Juan Gabriel Vásquez lanzará esta semana su más reciente novela, La forma de las ruinas. Se trata del exorcismo de una vieja obsesión: los crímenes de Jorge Eliécer Gaitán y Rafael Uribe Uribe. ¿Cómo sería Colombia en caso de que no hubieran matado al caudillo?
Uf, espérame que acá donde estoy se acaba de ir la luz brutal ehh
Juan Gabriel Vásquez está al teléfono. Se encuentra en una casa de tierra caliente, a hora y media de Bogotá, descansando junto con su esposa y sus dos hijas antes de iniciar la maratón que le espera: el lanzamiento en varias ciudades del país de La forma de las ruinas, su quinta novela.
A la mano tiene un libro del filósofo Philip Pettit, El hombre que no fue jueves de Juan Esteban Constaín y un libro de Joseph Conrad que extrañamente no había leído completo: Notas de vida y letras.
Sin embargo, el apagón dice más de sí mismo que sus lecturas recientes. La voz tranquila con la que conversaba hace unos segundos se escucha alarmada. Como si el sentimiento que ha atravesado su obra, el miedo, hubiera emergido de repente. Antes del corte eléctrico, Vásquez hablaba sobre ese asunto.
- Todos los colombianos que vivimos la época del narcotráfico tenemos una relación cercana con la violencia. Por eso sabemos de qué se habla cuando en mis novelas trato de explorar el miedo como ese sentimiento que definió la vida de toda una generación. En mi caso hay un episodio muy breve que cuento en la novela, de una vez que me salvé por segundos de una bomba. Después de haber pasado frente a la vitrina de un sitio en el centro de Bogotá, decidí no entrar y un minuto después escuché el estallido. Era una bomba que el cartel de Medellín puso en enero del 93 cerca de la Cámara de Comercio. Entonces estos roces, estas experiencias, sentir que la violencia extrema te pasa por el lado y sientes un poco el aire, a mí me ha marcado mucho.
En esa época tenía la idea de llevar una vida en la que uno siente que ha perdido el control, que todos los días puede salir de casa y no volver. Y la idea de vivir preocupado por el otro. No habían celulares y uno se preguntaba con miedo dónde estarán los papás, la novia, los amigos. Si se demoraban uno se angustiaba. Esos años nos cambiaron por dentro de maneras que no son evidentes, y que no se han contado.
Ahora, en el teléfono, Juan Gabriel Vásquez se escucha de nuevo aliviado.
- Ya volvió, ya volvió. (La luz).
¿Cómo nació La forma de las ruinas, esta novela repleta de teorías conspirativas que intenta explorar qué hay detrás del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y de Rafael Uribe Uribe?
Lo que pasó con esta novela fue que conocí a un hombre que por diversas casualidades de la vida, llegó a tener en su poder una vértebra de Gaitán. Su padre era un médico forense muy importante.
En el momento, hace más o menos una década, en el que él me puso en mis manos esa vértebra de Jorge Eliécer Gaitán, nació la novela, estalló el proyecto. Pero me tardé diez años para saber cómo escribirlo. Era un monstruo muy difícil de manejar y me tomó mucho tiempo en aprender a hacerlo.
¿La forma de las ruinas es, como El ruido de las cosas al caer, su anterior novela, un exorcismo, una exploración de esa violencia que lo marcó a usted y a todo el país?
La forma de las ruinas, al igual que mis otras novelas, nace de una curiosidad que luego se vuelve un interés fuerte y que con el paso de muchos años se convierte en una obsesión de la cual solo me puedo liberar escribiendo el libro. El libro, efectivamente, es un exorcismo.
La forma de las ruinas parte de una relación que yo he tenido durante toda mi vida con estos dos crímenes que narra la novela: Gaitán y Uribe Uribe.
El crimen de Uribe Uribe es una de esas historias que a mi padre le gustaba contarme. Yo recuerdo que a los 8 o 10 años me llevó al sitio donde mataron a Uribe Uribe, me explicó quiénes eran Galarza y Carvajal (los que, según la historia oficial, son sus asesinos) y me contó que lo habían matado con unas hachuelas. Entonces esta es una historia con la que yo he crecido con cierta familiaridad, aunque no me tocara directamente.
En cambio, el crimen de Gaitán sí me tocó mucho más de cerca. Mi tío abuelo, José María Villareal, era el gobernador de Boyacá cuando mataron a Gaitán el 9 de abril de 1948. Y la versión conservadora del 9 de abril es que mi tío fue más o menos el salvador de la estabilidad del país en ese momento, porque cuando la policía bogotana se rebeló, por ser gaitanista, la única manera de que el presidente Mariano Ospina mantuviera el control sobre las cosas era aceptar que el gobernador de Boyacá mandara a su propia policía, su propio Ejército, para controlar la situación.
