Johana Bahamón, ‘la niña bonita’ que inspiró una canción pop de Andrés Cabas, la que se robó los suspiros de toda Colombia, en el papel de colegiala junto a Sebastián Martínez en La Viuda de la Mafia, dejó su prometedora carrera como actriz cuando conoció —mientras rodaba la que sería la última producción televisiva de su vida actoral—, Tres Milagros, la realidad de los presos en las cárceles.
Actualmente esta egresada de administración de empresas del Cesaes es la fundadora y directora ejecutiva de la Fundación Acción Interna, en la que promueve la resocialización y humanización del sistema penitenciario. En 2012 creó un grupo de teatro en la reclusión de mujeres ‘El Buen Pastor de Bogotá’.
Lea también: Fonseca vuelve a cantarle a Cali: "tengo una gratitud inmensa con los caleños"
Ha trabajado en 30 cárceles de Colombia beneficiando a más de 30.000 personas privadas de la libertad. Creó el primer restaurante gourmet abierto al público en una cárcel de mujeres, como espacio de reconciliación y resocialización. Fue organizadora del primer TEDx en una cárcel de América Latina. Por su trabajo ha recibido múltiples premios y reconocimientos. Y además es la gestora de Agencia Interna, la primera agencia de publicidad en el mundo que opera al interior de un centro de reclusión. Ella será una de las invitadas a Exposer Coomeva.
¿Por qué se inclinó por la actuación?
La vida me fue llevando a eso, no es algo con lo que yo soñara.
¿Es verdad que la echaron del colegio y de la universidad? ¿Por qué pasaba esto?
Sí, es cierto, por indisciplinada.
¿De cuál de sus padres sacó la vena social y la artística?
De mi mamá, ella trabajó toda su vida en el sector financiero generando oportunidades a microempresarios de estrato 1, 2 y 3.
¿Qué producciones la marcaron como actriz?
La primera de las que hice, La Viuda de la Mafia, y la última, Tres Milagros porque gracias a esta conocí las cárceles.
¿Cuál fue el primer contacto que tuvo con los internos de la cárcel?
En 2012 me invitaron a un evento en una cárcel, era la primera vez que visitaba un establecimiento penitenciario. Conocía algo de las condiciones físicas precarias de las cárceles en nuestro país así como el hacinamiento. Pero una cosa es conocerlo a través de los medios de comunicación y otra es constatar esas realidades, conocer sus espacios, instalaciones y, en especial, a esos seres humanos, carentes de opciones de crecimiento personal, de creer en sí mismos, de actividades de resocialización y reconciliación con ellos mismos y la sociedad.
¿Cómo fueron sus primeros acercamientos con los internos?
Empezamos haciendo teatro. Y en el día a día, mientras me contaban sus historias, sus necesidades y sus gustos, mientras montaban sus obras, yo tenía la oportunidad de conocerlos.
¿Por qué empleó el teatro como eje rehabilitador de los presos?
Porque el arte es sanador para los internos, a través de los textos y personajes que interpretan, exteriorizan y desbloquean las auto limitaciones de sus sentimientos. En otras manifestaciones artísticas crean nuevas realidades, se permiten soñar y aprenden a conocerse más. El arte es uno de los mejores instrumentos para la verdadera reinserción social en las cárceles.
¿Cómo nace Acción Interna?
Fue un año después de mi visita a la cárcel, en 2013, cuando decidí retirarme de la actuación para trabajar con la población carcelaria.
¿Y qué la inspiró a crear la fundación?
Me motivó el poder generar espacios de encuentro y reconciliación entre la población carcelaria y civil, para que dejemos de lado los estigmas sociales y motivemos a toda la población a creer en las segundas oportunidades.
¿Y la sociedad cómo ha recibido los proyectos de Acción Interna?
Bien, se ha generado conciencia sobre la importancia de las segundas oportunidades. La sociedad civil aprende a no señalar y a crear conciencia de que cualquier persona puede caer en una situación como la cárcel. Ha sido un proceso de aprendizaje y de enseñanzas, afortunadamente las personas se han dado a la tarea de ponerse en el lugar del otro y apoyar en vez de juzgar.
¿Usted ha salvado las vidas de muchos reclusos, de qué manera ellos han salvado la suya?
No siento que haya sido yo quien ha salvado vidas, sino que ellos mismos lo han hecho al tener la fortaleza de afrontar, enmendar y aceptar realidades. El hecho de tener que desprenderse de la familia es un acto de salvación de ellos mismos.
¿Qué significa tener una segunda oportunidad?
Es aprender que de los errores surgen nuevas y mejores experiencias. Que si caes o fallaste, está en ti tener el valor de resurgir y darte el espacio para mejorar y evolucionar como ser humano. Yo también tuve una segunda oportunidad.
¿Se refiere al cambio que dio su vida a partir de la creación de acción interna y de dejar la actuación?
Sí, ahora tengo una vida más tranquila, un trabajo que me apasiona. Dejé la actuación porque hacer y sostener una fundación requiere de todo tu tiempo, por eso preferí aislarme un rato y dedicarme por completo a esta labor.
¿Qué le dice a quienes piensan que las cárceles son escuelas del crimen?
Algunas lo son, pero como todo, se puede cambiar. Estamos en camino de humanizar las cárceles, de convertirlas en centros de resocialización.
¿Siente que este proyecto significa hacer paz en un país como este?
