“No hay billete”. Ese fue el primer consejo que dio Jorge Ramos a los periodistas jóvenes o que inician su carrera en los medios. Y lo justifica al explicar, en la charla que dio esta semana en Medellín, como ganador del premio Gabo a periodista del año, de la siguiente manera: “Como vamos de las pantallas grandes que daban dinero, a las pantallas chicas que no lo dan, el dinero se acabó. Si su idea era hacer dinero, escojan otra profesión”.

Pero mientras esta dura realidad aterriza a los más soñadores, rescata la mística del que Gabo llamaba “el mejor oficio del mundo”. Dice Ramos que el periodismo es esa profesión donde “siempre seremos jóvenes y rebeldes, porque estamos obligados a serlo para no desaparecer”, y se define a sí mismo como “un dinosaurio de 59 años” que se da cuenta de lo que es y que, al mismo tiempo, cambia de pantalla para prevalecer en un mundo cambiante. No obstante, advierte sobre el canto de sirenas que puede tentar al periodista de hoy: “Los más felices y exitosos no serán aquellos que se lleven más likes a su tumba”.

Por el contrario, advierte a las viejas y nuevas generaciones de periodistas, que el verdadero reportero es “un pesado”, “un incómodo”, “un rebelde”, “un contestatario” que se resiste a ir “a la boda y al bautizo del alcalde o del presidente”, porque su único capital, ya que no hay dinero, es la credibilidad.

Y para tener credibilidad, aconseja: “La posición del periodista debe ser siempre dudar, dudar del gobierno, no creerle nada a nadie. No nos quieren de amigos, pero eso es mejor. Prefiero ser su enemigo, sin importar quién esté en el poder”. Luego pregunta si el Alcalde de Medellín está entre el público reunido en el Orquideorama del Jardín Botánico de Medellín y, al verlo en primera fila, le dice. “No es nada personal contra usted” y le advierte que -por el simple hecho de ostentar un cargo de poder- todo periodista de verdad está obligado a no creerle lo que diga. El alcalde Federico Gutiérrez asiente, acepta lo que dice Jorge Ramos, y sonríe.

En 2010, Newsweek lo incluyó en su lista de los 50 más poderosos; fue uno de los 100 latinos de mayor influencia en Norteamérica según People en español y la revista TIME lo puso en la portada de la edición con las 100 personas más influyentes del mundo.

Añade el periodista que, aunque se ha enseñado en las facultades de periodismo el deber del equilibrio y de mostrar los dos lados de la historia, vivimos en tiempos que exigen tomar partido de una forma tan transparente que el público sepa dónde está el periodista parado.
“Estamos en tiempos extremos, hay un bullying en la Casa Blanca, y dictaduras en Cuba y Venezuela. En México, el gobierno de Peña Nieto no sabe dónde están 43 estudiantes, se le perdieron. Nuestra reacción debe ser la apropiada. Si no te mataran por reportear sería distinto”. Y aclara que lo que el público no perdona es la falta de transparencia y la connivencia con los poderosos, pero –asegura- sí entienden que tengamos posturas. “Nadie espera que seamos barriles vacíos”, dice.

Asegura que jamás el periodista debe ser neutral frente al racismo, la corrupción, la discriminación, las mentiras y la violación de los Derechos Humanos. “Tomen siempre partido en esos casos”, advierte.

Frente a las preguntas de los periodistas María Elvira Arango (Los Informantes, Colombia) y Rosental Alves (Centro Knight, Brasil), admitió que es muy mal entrevistado, y que siempre termina siendo él quien hace las preguntas. Y resaltó que los héroes del periodismo no son los que, como él, trabajan desde la trinchera de los medios en Miami, sino los cientos de periodistas mexicanos que trabajan en las regiones más apartadas sufriendo el embate de los carteles de la droga, sufriendo al alcalde de turno, a la policía corrupta del país, etc.

Y se preguntó cómo hizo el periodismo colombiano para superar fases tan oscuras de persecución, cuando su propio país lleva 36 periodistas asesinados en los seis años que lleva Peña Nieto como presidente de los mexicanos.