Entonces eso quiere decir que yo crecí con una relación muy intensa con el 9 de abril, con sus leyendas. Esas historias formaron parte de mi mitología personal desde niño, y ya en la época de la universidad eso también se cuenta en la novela - mi primer cuento oficial es sobre el 9 de abril. Esta es una historia vieja, o más bien una obsesión, un demonio que me ha perseguido siempre.
Eso explica por qué la novela es también una especie de autobiografía. De hecho el narrador de La forma de las ruinas es un escritor llamado Juan Gabriel Vásquez
Yo soy, como muchos escritores, muy protector de mi vida privada. Pero el único momento en el que acepto hablar de mi vida privada es dentro del marco literario de una novela. La novela es para mí una manera de explorar el mundo, de conocerlo y de encontrar mi lugar, mi relación con las cosas. Pero eso en La forma de las ruinas tomó una importancia que no había previsto.
Es por eso que la novela está narrada por un personaje que se llama Juan Gabriel Vásquez, y que comparte mi biografía. Quise eliminar todos los intermediarios, las máscaras, los personajes que uno inventa para hablar de sí mismo sin que se note. Esta vez quise que se notara.
La novela tiene una cara confesional autobiográfica en la que he intentado explorar algunas de mis preocupaciones en el sentido en que los colombianos heredamos los crímenes, las violencias que han sucedido antes de nuestra vida.
A mí siempre me preocupó el hecho de que yo nací 25 años después del crimen de Gaitán y sin embargo, ese crimen sigue marcando mi vida y la vida de la gente que me rodea. En algún momento, cuando tuve a mis hijas, empecé a preocuparme por el hecho evidente de que ellas también iban a heredar esos crímenes, esas violencia, ese país, y la novela es una exploración de ese tema.
Además de autobiografía la novela también está escrita en clave de crónica, el lector se encontrará con una gran investigación...
A mí siempre me han gustado los libros que hacen más de una cosa al mismo tiempo. Esta novela es al mismo tiempo autobiografía, pero también novela histórica, pero también es una novela policial, pero también una novela de conspiraciones, en fin. Y parte de todo eso se relaciona con lo autobiográfico.
Todos mis libros salen de una investigación previa, son también una relación periodística. Yo voy por ahí hablando con gente, entrevistándola, tomando notas de la realidad, y en ese sentido el libro tiene un lado de crónica clarísimo.
La manera en que Juan Gabriel Vásquez, ese narrador de la novela, va descubriendo la historia, se parece mucho a la manera en que el Juan Gabriel Vásquez de la vida real fue descubriendo la historia.
Y sin embargo usted advierte al final que todo es una ficción, que hay que tener cuidado y ser responsables con lo que se está leyendo. ¿Por qué?
Esa advertencia es una manera de indicar el poder de la novela como género. Estoy muy obsesionado con eso. La novela como una manera seria de comprometernos con el mundo. A mí me molesta mucho que la novela como género se haya vuelto en los últimos años una especie de entretenimiento. Solamente eso. La relación con los lectores es absolutamente pasiva. Eso me molesta mucho porque yo creo que la novela es uno de los grandes inventos que se nos han ocurrido a los seres humanos para lograr una verdadera comprensión de nuestra relación con el mundo. Entonces lo que quiero proponerle al lector es que me acompañe en un viaje de verdadero descubrimiento de la historia del país, sin olvidar que es una ficción. Quiero darle ese valor a la novela como aparato para conocer el mundo. La advertencia también tiene que ver con el núcleo de la historia: la idea de que al país no le han contado la verdad sobre el crimen de Gaitán y tantos otros, y es por ello que surgen las teorías de la conspiración para intentar explicarlo. ¿Usted cree que no nos han dicho la verdad de lo que pasó el 9 de abril de 1948? Estoy absolutamente seguro de eso. Pero hay que hacer una distinción: yo estoy seguro de que no nos han contado la verdad sobre varios crímenes, y por eso es tan difícil dejarlos atrás, en especial el de Gaitán. Esa es la razón para que volvamos a contarlo, explorarlo, en libros de periodismo, de ficción. Y creo que conocer la verdad sobre esos crímenes nos permitiría mirarnos al espejo más fácilmente, como país. Pero, al mismo tiempo, nunca he sido adepto de las teorías de la conspiración. Me parece que las teorías de la conspiración son en esencia un mecanismo de defensa que tenemos