Una vez preguntaron a Groucho Marx, ¿por qué las personas se reían de sus bromas, incluso cuando estaba insultándolas? “Cuando me salgo con la mía soltando unos buenos insultos, la gente cree que bromeo. No es así. Solo digo lo que pienso, no hago chistes. Digo la verdad y eso, a veces, resulta un chiste”, respondió el genial cómico.
Desde joven, Julián Arango comprendió el precepto de su maestro marxista, asociándolo en Colombia con el arte del “mamagallismo”, una predisposición a no tomarse demasiado en serio las cosas, jamás ser un pagado de sí mismo, o un solemne moralista y defensor de la corrección política. De modo que, al no tomarse en serio él mismo, el mamagallista tiene la libertad de decir la verdad sin tapujos, pero como, al mismo tiempo, nadie lo toma en serio, todo lo que dice se convierte, de forma natural, en chiste.
A partir de su indudable talento para tomar del pelo, el comediante y actor bogotano fue ganándose el reconocimiento del público colombiano, que lo ama cuando Julián Arango se burla de la sociedad en obras de stand up comedy como ‘Nidea’, o llega a detestarlo cuando interpreta a un villano de telenovela.
Su más reciente creación es ‘Julianchou’, un espectáculo en el que Arango extrae de la cultura popular las frases y dichos que evidencian el carácter profundo de los colombianos, como el socorrido “yo me defiendo”, que resume, para bien y mal, la famosa recursividad nacional. Además, aprovechando sus dones actorales, analiza bajo la lente mamagallista los acentos regionales, de los que muchos se sienten orgullosos, pero que pueden convertirse en caricaturas de sí mismos.
Julián Arango realizará una gira nacional presentando su ‘Julianchou’, empezando el próximo jueves, 8 de agosto, en el Auditorio Alfonso Borrero Cabal, de la Universidad Javeriana de Cali. Después visitará las ciudades de Medellín, Cartagena, Cúcuta, Santa Marta, Montería y Sincelejo.
A sus 55 años, Julián Arango es uno de comediantes y actores más reconocidos de Colombia, sus personajes, incluso cuando no son protagónicos, terminan por grabarse en la memoria del público. Antes de su visita a Cali, el intérprete de Hugo Lombardi, en ‘Yo soy Betty la Fea’, y de Don Evaristo, en ‘Rigo’, habla de cómo reírse un poco de todo hace que afrontemos la vida, con su carga de alegría y dolor, con más resiliencia, o como diría un colombiano: “la risa hace la vida más llevadera”.
—¿De dónde surge la idea de llamar ‘Julianchou’ a su nueva obra de stand up comedy?
Así me dicen en todas partes. Recuerdo que una vez me gritó un obrero desde lejos, cuando iba pasando por una construcción: “Qué se dice Julianchouuuuu”, y noté que al final se oía una U como silente. Me gustó mucho esa pronunciación y la guardé para ponérsela a este nuevo show, porque se trata de puro mamagallismo, inventar personajes, jugar con la gente, improvisar, algunas de las cosas que más me gustan a mí. Entonces como es el show de Julián, se llama ‘Jualianchou’, y no le puse stand up comedy, para hacerle el favor a la gente de no complicarse pronunciando esas palabras en inglés, porque las dicen de todas las maneras menos la correcta.
—¿Cuál es su interés por las frases y dichos colombianos?
Uno de nuestros grandes tesoros como colombianos es poder tener, solo en la Costa Atlántica a un guajiro, un samario, un barranquillero, un cartagenero, que viven en la misma región, pero hablan distinto y tienen diferentes costumbres. Y no solo allá, también en el Valle del Cauca, porque cuando hice un personaje de caleño, al principio me dijeron: “No, pero usted habla mucho más de Tuluá”, resulta que el acento de Palmira es así, pero el de Cali es más como así, diferente del de Jamundí. Son muchas formas de hablar y todos son del mismo país, tienen el mismo pasaporte, la misma bandera, y uno se pregunta, ¿cómo es que un rolo puede entenderse con un santandereano, o un costeño con un pastuso? Resulta que toda esta gente diferente viene del mismo lugar.
Toda la vida he sido un admirador de cómo hablan los colombianos, los cucuteños, los caleños, los rolos, los paisas, todos tienen algo interesante y yo siempre pongo mucha atención. Cuando hice mi anterior show ‘Nidea’, que tenía el nombre de stand up comedy, viaje por toda Colombia y me encontré con que en todas partes se complicaban la vida para decir esas tres palabras “stand”, “up”, “comedy”.
—¿Cuál es el significado profundo del ser colombiano que encontró en la frase “yo me defiendo”?
Yo creo que cuando el colombiano deje de decir “yo me defiendo” y simplemente se dedique a hacer bien las cosas, nos volveremos una potencia mundial en lo que sea, pero no, aquí no se hacen bien las cosas, sino que la gente se defiende haciéndolas y eso es una forma de ser nuestra, que está asociada con la viveza, con “yo no me dejo”, “papito, usted sirve para todo”, “usted no le come a nada”, “hay que ser varón”.
Por eso, pueden ocurrir cosas como que le preguntan a un colombiano, “¿usted sabe montar en moto?”, y así no sepa dice “yo me defiendo” y luego se estrella, daña la moto y lo echan de la empresa. Pero, a pesar de todo, el tipo sigue siendo un verraco para los amigos.
Yo hago esa crítica, pero de buena manera, mamando gallo sobre cómo somos. A propósito de eso, trabajé una vez en una gran producción gringa, muy grande y con muchas personas, y de golpe el director dijo: “A mí me gustaría poner una luz allá arriba”. Solo comentó eso y se fue a almorzar, pero ahí estaba un colombiano y el tipo fue, armó y puso la luz, porque él es un verraco. Y cuando volvió el director la vio y dijo: “¿y esa luz?”, ahí fue que salió el colombiano con pecho inflado, pero no, el director pidió que quitaran eso de ahí, “pero es que usted dijo”, “no, me quita eso de allí”.
