Toda línea, sostiene una teoría matemática, que se proyecte al infinito, tarde o temprano, termina por regresar al mismo punto, formando un círculo que contiene todo adentro de sí. La caleña Patricia López Caballero, artista plástica, coach ontológica y escritora, conoce como pocos en Colombia el misterio y el poder que encierran los círculos, en particular la figura ancestral del mandala.
Por eso, desde hace más de 20 años, viene enseñando a todos cómo interpretar y canalizar la existencia, lo emotivo y lo creativo, a través de los mandalas, una expresión artística y, al mismo tiempo, una herramienta terapéutica, que Patricia ha investigado durante gran parte de su vida.
Nueve libros lo demuestran, pero el último de ellos, ‘El camino del mandala’, es un recorrido en 8 pasos, con 64 mandalas de su propia inspiración, donde la artista busca que cada persona concentre su creatividad y la proyecte a niveles insospechados.
Patricia fue una de las invitadas a la pasada Feria Internacional del Libro de Bogotá, donde aprovechó para realizar un taller de mandalas con los asistentes. En conversación con El País, explica por qué los mandalas son mucho más que un pasatiempo.
—¿Cuándo empezó su interés por los mandalas?
Empecé a trabajar con los mandalas sin saberlo, desde muy niña. En clase ya trazaba mandalas, porque me ayudaban mucho a concentrarme, desde ahí fui entendiendo sus propiedades humanas. Después, más o menos hacia los 18 años, en un viaje a España vi en una librería un libro que tenía dibujos en la carátula, que eran como los míos, y decía mandalas. Compré el libro y ahí empezó el recorrido, me fasciné por este mundo y fui profundizando hasta entender que es una herramienta ancestral, que la han utilizado distintas culturas tanto en Occidente como en Oriente.
Más adelante también conocí la experiencia del psicólogo Carl Jung con los mandalas, supe cómo los incorporó en sus consultas y lo que significaron para él en su vida personal, así me fui dando cuenta que son algo mucho más poderoso de lo que pensaba.
Luego, cuando crecí y estudié arte, me investigué y conocí más a fondo toda la filosofía que representan los mandalas, y en este libro lo que pretendo es mostrarle a las personas que en realidad somos como mandalas, círculos viviendo dentro de círculos y caminando en un tiempo circular, donde todo se perfecciona.
—¿Cuáles son los beneficios que descubrió en los mandalas?
Que te permiten apagar el ruido exterior, las exigencias que hay sobre tu vida, lo que debe ser o no ser, y pintándolos te vas ratificando. Al trabajar la mente subconsciente y silenciar el ruido externo, pues tú vas encontrando dentro de ti un afianzamiento en quién eres, en lo que te gusta, en lo que sabes que puedes, en lo que quisieras crear para ti y esa es la propuesta del libro, que podamos ir todos caminando, a medida que pintamos, hacia la autorrealización. Así como los mandalas me ayudan concentrarme y aumentan mi capacidad de atención, también producen otros efectos, como la pacificación y el estímulo del yo creativo.
Esto sucede, porque en la medida en que incorporamos el concepto arquetípico del círculo, de dirigirnos hacia el centro, podemos estar en perfecta comunión con nosotros, un círculo donde podemos conocernos y reunir todos nuestros atributos, talentos y dones, algo que produce un proceso de empoderamiento, o de autoconocimiento tan profundo que vas ganando valentía para tu vida.
—¿Cómo los mandalas cambiaron el rumbo de su vida?
En un principio yo era abogada, pero llegó un momento de mi vida cuando tomé la decisión de volver a la universidad y estudiar arte, ahí empecé a explorar los mandalas desde la geometría y lo simbólico, a entender el cómo su forma es un medio de expresión del alma. Creo que ese cambio fue parte de mi propio camino del mandala, porque me ratificó en quien realmente era yo, alguien que se mueve por el arte.
Después, cuando sentí dominio sobre este arte del mandala, abrí un taller de mandalas acá en Bogotá, y me llevé una gran sorpresa cuando empezaron a llegar personas, con las que fui compartiendo mis conocimientos y también acompañando sus procesos humanos. También me formé como Coaching de Vida desde el enfoque ontológico, guiado hacia lo creativo, de modo que me permite brindar este apoyo y poder desarrollar la meditación activa a través del mandala y la creación de mandalas vivos como ofrendas. A partir de ahí fui profundizando más y más en el poder del mandala, al punto de que ahora es como una de mis más grandes herramientas tanto en mi vida personal como profesional.
—Para algunos, estos dibujos son solo adornos o pasatiempos, ¿por qué se suele trivializar el significado de los mandalas?
Sobre eso tengo una anécdota personal muy importante. En Bogotá yo hice un mural muy grande, de 70 metros, con mandalas pintados por niños. Pero algo sucedió antes de empezarlo, y que marcó mi vida para siempre: mi hermano mayor murió, él vivía fuera del país y a mí me tocó darle la noticia a mi madre. Nos encontramos y antes de contarle, le pedí que me ayudara a colorear unos mandalas, con esto buscaba que entrara en el dibujo y lograra llegar a un estado ánimo mucho más relajado. Recuerdo que ella empezó a colorearlos, mientras hablamos y llegamos a mi hermano. A los dos días me dijo, “yo no entiendo por qué, pero cuando me pongo a trabajar con esos dibujitos, siento la tristeza, pero siento que no me voy a ahogar de dolor”. Esa fue en carne propia la comprobación absoluta de algo que yo intuía hace tiempo, aunque esto fue en una situación extrema.
Hace muchos años en Colombia cuando empecé a hablar de los mandalas como algo más que dibujos, nadie sabía de qué hablaba, pero la fuerza de haber visto el efecto en mi madre y en mí, me hizo sostenerme y hoy, afortunadamente, adonde vaya en el mundo, el mandala está muy reconocido, su influjo en la vida de las personas, tanto en la pedagogía como en la psicología, como en la terapia, es una herramienta muy cotidiana.