Le endilga la culpa al dirigente. “No es normal que haya 87.000 muertos y 36 periodistas asesinados”, en su gobierno. Y añade que para Peña Nieto el problema es de relaciones públicas o de percepción, pero se niega a reconocer lo evidente: los matan por ser periodistas. “Algo deben haber hecho bien ustedes, en Colombia, que los mexicanos debemos aprender”, confesó.

Sobre el asunto de las drogas, tampoco es neutral. Cuenta que acaba de ver la encuesta de salud de los Estados Unidos, que revela que 20 millones de personas consumieron drogas ilegales en el último mes. “Trump se queja, pero la culpa es de los consumidores”.

Ramos escribe una columna semanal en más de 40 diarios del mundo y ha escrito 12 libros. Ofrece charlas en universidades, también incursionó en el mundo de las conferencias TED.

De regreso a los consejos para los periodistas, destaca a la generación de Millennials que tantas veces son criticados por su supuesta indiferencia. “Los veo. Trabajo con ellos. Y lo mejor de su actitud es que dudan de todo, sus papás deben estar hartos y está bien. Ellos tienen una idea de la igualdad que nosotros, los de generaciones pasadas, no tenemos tan clara. Para ellos todos somos iguales por origen, sexo, raza, religión, y eso es saludable”.

Sobre los ‘dreamers’, esos chicos ilegales que llegaron a Estados Unidos siendo niños y que ahora se enfrentan a la posibilidad de ser expulsados del único país que conocen, por culpa de Trump, dice que le han enseñado una lección importante: “El primer paso es vencer el miedo”.
Inspirado en ellos, recuerda que debe hacerle al poderoso “esa pregunta que me hace sudar, que me hace correr el corazón, esa pregunta que debo hacer por incómoda que sea”.

Lo que lo lleva al mandato número 1 del periodista, en su opinión: “Cuestionar a los que tienen el poder. Si no lo hacemos no servimos. Si no lo hacemos nosotros, nadie más lo va a hacer”.

Sobre su batalla personal y mediática con Donald Trump, revela que le escribió un mail cuestionando esa famosa acusación que hizo sobre los mexicanos como “violadores” y “asesinos”. El desenlace es que la pregunta molestó a Trump, quien publicó la carta con todo y el número de teléfono de Ramos. “Recibí insultos, pero también me llamaron personas que tenían libros y discos y querían publicarlos”, y añade con humor “al final lo que logró es que cambiara el teléfono por uno mejor”.

Pero si hubo un momento impactante y emotivo durante su charla, en el marco del premio García Márquez, fue cuando habló sobre Colombia. “No sé si ustedes se dan cuenta de cuánto los admiramos en el exterior.
No habían pasado un solo día de paz y prefiero verlos de pelea en televisión que con armas en la selva. Tuvieron la valentía de decir ‘se acabó’ y entiendo que hay cosas que aclarar pero admiro lo que han logrado porque son ejemplo para la humanidad, de lo que los países deben hacer para dejar el odio y la violencia”.

Ante el público emocionado, concluyó: “Síganse peleando, pero en el Congreso”, contó que frente al televisor vio una escena de insultos, riñas y peleas entre senadores colombianos, y que él estaba de pie aplaudiendo aquello, porque esas peleas “evitan que lo hagan con armas en la selva”.

‘Dreamer’ incansable

Por:  Laura Weffer Cifuentes/ FNPI.

El intento de asesinato de Ronald Reagan le cambió para siempre la vida a Jorge Ramos. Antes del 30 de marzo de 1981 él creía que quería ser psicoanalista, futbolista o político. Creía que esas disciplinas saciarían su curiosidad por el otro y su fascinación por el poder. Sin embargo, un giro del destino le mostró cuál era su verdadera pasión.

“En este tiempo trabajaba en la radio. Ese día habían intentado matar al presidente de los Estados Unidos y el director de la estación se paró en la mitad de la redacción y preguntó quién hablaba inglés. Algunos pocos levantamos la mano. Luego preguntó quién tenía un pasaporte vigente y el único que quedó con la mano arriba fui yo. Entonces, de una vez y sin miramientos, me enviaron a hacer la cobertura del evento a Washington D.C. Imagínate, yo que nunca había salido a reportear”. El joven, que luego se convertiría en el reportero por excelencia, acababa de cumplir 23 años. 

