Entre los filósofos que Margarita Rosa de Francisco lee constantemente, Platón, Schopenhauer, Nietzsche, Gadamer, Foucault… hay uno con el que definitivamente no quiere volver a tratar, se trata Jacques Derrida, el pensador francés famoso por su concepto de la deconstrucción. Según este filósofo del lenguaje, en todo texto escrito habitan diferentes sujetos, el autor y su fantasma, y este último, más difícil de captar, es el que revela las verdades que el primero no se atreve a manifestar, o que omite, a veces sin darse cuenta. Por eso, Derrida creó una estrategia para deconstruir la escritura y revelar la compleja —con frecuencia paradójica—, relación entre apariencia y verdad, lo otro que se oculta en las palabras.

La primera condición para una deconstrucción es hacer una lectura fragmentaria, tratando de buscar esas grietas donde el discurso del autor se rompe y deja salir sus motivaciones más profundas, las que permiten dilucidar el aspecto más humano detrás de una idea. En este sentido, el libro ‘Margarita va sola’, de la actriz y escritora caleña, puede considerarse un obra deconstructiva. Allí se encuentran las diferentes voces de una mujer que es muchas mujeres: diva de la actuación, exreina, figura pública, líder de opinión, escritora y caleña profesional. Desde cada ámbito Margarita tiene legiones de admiradores, seguidores, detractores y, más fieles que todos los anteriores, sus incondicionales haters. Cuando decidió cerrar su cuenta de Twitter a finales del año 2022, tenía 2.600.000 personas suscritas.

Pero, como indica el título de su libro, aquí Margarita asume el reto de irse sola al encuentro de sus múltiples “yoes”, y para lograrlo creó una arquitectura textual en la que su voz íntima, su voz pública y su voz literaria interactúan en un juego de espejos que se complementan —a veces—, se contradicen, se niegan, se distorsionan, se minimizan, y finalmente se aceptan en sus diferencias, un diálogo necesario, puesto que, de igual forma, conviven en una sola persona.

Margarita Rosa de Francisco nació en Cali, en 1965. | Foto: El País

Es conocida la admiración que profesa Margarita Rosa de Francisco por Clarice Lispector, pero más allá de su influencia literaria, ambas comparten el embrujo de su mirada, y como aquel reportero que sucumbió ante la escritora brasileña en una famosa entrevista, yo ahora en un lugar de Bogotá me declaro derrotado ante la escritora colombiana.

—¿Cómo fue el proceso de reescribir sus columnas de opinión para incluirlas en este libro?

Al hacer este sancocho de textos inéditos diversos con columnas, la primera labor fue la de seleccionar. Y en este proceso tuve dos ayudas valiosas, Mónica Sánchez Beltrán, con quien seleccioné los textos de opinión que merecían la pena estar allí. Con ella, que es una correctora de estilo y tiene gran criterio literario, trasquilamos muchas columnas. Luego, todos los textos que tenía inéditos, esos no los sometí al juicio de nadie, sino que los mandé como estaban escritos. Son los que he venido escribiendo siempre para mí, de forma paralela a las columnas que son públicas. Todo ese material se lo pasé a Carolina López, editora de Penguin Random House, y ella se encargó de hacer ese enlace tan interesante, escogió entre esos textos diversos un diario mío, algo muy personal y autobiográfico, una de esas cosas que yo pensé no iba a publicar nunca, pero en un acto como temerario, lo incluí. La editora utilizó ese diario pedaceado para intercalar estos textos, ejercicios literarios y columnas, hasta que todo el libro fue un solo cuento. Aunque tú puedes empezar a leer donde quieras.

—¿Cómo fue releerse a sí misma?

Me produjo mucha molestia al principio, descubrí cosas que ya no pensaba, así que las votamos directamente a la basura. Otras me siguieron pareciendo como dignas de estar en el libro, no necesariamente por buenas, incluso incluí una columna muy mala o que yo juzgo muy absurda, pero porque en el libro hago una crítica a esa columna. En ese sentido me parecía que debía ir, aunque sea una columna donde expreso una opinión que ya no tengo, me pareció interesante hacer ese ejercicio de autocrítica.

—En su primer libro, ‘El hombre del teléfono’, incursionó en la ficción, mostrando su calidad como novelista, pero en ‘Margarita va sola’ hay un destape personal. ¿Cómo fue la transición de la ficción a lo autobiográfico?

Me gusta que se refiera a ese libro como una novela, yo quisiera escribir una novela, pero creo que no tengo el talento para hacerlo, por eso considero que ‘El hombre del teléfono’ también es un texto que parte de lo autobiográfico, solo que ficciono muchos momentos, pero digamos que ese sí tiene una línea narrativa más lógica, hay que empezarlo a leer desde el principio.

Pero con este otro, yo no pensé que iba a hacer algún día un libro de columnas. Yo simplemente las iba escribiendo y paralelamente iba escribiendo para mí, porque ese ha sido mi hábito desde siempre, yo escribo para mí desde que chiquita. Entonces no fue que tuviera que hacer un paso para ir de un lugar a otro, sino que para mí seguía siendo la misma cosa, solo que esta vez el armado resultó inconsciente. Pero al leer el resultado final, fue como si yo misma no hubiera sido consciente de ese hilo conductor, que podía enlazar todos los textos como en un palimpsesto (manuscrito en el que se borra el texto primitivo para reescribir otro).

