En su libro ‘Mamá desobediente: una mirada feminista a la maternidad’, la periodista y socióloga Esther Vivas se pregunta: “¿Qué significa ser madre?”. Ante lo cual, muchos y muchas responderían con lugares comunes, casi sagrados, como: “Ser madre es amar sin pedir nada a cambio y por encima de cualquier limitación”... “Ser madre es sacrificio y dedicación absoluta”... “Ser madre es fortaleza y sabiduría”...
Ser madres es... un largo etcétera de virtudes casi sobrehumanas, entre las que nunca aparecen las palabras: libertad, deseo e independencia.
Pero, como explica la autora, este sentido sagrado y asexuado de la madre, entendida solo como una mujer dedicada al hogar y la crianza de los hijos, perfecta en su amor filial, como la Virgen, no es más que un modelo impuesto por el patriarcado, la religión y el machismo estructural que aún moldea la cultura.
Las nuevas madres hacen del feminismo una guía para la crianza de sus hijas, o enseñando a sus hijos varones, el respeto por las mujeres y la igualdad de género, previniendo que actúen de forma abusiva y machista.
Aunque, desde luego, la importancia de la maternidad no puede limitarse a una función biológica, históricamente el rol de madre se ha idealizado como el destino único de las mujeres, limitando su proyección y su impacto social como individuo autónomo.
“Con un argumento, el del destino biológico, que ha servido para ocultar la ingente cantidad de trabajo reproductivo que llevamos a cabo, el patriarcado redujo la feminidad a la maternidad, y la mujer a la condición de madre”, argumenta Vivas.
Es, precisamente, esta idealización limitante la que están superando algunas mujeres de las nuevas generaciones, que crecieron con una visión completamente diferente de la maternidad, en la que ser madre no es un destino, sino una opción que exigen escoger con total libertad.
El amor sin barreras sigue siendo el motivo que las lleva a decidirse por una familia, pero un amor que las impulsa, un amor que ya no las encierra.
Para Esther Vivas el feminismo no se opone a la maternidad, por el contrario,
lo que buscan las feministas es darle relevancia al embarazo, el parto, la lactancia y la crianza, para reivindicar la maternidad como responsabilidad colectiva.
Libres de escoger su destino
Para algunos, la libertad puede parecer un riesgo en la crianza, entendiendo esto como una ausencia de la madre. No obstante, como explica la psicóloga Annie Acevedo, en el siglo XXI la mamá ha salido de su rol de ser la figura parental central, delegando más compromisos y responsabilidades emocionales en el padre, y asumiendo con sus otros talentos y capacidades el peso económico de la manutención, lo que cambia la forma como los hijos ven a sus madres trabajadoras. De hecho, se pueden convertir en figuras de orgullo e inspiración.
“En una conferencia con expertos en crianza de Estados Unidos se encontraron ‘9 claves para criar hijos triunfadores en el siglo XXI’, y una de ellas consistía en que los menores debían tener madres trabajadoras, que además de no hacerles todo en el hogar, no estaban presentes todo el tiempo sobreprotegiéndolos, pero sí dedicándoles tiempo de calidad”, comenta la psicóloga colombiana.
De esta forma, afirma Acevedo en su libro ‘La buena crianza en el siglo XXI’, “los hijos crecen viendo el ejemplo de una madre productiva, con deberes que cumplir, permitiéndoles ser más disciplinados, menos dependientes y, por lo tanto, más autónomos”.
Un estilo por cada mamá
En este sentido, la nueva maternidad, aunque mantiene valores fundamentales de la tradicional, principalmente la responsabilidad y acompañamiento emocional, se ha diversificado en estilos que obedecen menos a idealizaciones, que a las ideas, políticas, proyectos personales y preferencias culturales de cada mujer que opta por ser madre.
“Hay tantas definiciones de madre como experiencias. No se puede hablar de una maternidad en sentido único. Cada vivencia depende del contexto social, las capacidades económicas, la mochila personal. No es lo mismo la maternidad biológica que la adoptiva; criar en solitario que contar con un entorno que te apoye; tener una criatura que criar a dos o tres; o volver al trabajo dieciséis semanas después del parto, cuando finaliza la baja, que tomarte una excedencia si lo que quieres es estar con tu bebé. Todo esto influye de un modo u otro en cómo vivimos la maternidad. Incluso una misma mujer puede tener experiencias distintas en función del momento vital por el que pase. No hay modelos universales”, señala Esther Vivas.
