Cuando tenía 45 años, Alejandro Buenaventura Aldeano podía ser el doble perfecto del escritor Ernest Hemingway: con el porte bronceado de un marinero, pecho amplio y brazos fuertes, mirada noble y la inconfundible barba blanca. Su presencia, de inmediato, genera respeto, como cuando se está ante un maestro. Fue a esa edad que interpretó al profesor Rafael Hernández, el rector del colegio en la serie ‘Décimo grado’, emitida entre 1986 y 1990, y que marcó a toda una generación en Colombia.

“Tuvo una acogida monumental, recuerdo que el país prácticamente se paralizaba los sábados a mediodía, porque todas las familias, con sus hijos adolescentes, se reunían frente al televisor”, cuenta el reconocido actor caleño, quien a sus 81 años sigue dedicado a las artes escénicas, con el mismo apasionamiento.

Cuando no interpreta un papel en la televisión, el cine o el teatro, Alejandro Buenaventura está enseñando actuación y dirigiendo sus propias producciones. Actualmente es el director de la Compañía de Teatro de la Fundación Valle del Lili, y se encuentra dirigiendo una película —escrita por él mismo— llamada ‘Lisístrata Ramírez’, que se produce en el barrio Siloé.

Alejandro Buenaventura Aldeano nació en Cali, el 4 de noviembre de 1941, en una familia de artistas. Su hermano mayor y quien le abrió el camino para la actuación fue el actor, escritor y dramaturgo Enrique Buenaventura (1925 – 2003).

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“La primera obra grande que hice en mi vida, actuando, fue con mi hermano Enrique. Se trató de ‘En la diestra de Dios padre’, donde hice del diablo, fue aquí en Cali y yo tendría unos 15 años”.

Entre sus mejores actuaciones, en una carrera de más de 50 años, se destacan personajes como el cura en ‘La mansión de Araucaima’, la película de Carlos Mayolo estrenada en 1986, o su personaje de José Celestino Mutis en la serie ‘Crónicas de una generación trágica’ que se transmitió en 1993. Pero, sin duda, uno de sus personajes más recordados es el de Roberto Avellaneda en la telenovela ‘Café con aroma de mujer’ que se emitió originalmente entre noviembre de 1994 y julio de 1995. En 2022, el canal RCN incluyó nuevamente en su parrilla este clásico de la televisión colombiana —al aire actualmente—, y el semblante paternal de Alejandro Buenaventura aparece al lado de Margarita Rosa de Francisco y una nómina de grandes actores.

Desde su casa en Siete Esquinas, un sector típico de Cali, adonde regresó para quedarse hace 13 años, hace un repaso a toda una vida sobre el escenario y frente a las cámaras.

¿Cómo es su trabajo con la Fundación Valle del Lili?
Crearon una compañía teatral integrada principalmente por médicos y personal de otras áreas, para que a través del arte dramático puedan desarrollar otras cualidades humanísticas, y también como un descanso de sus actividades médicas. Con ellos se montan las obras y se representan en las instalaciones de la Fundación Valle del Lili, que tiene auditorios excelentes. Cuando me propusieron asumir la dirección, fue un honor y una gran oportunidad. Empezamos haciendo ‘El enfermo imaginario’ de Molière, con la cual tuvimos un gran éxito.

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¿Y cómo es hacer teatro con médicos?
Pienso que todas las personas tienen la capacidad de actuar, pueden haberse dedicado a otra profesión, pero en el fondo están guardadas esas intenciones, tanto voluntarias como involuntarias de actuar, de hacer teatro, porque están en su corazón. Entonces, cuando surge la posibilidad de hacerlo con médicos, ellos se inscriben y desarrollan estas cualidades, hay unos que realmente son muy buenos, pero casi siempre encuentro en ellos unas condiciones de actores y actrices, algo que hemos comprobado en las obras que se representan.

Hasta el momento hemos montado obras como ‘La casa de Bernarda Alba’ de Federico García Lorca, que hicimos utilizando el celular, de forma remota, desde sus casas. También hemos hecho lo que llamo Teatro de Escritorio, que es una forma leída y dramatizada, en este caso fue ‘Edipo rey’ de Sófocles. La última obra en la que trabajamos fue ‘En la diestra de Dios padre’, un clásico del teatro colombiano, en la emblemática adaptación de Enrique Buenaventura. Es fascinante ver teatro hecho por médicos.

