasiones desmedidas).

El autor y otros escritores internacionales y nacionales estarán en Cali del 1 al 9 de septiembre para participar en el III Festival de Literatura ‘Oiga Mire Lea’, organizado por la Biblioteca Departamental. Así habló Caparrós con Gaceta:

Usted dice que, de alguna manera, su libro ‘El hambre’ es un fracaso. Hace poco más de dos años que lo publicó y parece que el asunto del hambre no cambia mucho. ¿Cómo lidiar con el "fracaso" de haber escrito un reportaje de esa magnitud y ver que el tema que toca sigue igual?
Bueno, en verdad nunca tuve la pretensión de que un libro mío pudiera cambiar el hecho de que 800 millones de personas pasan hambre en un mundo que produce suficiente comida para todos. Los libros no hacen esas cosas, salvo unos pocos: la Biblia, el Manifiesto Comunista, el Master & Johnson. Pero, aún así, me sorprendió que este libro interesara a muchas personas, que fuera publicado en treinta países. Dentro de los límites del caso, es un buen signo: por lo menos hay gente que quiere saber, pensar sobre ese asunto.

Ese libro es de algo más de 700 páginas. 'La Historia' es más voluminoso. Usted, contrario a lo que se dice en muchas redacciones, cree que el lector sí quiere leer y no necesita muchos gráficos para tomar el periódico. ¿Cómo sostener esa convicción?
Si lo que queremos es centrarnos en los dibujitos, la solución es que volvamos a las cavernas. En Altamira, en Lascaux, el lenguaje era ése. Es una opción. Y es cierto que existe esta raza de editores que han creado un animal mitológico, el lector que no lee, y trabajan para él. Yo prefiero escribir pensando que hay quienes quieren leer, que se interesan, que buscan la prensa escrita por lo que allí se escribe. Y si no hay, mala suerte; siempre traté de hacer lo que creo que debo hacer, no lo que supongo que otros esperan de mí.

Usted ha dicho, o al menos ha dejado entrever, sus filiaciones ideológicas con la izquierda. ¿Qué piensa de la izquierda en Latinoamérica?
No, nada de “entrever”. He dicho muchas veces que, a falta de mejor definición, mientras la busco, sigo considerándome de izquierda. Y por eso lamento mucho todos esos gobiernos que, en los últimos 15 años en Latinoamérica, usaron ese rótulo para desperdiciar una gran oportunidad de mejorar la situación de millones de personas. Con sus engaños hicieron que tantos volvieran a desconfiar de cualquiera que se sitúa a la izquierda; ahora hay que empezar de nuevo, otra vez.

¿Y de la posverdad?
Me parece una palabra nueva para llamar lo más viejo del mundo: la mentira. La —falsa— historia de los hombres empieza con una mentira: cuando la serpiente engaña a Eva con la manzana, y Eva le cree. O quizá un poco antes, cuando ese mismo libro dice que hay un dios que creó este mundo en seis días. ¿Ahora vamos a descubrir que existe la mentira?

Hace poco publicó una crónica sobre una zona de concentración de guerrilleros de las Farc en el Cauca. ¿Cómo ve a posibilidad de la paz en Colombia?
Ojalá pudiera ser más optimista. Creo que el hecho de que las Farc hayan dejado las armas y traten de hacer política sin ellas es un gran paso adelante –para Colombia y para las Farc–, pero ustedes saben mejor que yo que faltan muchas otras cosas. Para empezar, que el Estado ocupe los espacios que dejaron las Farc, para evitar que sean otros grupos armados –políticos o comerciales– los que los tomen y retomen la violencia. Y, sobre todo, que empiecen a aplicar en serio los aspectos sociales de los acuerdos, porque sin eso ninguna paz va a durar mucho, ¿no?