cuando no nos cuentan la verdad. Los seres humanos entendemos el mundo a través de historias. Cuando la historia oficial nos dice mentiras, nos inventamos relatos para reemplazarlas. Las teorías de la conspiración son parte de estos relatos. Lo que me interesa en la novela es explorar esa relación rara que tenemos con la explicación del mundo a través de las teorías de la conspiración, esa necesidad casi fisiológica de explicarlo todo, y más cuando intuimos que nos han dicho mentiras. Pero hay teorías conspirativas que ponen a pensar, por lo menos las que plantea La forma de las ruinas ¡Claro! Lo interesante de las teorías de la conspiración, cuando están bien hechas, es que tienen la apariencia de la verdad y de la lógica. Y nunca las podemos descartar ciento por ciento porque finalmente la verdad está oculta, es algo que nos han escondido, con lo cual una explicación verosímil o bien armada nos seduce y nos consuela. ¿Cómo se imagina Juan Gabriel Vásquez a Colombia si no hubieran matado a Gaitán? Es una buenísima pregunta y no tengo una respuesta. Pero sé que el país sería mejor. No necesariamente por lo que hubiera hecho Gaitán. Gaitán es una de esas figuras que aunque le tengo cierto cariño a su imagen, no soy de los que lo considera un santo y un hombre perfecto. En realidad era profundamente contradictorio, difícil. Pues imagínate: era un hombre de izquierda, que la noche antes de su muerte estaba defendiendo a un militar que había matado a un periodista. El tipo estaba lleno de contradicciones como esas. Pero eso es lo que para mí lo hace apasionante. Lo que quiero decir es que era un gran hombre político, pero yo creo que es sobre todo una figura trágica. Como lo son las figuras de la gran tragedia clásica en la literatura y con esto quiero decir que su importancia viene de su muerte, no de su vida. Lo que ha marcado la historia de Colombia no es la vida de Gaitán, no es lo que él hizo en vida. Es su asesinato. Si no lo hubieran matado, entonces, no podemos imaginarnos qué país tendríamos pero sí sé que este sería un país mejor. El asesinato de Gaitán es la semilla de 300 mil muertos de la violencia partidista de mitad de siglo, y la violencia partidista es el origen de la guerra que vivimos hasta hoy y que estamos tratando de terminar con tanto esfuerzo. De alguna manera uno puede permitirse la licencia de pensar que sin el asesinato de Gaitán probablemente Colombia sería un país si no en paz, por lo menos sin este medio siglo de guerra. ¿Cuál es su mirada del país hoy? Yo creo que es un país muy contradictorio, un país que a mí me parece más intolerante, más fundamentalista en muchos sentidos. Es más intolerante desde el punto de vista religioso, es más machista de lo que era cuando me fui en el año 96, y al mismo tiempo es un país en donde hay una inmensa cantidad de gente tratando de influir en la mentalidad del país, cambiarla, para que se vuelva un lugar más abierto, más tolerante, más respetuoso de las diferencias políticas, religiosas, más respetuoso con las minorías. Yo creo que Colombia es en esencia un país en donde las minorías se irrespetan y hasta se matonean todos los días, siendo que la esencia de la democracia es la protección de las opiniones minoritarias. La democracia no es como se suele creer en Colombia, lo que diga la mayoría. La verdadera democracia es que las minorías tengan protección del Estado. Sean lo que sean. Eso en Colombia cuesta mucho explicarlo y cuesta mucho que la gente lo entienda. Y en este momento Colombia me parece un país dividido a causa del proceso de paz y de las muchas mentiras y calumnias que han lanzado los enemigos de la negociación. Yo estoy completamente a favor de que se debata, de que se cuestione lo que está pasando en Cuba, se interrogue lo que están haciendo los negociadores, pero no con mentiras, no apelando al miedo histórico, al fotomontaje, a la demagogia, a la calumnia que ha echado mano con tanta frecuencia cierta derecha de este país. Eso me parece que es jugar en contra de todos. Eso va a acabar dañándonos a todos y es peligroso. Entonces creo que hay una gran responsabilidad de los ciudadanos, de no creer en las mentiras que se están lanzando. Hablando de Colombia, y de literatura, ¿sigue sintiendo ese miedo que atraviesa su obra, el miedo que marcó a su generación? El miedo lo superé, lo exorcicé, no volví a pensar en él desde que me fui del país en el año 96, hasta el momento en que nacieron mis hijas. Yo creo que tener hijos es, entre muchas otras cosas más