¿Cómo se ha sentido con la nueva transmisión de ‘Café con aroma de mujer’, donde interpreta a Roberto Avellaneda, presidente de la Asociación Nacional de Cafeteros?
Me parece un personaje muy querido, que trata de atemperar siempre las situaciones. Un papel muy lindo, muy significativo en todo mi carrera. Es una experiencia curiosa, cuando uno se ve de nuevo ahí y la mujer te dice: “¡Ay, tan bonito que era!”.

Es satisfactorio, pero además de eso, me dio una impresión muy ingrata ver que no existe ningún crédito de Alejandro Buenaventura, me ha parecido muy extraño. No sé si fue así cuando se transmitió la primera vez, porque hay mucha gente joven que no ha visto ‘Café’ y no conoce a todos los que participamos. La telenovela ha traído mucho entusiasmo ahora, fue una obra muy interesante, para mí es un patrimonio cultural colombiano dentro del campo audiovisual. Que no aparezca un crédito es un poco injusto, es lo único que me ha molestado, pero me siento muy feliz viéndola de nuevo.

¿Cómo es la vida de un actor cuando llega a los 80 años?
Continúo trabajando con pasión, pero para otros ha sido muy difícil. Y también están los que se retiran porque no eran realmente artistas. Yo tengo 81 años y estoy dirigiendo una película en Siloé, con la gente del barrio, y estoy con la Compañía de Teatro de la Fundación Valle del Lili, y otro un montón de cosas, porque nunca me acostumbré a que actuar se reducía a ir grabar, cobrar el sueldito de las producciones que pagaban, más o menos bien, en mi época.

Hacer arte, cultura, teatro, son cosas que nunca se acaban. Me esfuerzo mucho para no ser jubilado, porque la gente se jubila y se aniquila. A esta edad sigo subiendo por ese barrio con escaleras monumentales y muchos callejones, para dirigir una película que se va a llamar ‘Lisístrata Ramírez’, y me siento feliz compartiendo con los muchachos, trabajando con gente que tiene una cultura fantástica y que quieren hacer arte. Sigo más activo que nunca, no comparto la tesis de que a uno lo puedan sacar de hacer arte. Los grandes artistas hacen arte hasta la muerte, los que han ganado mucho dinero, los que no tienen, siguen haciéndolo, por eso son grandes artistas.

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Familia de artistas

De familia de artistas, Alejandro Buenaventura, desde temprana edad, supo que las artes escénicas le hacían un llamado.

“Uno tiene esa intención desde muchacho; además, mi familia siempre estuvo en la cultura, y después apareció Enrique con el teatro cuando volvió a Colombia de su peregrinaje por Europa y crea su proyecto teatral en Cali, esto tuvo mucha influencia en mi decisión definitiva”, cuenta.

Siguiendo los pasos de su hermano, Alejandro hizo parte de un grupo de amantes de las artes —en su mayoría estudiantes—, encabezados por el maestro Enrique Buenaventura, que en 1995 tuvieron la iniciativa de fundar el Teatro Experimental de Cali (TEC), colectivo de dramaturgos, actores, bailarines y músicos comprometidos con la exploración y la creación de nuevos lenguajes teatrales para Latinoamérica.

Este actor por vocación admite que haber hecho parte del TEC, estudiado en la escuela escénica de Enrique, y haberla dirigido, impulsó su vocación artística. “Él influyó en mucha gente que quería hacer el teatro, y yo no fui la excepción, esto ocurrió en un momento determinante de la cultura teatral latinoamericana, mundial y colombiana”, explica.

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Reconoce, además, el gran aporte que ha dado la cultura caleña al teatro nacional; fue durante la época de los 60, cuando Colombia se veía sumergida en medio del conflicto, que las artes surgieron como un método de escape —y reflexión— para las nuevas generaciones de ese momento. “Si uno se pone a hablar de eso queda con una apariencia de regionalista, como si fuera un chovinista exagerado, pero desde Cali se ha aportado, por lo menos, un 50 % en cuanto a la dirección, la actuación, la creación, los grupos y todo el fenómeno escénico colombiano. Sin lugar a dudas, el teatro, el cine, incluso la música y la danza, y ese nuevo folclor llamado salsa, fueron determinantes en el posicionamiento de Cali en el mundo; Incolballet y Delirio son dos aportes extraordinarios”.