Por su parte, para Mara Tamayo, psicóloga clínica y familiar, “el concepto de madre ha cambiado mucho. En primer lugar, porque muchas mujeres jóvenes piensan muy bien antes de decidirse a traer un hijo al mundo, son más racionales y tienen más conciencia de todo lo que implica ser mamás, en comparación con generaciones anteriores. Claro que todavía, en países como el nuestro, son muy frecuentes los casos de embarazos adolescentes”.
Sin embargo, “para estas mujeres jóvenes y conscientes, la maternidad ya no está relacionada directamente con el matrimonio, por ejemplo, saben que es posible tener y sostener una familia por sí mismas, y al mismo tiempo son conscientes de que tener una pareja permanente no tiene como fin la maternidad. Incluso, en algunos casos, tenemos mujeres que deciden no procrear, basadas en su perspectiva del mundo y el futuro de la humanidad. Se guían por sus propias ideas y ya la sociedad no ejerce una presión decisiva, o tan determinante como en el pasado”, indica Tamayo.
A pesar de los cambios en el concepto de maternidad, la psicóloga caleña asegura que siempre hay algo invariable, “como mujeres y madres nunca vamos a perder la capacidad de brindar afecto incondicional, el verdadero amor por los hijos, pero esto ya depende de la decisión que tome la mujer, teniendo autonomía sobre su cuerpo”.
Ninguna madre es perfecta
Tal vez una de las grandes diferencias de la nueva maternidad respecto al modelo tradicional, es que las madres de hoy ya no temen equivocarse, manifestar sus inseguridades y contradicciones, pensar, a veces, en sí mismas y no en sus hijos, incluso dudar y considerar abandonar; en suma, mostrar su lado oscuro, que es la complejidad propia de todo ser humano, y aunque la mentalidad patriarcal quiere hacerlas santas, no lo son, ni lo quieren ser, así las juzguen como “malas madres”.
Como explica en su libro la periodista y socióloga española Esther Vivas, “al contrario del mito de la perfección, ‘fracasar es parte de la tarea de ser madre’. Sin embargo, esta posibilidad ha sido negada en las visiones idealizadas y estereotipadas de la maternidad. El mito de la madre perfecta, de hecho, solo sirve para culpabilizar y estigmatizar a las mujeres que se alejan de él. Las madres son consideradas fuente de creación, las que dan la vida, pero también chivos expiatorios de los males del mundo cuando no responden a los cánones establecidos. Se las responsabiliza de la felicidad y los fracasos de sus hijas e hijos, cuando ni lo uno ni lo otro está a menudo en sus manos, y depende más de una serie de condicionantes sociales. La maternidad patriarcal ha hecho que muchas madres a lo largo de su vida sintieran, como escribía Adrienne Rich en su clásico ‘Nacida de mujer’, ‘la culpa, la responsabilidad sin poder sobre las vidas humanas, los juicios y las condenas, el temor del propio poder, la culpa, la culpa, la culpa’”.
Diversidad de maternidades
Con la transformación del concepto de madre, que no implica la desaparición del modelo tradicional, han cobrado protagonismo formas de maternidad relegadas —o negadas históricamente—, pero que son conmovedoras; historias de amor verdadero y gran impacto social, como el caso de madres cabeza de hogar, madres infértiles y adoptivas, madrastras (sobre las que pesa un cruel estereotipo), madres lesbianas que concibieron y madres trans que adoptan, cada uno con sus desafíos, que abren la posibilidad de configurar familias únicas, hogares donde los hijos pueden crecer y ser felices.
Cómo cambiar la estética del embarazo
La cantante Rihanna ha hecho de su primer embarazo toda una declaración de principios para transformar la estética y la moda de las mujeres en dicho estado.
Siempre ha existido una constante: juzgar lo mucho o poco que consiguen “disimular su vientre”. Otra contradicción en una sociedad que presiona a las mujeres con la natalidad y, por otra parte, las convence de que deben ocultar su nueva corporalidad.
La mezcla de prendas deportivas con accesorios en las antípodas es uno de los rasgos del guardarropa de la cantante durante su embarazo. La artista de Barbados no opta por la ropa holgada en la que suelen enfundarse las futuras mamás. No busca proyectar una figura celestial, ni deja de lado su estilo habitual o adaptarse a una ropa muy distinta a la que suele usar siempre. No sacrifica su aspecto sexy.
Sus looks, a juicio de algunas feministas, ayudan a normalizar en la sociedad que una mujer embarazada puede ser “bella, atrevida y atractiva”. Un elogiado outfit fue un abrigo rosa chicle vintage de Chanel con cadenas de la maison cayendo sobre su ya avanzada panza y vaqueros de Vetements.