—¿Cómo nació el hábito de la escritura? ¿Por qué si ha sido tan permanente lo dejó en segundo plano, después de su carrera actoral?

Yo me he sentido actriz desde que abrí los ojos. Soy actriz desde antes de saber que había una cosa que se llamaba actuación. Todo el tiempo quería hacer un espectáculo de mi propia persona, para atraer la atención de mis padres, la atención de los niños del barrio, haciendo cosas como comedias en el colegio, era tal vez un afán de protagonismo muy grande. No le vamos a meter ahorita psicoanálisis a eso, pero me imagino que le pueden buscar muchos orígenes a eso de querer ocupar un lugar visible para mucha gente. Y eso lo seguí haciendo hasta grande, y como que se me fue mucha energía en ello, algo que se me facilitaba por ser muy histriónica, por eso me gusta cantar y ser muy teatral, en mi forma de comportarme, de vestirme y expresarme… y pensaba que la escritura era más un desahogo, porque tengo una relación con la palabra escrita desde pequeña, ya desde edad tenía preguntas filosóficas, aunque no las entendía bien por ser tan niña. Por eso, necesité de una psicoanalista que me ayudó a transitar por la angustia que me generaban todas esas preguntas, y ella me sugirió que escribiera.

Para mí era mejor expresarme por medio de la escritura que hablando. La escritura era una expresión para saberme a mí misma, lo hacía como algo íntimo algo que me permitía reconocerme, recogerme, porque lo otro, la actuación, es una expresión hacia afuera, que también la necesitaba. Es como de tener una dualidad, de querer exhibirme y querer estar adentro, es un poco también lo que pasa aquí en el libro, porque estoy manifestando cosas muy personales, pero la estoy publicando para que otros la lean, mantiene esa tensión de mi vida, pero en la escritura.

—Parte de la honestidad del libro radica en que confiesa su inseguridad, ante el hecho de ser escritora…

Me pasa que como no empecé a leer realmente hasta muy tarde, entonces llamarme escritora, o querer emprender una carrera como escritora, lo sentí como algo que no era digna de ser. Tengo un poco ese complejo de reina de belleza, de actriz, de la que podrían decir “ahora le dio por escribir a esta”.

Me pareció que merecía un poco más de esfuerzo de mi parte para poder ganarme un lugar respetable como como escritora, aún no me siento cómoda con esa etiqueta. Yo prefiero decir que soy actriz, pero la escritura desde luego ha sido esencial en mi vida y ahora cada vez más.

Publicado por el prestigioso sello Lumen de Penguin Random House. | Foto: El País

—El libro también es un registro de su experiencia como lectora…

Me he acomplejado mucho como lectora, porque mi adolescencia e infancia literaria son como cuando yo tenía 35 años, cuando empecé a desatrasarme y escribir para la prensa. Lo que leen los buenos lectores entre los 12 y 20 años, me tocó leérmelo, o quise leerlo todo, en poco tiempo para poder alcanzar, aunque sea un estatus de conversación elevado. No sé, es que yo siempre hago las cosas como si quisiera ganarme una medalla. Aunque he aprendido que en el mundo literario hay muchas pretensiones.

—¿La voz que crea al escribir podría entenderse como otro personaje que está interpretando? ¿Cómo si escribir fuera una forma de actuación?

Sí, porque personalmente no creo en el yo. Y cuando uno no cree en la identidad única, es porque dentro lleva una multiplicidad de yoes, o sea que no hay solamente un personaje, sino muchos.

—¿Por qué prefiere leer filosofía?

Lo que dicen los filósofos en sus libros me afecta mucho más que cuando leo otros géneros, además me proveen de herramientas teóricas para pensar sola, y así he aprendido a ser más yo misma.

—¿Por qué tuvo la necesidad de pensar por sí misma?

Siempre he tenido esa predisposición, me ha gustado pensar mi vida y pensar el vivir ajeno. Aún sin saber qué era filosofía, siempre tuve una actitud filosófica. Siento mucho asombro por el solo hecho de estar en el mundo. Que tengamos una vida, al igual que cuando era niña, es algo todavía muy extraño para mí.

—Y, como lectora, ¿tiene algún interés por la Cali literaria?

Por supuesto, inmediatamente viene a mi mente Andrés Caicedo, es inevitable. Un escritor que captó la realidad caleña. Hace muchos años lo leí y fue muy sugestivo, me pareció muy revolucionario que el personaje principal de su novela fuera una mujer. ‘¡Que viva la música!’ es una obra que me fascinó y sentí orgullo de que Cali pudiera producir un genio de la literatura.

—¿Cuáles, entre todos los filósofos que ha leído, son sus preferidos?

Indiscutiblemente mencionaría a Schopenhauer, me identifico con ese pesimismo suyo, que es un pesimismo redentor. Luego, a Nietzsche que bebió de él, pero dio un paso mucho más adelante, para no quedarse solo en lo malos que somos los seres humanos, sino que podemos superarnos. Cuando lo leí por primera vez me reventó la cabeza y ahora es un referente que siempre consulto. Pienso que Nietzsche fue fundamental para desestructurar el yo, que es lo que yo intento en mi libro con mi vida, porque mi pensamiento está plagado de su filosofía.