Aunque el actor busque nuevos horizontes, las bases de sus conocimientos siempre lo representarán, por ello, a pesar de que Alejandro ya hace varios años que no dirige el TEC, sigue siendo un maestro para las personas que comparten escena con él, “es muy culto, tiene la formación del Teatro Experimental de Cali que lo convierte en un gran maestro, ya que tiene la experiencia y la cultura”, comenta el actor colombiano Diego Trujillo, con quien ha compartido en distintos espacios teatrales y de televisión.

Una de las cosas que admira este último de su colega es la elocuencia y la forma como logra resolver las situaciones que se presentan en el momento, “una vez haciendo el montaje de la obra basada en el libro de García Márquez, Noticia de un Secuestro, en una escena, a Alejandro se le olvidó la letra por un momento, y de inmediato, siguió en su personaje como si nada, y nadie del público se percató, porque el logró resolver muy bien el impasse. Eso es lo que hace un actor y él lo hace muy bien”.

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Pero además de compartir tablas en la obra del maestro Miguel Torres, Trujillo y Buenaventura han interactuado en los sets de televisión. “Tuve la oportunidad de trabajar con él y de conocerlo un poco más, y tengo grandes recuerdos de ese tiempo. Todos los proyectos que he realizado con él han dejado un recuerdo muy grato y positivo”, comenta Diego.

Precisamente, uno de los trabajos para televisión en los que este se encontró con Buenaventura fue en la serie del canal RCN El Fiscal, un proyecto con el que Trujillo alimentó su admiración por el maestro vallecaucano, “esta es una de las grandes obras de la televisión colombiana. Encontrarme con Alejandro en un escenario distinto al teatro, fue conocer a un actor sumamente talentoso, con una gran capacidad, seriedad, impactante presencia y una voz profunda, única. Él inspira siempre mucho respeto”.

El recorrido de Alejandro por la televisión colombiana ha sido extenso, pero él se sigue manteniendo vigente, entre sus participaciones más recientes en televisión se encuentra La Mariposa Verde, una novela del canal Telecafé, donde personificó a Clemente Morales. Que siga actuando después de tantos años es un reflejo de la pasión que siente por el teatro y todas sus manifestaciones. “No solamente es sorprendente, sino admirable, es una muestra de su perseverancia, que con el paso del tiempo en vez de deteriorarse, un actor como él esté mejor que nunca. con esa misma presencia y credibilidad que le he admirado siempre”, concluye Trujillo.

La genialidad

La Mansión de Araucaima, un clásico del cine colombiano, dirigido por Carlos Mayolo, contó con la actuación de Alejandro Buenaventura y para él fue uno de los momentos más importantes de su carrera. “Fue maravilloso, fundamental en mi vida, es una de las cosas más interesantes que he hecho”.

“Mayolo era un fenómeno, todo ese grupo era un fenómeno caleño que impactó la cultura colombiana, lo que llaman Caliwood, esa influencia impresionante que llegó a la literatura, a la creación dramatúrgica, a la dirección cinematográfica, al movimiento de cineclubes, todo de una manera muy enriquecedora”.

Para Buenaventura, esa fue una película “genial, que contó con grandes actores y actrices, empezando por los dos brasileros que eran personas magníficas, como José Lewgoy, un genio de actor, muy apreciado por Werner Herzog, el gran director alemán. Y los colombianos, también eran de los mejores. Fue una cosa fantástica haber trabajado en esa película, que yo considero junto con ‘La estrategia del caracol’, lo más significativo en cuanto a hacer gran cine”.

¿Cómo era Mayolo en la dirección?
Era espontáneo en todo. Y esa es la esencia del arte, una creación pura, por eso he dicho que el arte no se enseña, y el actor también es un ser creativo y uno no puede establecer sistemas, ni métodos para la creación. Un gran actor es el mismo en cada película, pero también es otro, un personaje.
Al Pacino hace lo mismo con su rostro, pero crea un ciego millonario al mismo tiempo que un mafioso con la cara cortada, y ambos son extraordinarios, lo fundamental del arte es la creatividad. Para eso se necesita estar inventándose, no se pueden establecer formas ni patrones.
Una vez en Bogotá, una universidad me pidió que si ayudaba en el pénsum de artes escénicas y me hicieron leer el método que tenían, les dije: “Creo que deben hacer algunas correcciones, porque tienen dos semestres de teoría de la actuación y la actuación no tiene teoría”. Entonces, me echaron, claro.