A partir de ese momento quedó prendado del que Gabriel García Márquez calificó “el mejor oficio del mundo” a tal punto que su marca personal, está definida por dos factores: el ser periodista e inmigrante. Lo repite hasta el cansancio, en esas dos palabras se concentra su esencia.

Su reconocimiento internacional se acrecentó luego de que Donald Trump lo echara, con unos funcionarios de seguridad, de una rueda de prensa que ofrecía en Iowa. No respetó el orden de palabra, nadie lo llamó. Simplemente se puso en pie y empezó a preguntar. Pero si vamos a ver, eso es lo que hace Ramos todo el tiempo. Pregunta, repregunta, encara, no titubea y no se detiene hasta obtener respuesta. Hay quienes lo acusan de ser un “junkie” del conflicto.

En cualquier caso, para los periodistas, esa conferencia hubiera sido otra aburrida oportunidad para que el hombre ofreciera su muro y sus restricciones a los latinos. Pero Jorge se encargó de hacer escuchar su voz, que en realidad es la misma de todos aquellos que tuvieron que dejarlo todo con el sueño de encontrar algo.

Rompiendo el cascarón

El nido de los recuerdos está en la ciudad de México. La casa donde creció. El cobijo de la nostalgia y de los olores. Un recuento de memorias que guarda en el mismo rincón en el que dejó el equipaje, con el que salió a recorrer mundo cuando decidió que la autoridad lo asfixiaba. Esa casa, ubicada en una urbanización de clase media, es el mismo espacio en el que descubrió que su padre era desdichado porque no pudo ser todo lo mago que quería. Arquitecto de profesión, su verdadera pasión era hacer trucos a lo Houdini.

“Mi papá debió dedicarse a la magia y yo aprendí de eso. Crecí con un papá que no era un ser muy feliz. Que estaba angustiado”. Cuando pronuncia la palabra “angustiado”, la segunda “a” se alarga, se queda colgada. Se quiebra un poco. Es un instante, casi imperceptible. Pero como experimentado hombre de televisión, se recompone de inmediato. Intacto prosigue su relato.

Viene de una casa en la que se escuchaba mucho, se hablaba poco y se celebraba nada. “El otro día le pregunté a mi mamá por qué no había fiestas en mi casa. Y me dijo una frase demoledora: es que no había dinero para eso”. Es el mayor de cinco hermanos: cuatro varones y una hembra; se llevan un año de diferencia. “Entendimos pronto que la felicidad no era bailar, no para nosotros”.

Ni siquiera porque el propio Luis Fonsi intentara enseñarle al ritmo de Despacito. Su cuerpo se resiste. Siempre recto, con la espalda como una flecha, solo se inclina cuando está haciendo una entrevista. Sentado, se concentra en su interlocutor, lo mira fijamente e intenta acercarse para crear un ambiente tan íntimo que el resto del mundo parece desaparecer. La máxima extravagancia que se permite con músculos, tendones y huesos es jugar fútbol los sábados.

Cuando decidió ser periodista, lo hizo en contra de la familia que esperaba que fuera abogado o médico. La figura paterna aparece de nuevo. Forma parte de una tríada autoritaria que marcó la ruta de sus decisiones: su padre, la escuela católica y el estado. Cada una en su dimensión doméstica, religiosa y colectiva le mostró las bondades de la libertad y del respeto de los derechos del otro. Y le hizo contraatacar cualquier gesto que tuviera un tufillo autocrático.

-¿Su padre vivió para ver su éxito?

-Sí, hicimos las paces vía satélite. Veía todas las noches el noticiero en el que yo aparecía. Cuando lo llamaba para preguntarle a ver qué le había parecido tal o cual noticia, me respondía: yo no estaba viendo el programa, te estaba viendo a ti.

Su casa está en Miami, donde vive hace 28 años. Donde está su oficina, su historia, su ascenso, su reconocimiento. Su zona de confort. El lugar donde se ha labrado la “fama”.