agradables, volver a encontrarse con todos los miedos. Creo que no es gratuito que solo tres años después de que nacieran mis hijas, comencé El ruido de las cosas al caer. Y desde luego que La forma de las ruinas está más que nunca preocupada por la figura de un padre en un lugar con una historia de violencia como la nuestra. ¿Qué parte de eso heredan los hijos? ¿Cómo heredamos las violencias del pasado y qué mundo les vamos a dejar a nuestros hijos? Esa es una de las grandes preguntas que se hace la novela. En La forma de las ruinas, y cambiando de tema, también se deja ver en parte el método de Juan Gabriel Vásquez, las manías, las influencias. ¿Cómo escribe en realidad Juan Gabriel Vásquez? En eso soy muy vargasllosiano. Creo en las virtudes de la disciplina. Cuando estoy escribiendo una novela trabajo todos los días con un horario fijo, en las mañanas. Soy un escritor de mañanas. De hecho me doy cuenta cuando llega la tarde porque la cabeza deja de funcionar igual y me vuelvo absolutamente idiota para la ficción. Trabajo los cinco días hábiles y los fines de semana estoy dedicado a mi familia, cosa que hago desde que nacieron mis hijas porque antes trabajaba seis días a la semana y a veces siete. También tengo muchas manías, pero la más fuerte es la necesidad del silencio. Cuando voy a escribir utilizo unos tapones azules y encima unos audífonos de estos que cancelan el ruido ambiente, para tener un silencio total en mi cabeza. Otra manía de las que vale la pena señalar es la de leer todas las mañanas diez o veinte páginas de un libro que cambia con cada una de las novelas que yo escribo, pero que por alguna razón misteriosa me sirve para entrar en la música de mi propio libro, como si fuera un diapasón, estos aparatos que utilizan los músicos para reconocer la clave. En El ruido de las cosas al caer era El gran Gatsby, de Fitzgerald, y La vida breve, de Juan Carlos Onetti. Los leía en las mañanas, para entrar en el ritmo del libro y luego me sentaba a escribir mi propio libro. Como un calentamiento. ¿No hay un plan específico, saber de antemano qué va en cada capítulo? No. Y eso es muy problemático, y muy poco práctico porque para el caso de La forma de las ruinas me obligó dos o tres veces a tirar 150 páginas a la basura, cuando me di cuenta de que la cosa iba por otra parte. Pero el lado bueno es que eso hace que la novela esté tan viva para mí como yo quiero que esté para el lector. Que sea tan impredecible para mí como quiero que sea para el lector. Javier Marías decía que hay dos tipos de escritores: los que escriben con brújula y los que escriben con mapa. Los que escriben con brújula saben que van para el norte, pero no saben nada más, mientras que los que escriben con mapa saben exactamente todo lo que va a ocurrir. Yo soy de los que escriben con brújula. Y eso me parece al mismo tiempo más difícil, pero más divertido. ¿Cuáles fueron las influencias literarias de La forma de las ruinas, por cierto? Yo creo que la primera gran influencia de La forma de las ruinas es la del inventor de la novela, que es Cervantes. Porque en este libro, mucho más que en ninguno de los otros que he escrito, hay una mezcla de géneros, una libertad en esa mezcla, que es una herencia directa de El Quijote. A partir de ahí creo que en la novela, como en todas las mías, están los escritores que me han marcado. Está Conrad, Dostoievski, pero también los vivos como Vargas Llosa, Javier Marías, los muertos recientes como Sebald. Sebald es una figura que está en la novela porque él recuperó para los novelistas ese derecho de utilizar imágenes como documentos que sustentan la trama. (La forma de las ruinas está documentada con fotos). Y Borges. Siento que Borges es otro fantasma que flota en la novela. Yo he tratado de utilizar lo que he aprendido a lo largo de muchos años de todas estas figuras para tratar de producir mi propia máquina que explora mis propias obsesiones. Termino: ¿es La forma de las ruinas lo que le sugiere uno de los personajes de la novela: el libro de la vida de Juan Gabriel Vásquez? Lo que voy a decir es muy arriesgado, casi una invitación a la mala suerte, pero yo escribí esta novela a partir de cierto momento con la convicción de que es el mejor libro que he escrito y que puede pasar mucho tiempo antes de volver a escribir algo que me deje tan contento. Uno se acostumbra a medir sus libros entre la imagen que tenía en su cabeza antes de comenzar a escribir y el resultado final. Con esta novela esa distancia es mucho menor que nunca.