Cuando estaba muchacho, uno veía la escuela de Stanislavski, la del Actors Studio, pero después se da cuenta de que una persona que no aprendió nada ni sabe nada de actuación se sube a un escenario y nos deja sin palabras, y resulta un actor genial. Esa genialidad viene de una memoria específica que tiene el artista, puede ser emotiva, musical, visual, que se posee, no sé si por don del cielo o de una parte rara, pero el artista es alguien que puede crear en un segundo algo que un científico se demora mucho tiempo en hacer. El arte es eso, una incógnita.

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¿Cómo fue la experiencia de actuar en ‘Décimo grado’, una de las grandes series de los 80?
Fue algo extraordinario, ‘Décimo grado’ lo veía todo el país, el programa tenía un aspecto de didáctica, de conmocionar moralmente a la juventud y esto movía a sus padres, a toda la familia. Fue el espectáculo audiovisual familiar colectivo por excelencia en Colombia. El personaje que yo hacía era bellísimo, un rector que transmitía comprensión, abierto a las ideas de los jóvenes, nada represivo. Hace poco vi una serie que hicieron los catalanes en Netflix, que se llama ‘Merlí’, parecido a lo que hicimos en los años 80, a veces se me salían las lágrimas viendo cómo nos parecíamos con ese gran actor, cómo nos parecíamos en el concepto de hacer el personaje de un profesor.

¿Cómo prepara sus personajes?
En eso hay mucha carreta, los personajes están allí. Creo que no existen, están dentro de uno y son una parte de todos los seres humanos, un determinado espacio nuestro que se manifiesta en ese papel. Ese cuento de los malos y los buenos es una cosa maniquea que se da solamente en la telenovela. En el teatro, Hamlet no es ni bueno ni malo. No existe. El problema con el teatro o con el cine, es que si usted no actúa los personajes o no los ve actuar por alguien, no existen, el actor los construye de acuerdo a lo que él siente. Yo he visto, cuando he montado ‘En la diestra de Dios padre’, en un montón de escenarios, que cada ser humano propone el mismo personaje de otra manera, y lo siente distinto, y eso es lo que vale.

Yo digo que los personajes no son o los seres humanos no son sino que están siendo, cuando un personaje se convierte en una persona de carne y hueso, llega a ser válido en el teatro, en la dramaturgia. Cuando uno en el arte prefabrica la esencia de un ser, se equivoca, porque es la circunstancia la que va haciendo que este se transforme.

Macbeth era una buena persona, excelente y trabajaba por su rey, estaba contento, pero Lady Macbeth empieza a convertirlo en egoísta, le dice: “usted matándose por los demás, bien jodido”, así va creando el egoísmo, la traición, la conspiración, y se va volviendo malo, y no es que lo sea, sino que la ambición, la esencia del ser humano han desatado las condiciones que vive. Todos los personajes existen dentro de uno, desde el Quijote hasta el doctor Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Cuando uno se los encuentra, se engarza con ellos y muestra esa faceta.

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La cultura en Cali

Aunque durante la época de los años 60 Cali fue una las ciudades pioneras de la cultura, durante los últimos años se ha visto un decrecimiento en este sector, una problemática de la cual el maestro Alejandro Buenaventura considera que va más allá del desinterés de los caleños. “Hemos hecho funciones con 4 o 5 personas en varias salas de teatro. Además, el nivel de producción es muy bajo en cuanto a cantidad y calidad, porque hay muchas dificultades. Eso no se debe solo al descenso del interés por la cultura de los caleños, sino a que parte del fenómeno de descomposición social, que se produjo con el narcotráfico y la violencia, fueron colocando a la cultura en un territorio deplorable, sin apoyo”, manifiesta.

Afirma Buenaventura que el apoyo por parte del Estado es mínimo y en algunas ocasiones mal enfocado, “el apoyo a la cultura de hace unos 20 años para acá es muy mínimo, a veces, esta es un poco despreciada”.