Y otra vez, recuerdo que me agaché a recoger algo y una persona se me acercó y me dijo: “Cuidado con los movimientos, porque yo soy el encargado de que no se te arrugue el pantalón, no te agaches. Te alcanzo las cosas si prefieres”, o sea, tenían un “arrugólogo”, un especialista. Es bueno observar estas cosas, mientras ellos tienen especialistas, nosotros tenemos toderos, hay que decirle a los colombianos que hagan lo que saben hacer bien y no se compliquen la vida con otras cosas.
—Con su interés por los acentos, ¿cómo ha sido interpretar a personajes de las regiones de Colombia?
El personaje de Orlando Henao, en ‘Narcos’, me costó un poco de trabajo, porque los acentos tienen eso que de repente se vuelven una caricatura y dejan de ser reales. Y, en este caso, debía sonar muy natural el acento, pero es que el acento caleño me parece muy llamativo, es como el costeño o el guajiro, pero se me estaba complicando, afortunadamente el director era caleño y me ayudó para hacerlo sonar muy relajado, como que no se note que estoy haciendo un acento.
Pero los que me fluyen más son los paisas, y los bogotanos ni se diga, me salen fácil el acento de taxista, viejito o gomelo bogotano. Otro que me exigió bastante fue el papá de La Pola, que era santandereano y a veces se me mezclaba con el acento del Huila, con el opita. También se me mezclan a veces el pastuso con el mexicano. Pero, creo que los acentos son como un músculo que hay que desarrollar y ejercitarlo, para sacarlos bien toca es darle y darle hasta que ya uno no esté esforzándose para que suene, sino que hable así con normalidad.
—¿Y cómo pule los acentos?
Con grabadora, o sea me grabo y me oigo, me grabo y me oigo, me fijo dónde estoy haciéndolo intencionalmente y dónde está saliendo natural. Creo que de tanto oírse uno llega a un momento en que ya vuelve propio el acento y ahí es donde puede uno empezar ya a actuar y a meter las emociones dentro del personaje.
—¿Qué significa la actuación para usted?
Puede ser tantas cosas, pero podría decir que es la posibilidad de permitirse encarnar otra versión de uno mismo, ese privilegio de poder ser otro pero en la misma piel. La actuación permite mamarle gallo a la existencia, porque yo llegué a la vida con la obligación de ser Julián, lo que trae todas esas obligaciones y responsabilidades, que pagarle a la DIAN, ir al odontólogo y demás calamidades, pero el arte me ha permitido ser más personas: Hugo, Guadaña, Evaristo y tantos más, que me han enriquecido la vida.
—¿Cómo logró desarrollar la complejidad de sus personajes, que son a un mismo tiempo queridos y odiados?
Busco que estén en contravía todo el tiempo, que ante ellos el público tenga la sensación de que sí, a este hay que odiarlo y, a la vez, se pregunten, por qué no puedo odiarlo del todo, ¿será por qué su forma de ser tiene cierta gracia y humor? Tal vez, pero yo no tengo un método para eso, es más como otra forma de no tomarme tan en serio las ideas del bien y el mal, que se relaciona con cómo pienso el oficio mismo de actor.
Siempre me he burlado, en el buen sentido de la palabra burla, de la importancia que otorgan al hecho de ser actor, trato de no caer en solemnidades y toda esa carreta con la que se enseña este oficio, entiendo su importancia y respeto los métodos, aunque yo siempre me he dejado llevar por la intuición, porque actuar me permite distraerme de ser yo mismo, para poder habitar otras personalidades. Y es el no tomarme tan en serio lo que me abre la puerta a otros universos, esa es la maravilla de ser actor. Yo disfruto mucho jugar así con las posibilidades de ser y creo que algo de eso, de ser y no ser, lo tienen mis personajes.
—¿Cuál es el personaje del que se siente más satisfecho?
Yo tengo la teoría de que uno hace solo un personaje en su vida, pero de distintas formas. No es que haga el mismo personaje siempre, sino que si yo no hubiera hecho el gomelo de ‘Tiempos difíciles’ no hubiera podido hacer a Hugo Lombardi después, y el próximo personaje que haga saldrá con todas las enseñanzas y experiencias que me han dejado los anteriores, entonces no se trata de decidir cuál es mejor, porque nos ponemos como con Messi o Maradona. Solo puedo decir ahora mismo, que es una maravilla actuar y sea lo que sea que me propongan, sea héroe o villano, chistoso o dramático, todo personaje tiene su goce.
—¿Debido a sus villanos ha llegado a sufrir rechazo, acoso o ataques por parte del público?
Siempre pasa, uno se da cuenta, como cuando vas a cualquier negocio o establecimiento y te encuentras personas que te tratan muy bien, son muy queridos, pero hay otras que no, se nota que les caigo mal, seguro por algún personaje y no les interesa hacer concesiones, saber si yo soy buena gente o no, se quedan con esa imagen. Pero más allá de que me atiendan mal o me ignoren, no ha trascendido. Aunque, ahora recuerdo que cuando hice ‘Perro amor’, una señora me pegó un carterazo en un supermercado y me dijo: “Por muérgano, para que respete a las mujeres”, y en esa época no había redes sociales.
Soy muy agradecido y muy de buenas con la gente, casi todos me tratan bien y les gusta lo que hago, uno que otro me dice por allí “vea no trate mal a la fea”, pero nada del otro mundo.