Metódico y organizado. Así lo describe su compañera de noticiero durante más de dos décadas, María Elena Salinas. “Vi cómo fue creciendo, cómo se fue abriendo camino, cómo fue formando su estilo.
Antes compartíamos oficina -dice desde un espacio conquistado únicamente para ella-. Lo escuchaba cuando llamaba a los medios y ofrecía su columna de opinión gratis y les decía a los editores que la tomaran y que, si les gustaba, hablarían de negocios. Diría que Jorge es organizado, formal y disciplinado”.

Ramos ha entrevistado a George Bush padre e hijo; a Bill Clinton, a Barack Obama varias veces. A Hugo Chávez lo entrevistó rodeado de gente, en una cancha de basquetbol. A Fidel Castro lo emplazó con una pregunta incómoda y sus oficiales de seguridad lo empujaron hasta hacerlo caer. Ha cuestionado a Carlos Salinas de Gortari, Enrique Peña Nieto y a Bill Gates.

Al ser consultado sobre si se ha sentido intimidado por una mujer, sonríe y dice: muchas. Todo el tiempo. En ese sentido, las intimidaciones vienen por todos lados. Ramos ha tenido tres relaciones sentimentales de larga data y de su primer matrimonio tiene dos hijos. Sus dos principales referencias periodísticas son mujeres: Oriana Fallacci y Elena Poniatowska. A ambas las admira por su capacidad de esculcar, de indagar, de no dejar piedra sobre piedra. Y de enfrentarse al poder.

El ganador

El viernes 29 de septiembre en Medellín, Jorge Ramos recibió el premio a la Excelencia Periodística en el marco del Festival Gabo de Periodismo y este fue su discurso de aceptación del galardón.

“Hoy vengo aquí a pedirles -no, más bien a rogarles- que no sigan las instrucciones de sus gobiernos, que se rehúsen a creer muchas de las cosas que aprendieron en las escuelas de periodismo, que no siempre le hagan caso a sus padres y maestros, y que no sigan al pie de la letra los preceptos de lo que se supone debe ser un reportero respetable. Hoy vengo a pedirles que desobedezcan.

A todos.

Desobedecer, al final de cuentas, es una transgresión. El buen periodismo siempre rompe algo; nunca deja las cosas como están. Por eso me gusta pensar en el periodismo como contrapoder. Hay que estar siempre del otro lado de los que tienen el poder y, particularmente, cuando esos poderosos abusan de su autoridad.

Por eso hay que desobedecer al bully antiinmigrante que hay en la Casa Blanca.

Por eso hay que desobedecer a los dictadores de Cuba y Venezuela.
Por eso hay que desobedecer al presidente de México, donde nos han matado tantos periodistas, y donde la mayoría de los crímenes queda en total impunidad.

Puede pasar de cubrir una operación de cerebro a cruzar el Río Grande o entrevistar a un cantante de reguetón.

Por eso hay que desobedecer a cualquiera que pida lealtad y paciencia.
Entiendo el periodismo como un servicio público. ¿Y para qué servimos? Servimos para hacer preguntas.

Aquí en Colombia tienen una hermosa palabra que dicen cuando uno asume toda la responsabilidad sobre algo y no hay más remedio: toca.
Bueno, nos toca precisamente a los periodistas hacer las preguntas incómodas, exigir rendición de cuentas y poner contra la pared a los presidentes y gobernadores, a los sacerdotes, empresarios y a cualquiera que acumule un poquito de autoridad.

Toca.

Cuando voy a hacer una entrevista con alguien importante o influyente -sobre todo si ocurre en un momento históricamente relevante- siempre pienso dos cosas. La primera es que si yo no hago las preguntas difíciles -esas que te hacen sudar las manos antes de soltarlas- nadie más lo va a hacer.

Y lo otro que pienso es que nunca volveré a ver al entrevistado. Es mejor así. Al final del encuentro no estoy esperando palabras amables ni más acceso en el futuro. A veces pasa que ese entrevistado al que fusilé, regresa para otra entrevista.

Estoy convencido que la principal función social del periodismo es cuestionar a los que tienen el poder. En casos de racismo, discriminación, corrupción, mentiras públicas, dictaduras y violaciones a los derechos humanos tenemos la obligación de romper el silencio y cuestionar. Para eso sirve el periodismo”.