Hace poco, también,  publicó un reportaje sobre una de las ‘Madres de Mayo’, investigada por desvío de recursos. ¿Cree que el periodismo es a veces complaciente con estas figuras casi sacras, como la Madre Teresa?
Más que complacientes, somos ávidos. Necesitamos “grandes buenos”, personas en quiénes creer, para poder creer que no todo está perdido. Necesitamos héroes, y yo creo que los héroes son siempre nocivos, reemplazos para nuestra incapacidad de conseguir nosotros mismos lo que deseamos o precisamos. Suelo recordar un diálogo de una obra de Bertolt Brecht, ‘Galileo Galilei’, cuando su ayudante le dice a Galileo algo así como: “Pobres las tierras que no tienen héroes”, y Galileo le contesta: “¡Pobres las tierras que necesitan héroes!”.

El papa Bergoglio tampoco es uno de sus grandes ídolos...
Sí, claro que sí. Me impresionó que cuando la iglesia católica se vio en una situación casi desesperada, cuando la mayoría la veía como una cueva de pedófilos y banqueros corruptos, recurrió al buen viejo peronismo –que tanto había aprendido, a su vez, de la buena vieja iglesia católica. El truco del peronismo siempre fue postular que no es lo que es: que los que lo conducen ahora se han desviado, pero nosotros –cualquier nosotros– vamos a devolverlo al recto camino. Junto con otros: el peronismo es una máquina de conservación del poder que funciona porque sostiene que se está renovando todo el tiempo, porque le dice a cada uno lo que quiere escuchar, porque concilia al ratón con el queso, porque dice que hace pero casi nunca hace lo que dice. Bergoglio, en síntesis.

¿A dónde cree que se dirige el mundo con Trump y Putin. Ah, y con Uribe?
Por suerte, a ninguna parte, porque si se dirigiera sería como aquel viejo dirigible, el Hindenburg. ¿Usted se acuerda del Hindenburg?
(El Hindenburg fue un dirigible alemán tipo zeppelin, destruido a causa de un incendio cuando aterrizaba en Nueva Jersey el 6 de mayo de 1937. El accidente ocasionó la muerte de 36 personas y supuso el fin de los dirigibles como medio de transporte. *Nota del periodista).

¿Qué piensa de la literatura colombiana?
No creo en las literaturas nacionales. ¿Qué une a Isaacs, García Márquez, González, Gamboa, García Robayo? ¿Un pasaporte? Porque no creo que en sus textos haya una homogeneidad que los haga comparables. Si es necesario armar banderas literarias, prefiero buscar vínculos más interesantes, más profundos que la patria.

¿Está de acuerdo con la legalización del consumo de drogas?
Empiezo por estar en desacuerdo con la palabra “drogas”. ¿De qué hablamos cuando hablamos de drogas? ¿Marihuana, cocaína, whisky, opio, basuco, nicotina, clonazepán? Hablar de drogas es un truco, otro más, para no mirar de cerca una cuestión. Algunas de esas drogas llevan siglos legalizadas, y nadie se espanta. Pero sí creo que habría que legalizar otras, las que no sean un peligro para sus consumidores. Y que, al hacerlas legales, se pudiera acabar con el negocio de los que se aprovechan de su ilegalidad: narcotraficantes, policías...

Cuando usted empezó en el periodismo lo hizo en una redacción en la que encontró a Rodolfo Walsh. ¿Hacia qué autores deberían mirar los periodistas jóvenes?
Creo que son los periodistas jóvenes los que tienen que contestar esa pregunta. Ellos tienen que elegir quiénes les sirven como modelos, quiénes no. Aunque modelos es una gran palabra. Yo lo diría en términos más simples: a quiénes quieren copiar, que es lo que uno hace cuando empieza en cualquier actividad, y a quiénes no.

¿Qué libros está leyendo?
Ahora mismo, ‘¿Para qué sirve la guerra?’, un ensayo del historiador británico Ian Morris que postula que las guerras son muy útiles para el desarrollo de la civilización. Pero no debería decirlo en estos días y en Colombia, ¿no?