Sí, todos nuestros programas buscan ese camino a la reconciliación, a través de espacios en los que la población que no ha conocido la cárcel sienta empatía por quienes pasan por esta, de no juzgar, de conocer primero la historia detrás del ser humano.
Tatuaje del alma
En cada proyecto de su fundación Acción Interna procura que la población carcelaria se capacite con los mejores chefs, estilistas, agencias de publicidad y directores de teatro. Su afán, dice, “es brindarles educación de calidad y no de caridad”.
Para Johana Bahamón quienes están presos están pagando por su error y necesitan de un gran apoyo para lograr una resocialización efectiva.
Es tal la fe que deposita en la población carcelaria a la que benefician sus programas, que lleva tatuada en la muñeca izquierda las iniciales de los nombres de las 12 presas que hicieron parte de la primera obra de teatro que Johana montó en el centro de reclusión El Buen Pastor, de Bogotá.
Sindy Liseth Barreto, una de esas reclusas, reconoce que “las mujeres que queremos iniciar una nueva vida necesitamos un apoyo como el de ella. Ha sido la que nos ha ayudado, estoy luchando por tener una casa y darles estudio a mis hijos”.
Ella cuenta que en Casa Libertad recibió un curso para aprender a convivir en sociedad, expresarse y prepararse para la vida laboral, y que gracias a esto consiguió trabajo en una empresa haciendo enchapes.
Para Johana quienes no somos reclusos tenemos estigmatizados a estos seres humanos que han cometido un error y que merecen una segunda oportunidad. Ella ve en ellos el agradecimiento y no extraña en realidad la actuación, pero volvería a pararse frente a una cámara a actuar si se tratara de una producción que tuviera que ver con las cárceles, con hablar de las historias de estas personas.
La primera vez que pisó una cárcel, cuenta Bahamón, fue como jurado de un reinado y por un personaje que estaba haciendo en televisión.
Cuando le preguntó a una mujer por qué estaba en la cárcel ella le dije: “porque maté a mi marido”. “Más tarde le volví a preguntar por qué lo había matado, y me dijo: ‘Porque lo encontré violando a mi hijo de tres años’”, relata Johana, quien pensó de inmediato en su hijo Simón, que para ese momento tenía 3 años. “Sin justificarla pude entender lo que esta persona había vivido y la razón por la que estaba allá”, confiesa.
Y mientras muchos quisieran salir huyendo de ese lugar, Johana quiso regresar. Coincidió que tenía tres meses de vacaciones mientras empezaba su nuevo proyecto en la TV y aunque tenía un viaje planeado, lo pospuso para estar en el centro de reclusión. Se ideó una obra de teatro y le presentó la propuesta a la directora, quien dio el sí definitivo para hacerla. Y esas 12 mujeres que la acompañaron en el montaje, al final, lucían transformadas, tenían en sus ojos una luz de esperanza. A Johana también le había cambiado la mirada y dejó la actuación, que parecía tan prometedora —pero de pronto, rutinaria y no tan satisfactoria— y se dedicó definitivamente a trabajar con aquellas personas que le enseñaron que la mayoría de las personas merecen una segunda oportunidad, incluida ella.
Pequeñas alegrías
De aquella rubia de la que los medios rosa del país dijeron que había roto el corazón de Cabas y desestabilizado al mismísimo Juanes, queda poco. Tal vez solo quedan la terquedad, rebeldía o capricho, defectos que convirtió en un motor para enfocarse en un nuevo objetivo que transformó su vida. Ahora, admite, tiene más paciencia.
Dice que todo en su vida tuvo que ocurrir tal como ocurrió para ser lo que es hoy. “He aprendido de mis errores, pero no cambiaría nada de lo vivido. Por eso no le doy consejos a nadie”. Para ella, que nunca sospechó que seguiría el camino de su madre de trabajar en el sector social, fue una sorpresa verse siguiendo su ejemplo. “Ella creó el primer microbanco para dar créditos a mujeres de estratos 1, 2 y 3 y siempre la admiré, pero no me veía haciendo eso. Hoy agradezco y valoro el ejemplo que tuve de ella”.
Ella, a su vez, quiere educar con ejemplo a sus hijos, para que entiendan el significado de la libertad, “esa capacidad que tenemos para actuar y decidir según nuestra voluntad, condicionada a los deberes y derechos de la sociedad a la que pertenecemos”. Se refiere Simón, su hijo con Andrés Cabas, y a Mía, su hija con su esposo actual, Juan Manuel Salazar, pero también a Evelyn, de quien ella es acudiente con la complicidad de su marido. “Mi esposo es divino, a todo lo que yo le diga dice que sí”.
Esta niña es una de los cientos que nacen y viven en las siete cárceles de mujeres de Colombia hasta los 3 años, tiempo que las normas penitenciarias permiten que ellos estén junto a sus madres en la prisión.
En esos tres primeros años los niños necesitan un acudiente, que casi siempre es un familiar y es quien vela por ellos en caso de que necesiten ir al médico. Clary, la mamá de Evelyn, escogió a Johana: “No adopté a Evelyn, soy su acudiente, ella vive en la cárcel con su mamá y yo la tengo los fines de semana, la llevo al médico, a las vacunas, a clases de estimulación. Es calmada, comelona, y risueña. Es una alegría esperar el viernes cuando ella llega”, cuenta Johana, a quien la mamá de Evelyn le agradece, a través de cartas, por cuidar a su hija y hacerla sonreír.