El Encuentro Popular de Teatro ‘Salud, Paz y Ambiente’, llega a sus 27 años, de la mano de Esquina Latina. Su director, Orlando Cajamarca, hace un balance sobre el aporte del arte dramático a los jóvenes.

¿Cómo surge la idea de trabajar el teatro con grupos comunitarios?Todo surgió en 1983 cuando yo realicé el año social obligatorio para graduarme de médico. Yo venía haciendo teatro desde el segundo semestre de la carrera y se me ocurrió hacer una propuesta para trabajar en algunos sectores populares haciendo adaptaciones para un programa de educación en salud. Eso coincidió con que una fundación que dirigía un profesor mío de salud pública estaba indagando alternativas de trabajo social y comunitario, entonces convinimos que el teatro podría ser una buena herramienta para la pedagogía. Fue así como ese año, de la mano de los líderes comunitarios que trabajaban en esa fundación, empezamos a escribir los guiones y a montar las obras de teatro, todas encaminadas a la promoción de la prevención y promoción de la salud. ¿Y cuál es el punto de quiebre para que este trabajo enfocado en la salud se convierta en un trabajo meramente artístico?Ese quiebre se dio al poco tiempo, casi que al año, cuando me di cuenta de que lo que la gente quería, amén de recibir la obra de teatro, era ‘hacer teatro’. Entonces siguiendo el marco filosófico que imperaba en ese momento de trabajar con las comunidades, dimos el paso siguiente y así nuestros primeros espectadores se convirtieron en creadores. Arrancamos sin ninguna metodología, aprendiendo sobre la marcha. Solo con la certeza de que el teatro podía ser una herramienta de transformación social. ¿Y qué temas empezaron a trabajar en esos primeros años?Había en esa época toda una concepción filosófica que eran los procesos grupales, a través de los cuales se podían promover procesos de desarrollo. Paralelo a eso, aparece la idea de que la recreación, en el sentido más amplio, era una muy buena forma de hacer intervención social. Entonces dentro de ese modelo empezamos a aplicar el teatro. Y empezamos a trabajar temas que les preocupaban a los chicos como el amor, el desamor, la seguridad, la inseguridad los procesos de migración, en una época en que había una fuerte dosis de desplazamiento. Así, poco a poco, fuimos ampliando el espectro de trabajo a temas socialmente relevantes, siempre con la idea de que la teatralidad fuera una herramienta de vida, una posibilidad de transformación de ellos como individuos y de alguna manera generar un tejido social más sano.¿En qué momento crece el Encuentro al punto de convertirse en lo que es hoy?De los primeros años en el Barrio San Luis pasamos a trabajar en cinco barrios de Ladera y de Aguablanca, gracias a fundaciones como Daniel Guillard, en Antonio Nariño; la de Pilar Uribe de Bernal en El Diamante; Fundación para una Vida Mejor y Fe y Alegría. Fue tal el compromiso de los jóvenes que tuvimos la necesidad de capacitar multiplicadores; la demanda era muy grande y no dábamos abasto. Así que entre los chicos más despiertos fuimos inventándonos un método de trabajo para pasar el conocimiento. También sucedió que muchos querían tomar la posta del teatro, y aunque nuestra intensión nunca fue que se convirtieran en artistas, pues les dimos la oportunidad de capacitarse y pasamos de intervenir comunidades a que ellas nos intervinieran a nosotros. Hoy, de las 25 personas que están vinculadas laboralmente a Esquina Latina, 20 provienen de esos procesos que realizamos en los Encuentros Populares de Teatro. ¿Luego de 27 años, para qué les ha servido el teatro a estas comunidades? Es curioso pero muchos padres de familia siguen pensando que el teatro es cosa de vagos. Lo bonito es que la persistencia de algunos chicos por hacer teatro ha hecho que esa percepción cambie. Hace poco escuché a un padre que admitía en un foro cómo su hijo, a partir de la experiencia teatral, se había convertido en un mediador de los conflictos familiares. Y aquella historia famosa de chicos que pudieron haber estado en pandillas pero optaron por el teatro y se salvaron, es recurrente. Yo diría que en estos años, el teatro les ha servido a los jóvenes para convertirse en mediadores, para aprender a defender sus derechos como seres humanos, para vencer la timidez y la baja autoestima y, sobre todo, para enfrentarse a los problemas ya no a través de la violencia, sino de los argumentos. Porque el teatro es, a fin de cuentas, una herramienta de vida.¿Cómo han hecho para financiar los encuentros cuando es tan difícil el tema de los recursos culturales?En los últimos años los aportes del Ministerio de Cultura han sido un bastión importante; si no fuera por ellos quizá el oxígeno se nos habría agotado. A nivel departamental el apoyo es casi mínimo, pues la cultura no la tienen inscrita en sus prioridades. En cuanto a la empresa privada, es muy resistente, tiene mucha desconfianza con el teatro y es tacaña. Pero bueno, siempre aparecen obstáculos en el camino, pero todos se van superando.