La película ‘El Rey del Sapo’, dirigida por el cineasta caleño Harold de Vasten, llegó a la plataforma Netflix y esta semana se convirtió en la número uno del top diez de las producciones más vistas en Colombia.
Producida por Comin Sun Films y LAPr Films y distribuida por Distrito Pacífico, ambas empresas caleñas, El Rey del Sapo está desde el pasado 3 de noviembre disponible para el público latinoamericano de Netflix, que hasta diciembre del año pasado llegaba a 30 millones de espectadores, 2 millones de ellos colombianos.
Rodada en pueblos del norte del Valle del Cauca y en Nueva York, El Rey del Sapo marca el debut actoral del ídolo de la música popular Luis Alberto Posada, junto a actores como Viña Machado, Laura Gabrielle, Andrés Quintero, Jessica López, Albeiro ‘El Gato’ Ríos, Adriana Holguín y Memo Ospina, entre otros.
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Clara Luz Roldán, gobernadora del Valle, destacó en un tuit la incursión del talento del cine regional en Netflix e invitó a ver: “Una producción 100 % vallecaucana, #ElReyDelSapo, una película que les encantará porque brinda espacio en la pantalla gigante a muchos actores locales y de nuestros municipios”.
Hablamos con De Vasten, creador de esta y otras historias rodadas a través de la modalidad de Cine Minga, una forma de hacer películas en los municipios, con sus habitantes y para sus habitantes.
¿De qué trata El Rey del Sapo?
May (Laura Gabrielle) es una joven americana que llega a Colombia buscando a su padre biológico, un camionero apodado ‘Cartago’ (Luis Alberto Posada). Después de la conmoción de su llegada, May le explica en un deficiente español, que su madre se encuentra privada de la libertad por deudas ocasionadas por su exesposo en Estados Unidos y requiere de su apoyo económico. A pesar de la negativa y los acalorados alegatos con su papá, este termina afrontando la situación y se ve obligado a retomar sus pasos de jugador de sapo. En medio de la aventura, padre e hija se descubren, enlazándose en una divertida relación.
¿Por qué quiso que la historia fuera protagonizada por un cantante popular?
Creo que los ídolos musicales populares representan más fielmente a las personas de los pueblos, son los que los acompañan en la radio mientras cultivan el campo. Tengo entre el tintero otras historias como El Café de los Mil Amores y Los Hermanos Martillo, en las que quiero contar con más cantantes populares. Me motiva descubrir este otro tipo de cine para la gente y hacerlo de la mano de cantantes como Luis Alberto Posada, un ser humano fantástico, con una capacidad interpretativa que ni él sabía que tenía.
¿Cuando la película se estrenó, sintió prevención de parte del público colombiano frente al cine nacional? ¿En Netflix ha tenido más acogida?
Sí, muchos no fueron a ver El Rey del Sapo cuando se estrenó en cines argumentando que les daba pereza ver cine colombiano, cansados de las comedias ramplonas o de la violencia, y cuando se encontraron en Netflix con una historia distinta que hablaba de valores, como la dignidad colombiana, representada por uno de sus ídolos, cambió su percepción.
¿A qué edad empezó a escribir historias?
A los 12 años, en el colegio Ricardo Nieto hice una adaptación de El Quijote, y a los 14 escribí una novela, una especie de guía práctica de Cómo Volverse Loco. En el bachillerato monté muchas obras de teatro: El Juicio, Transporte con Suicidio, Los Pecados de Inés de Hinestroza, todos con toque de humor.
¿Cuándo se dio cuenta de su capacidad para rodar historias?
En el Ejército pertenecí al Pelotón de Operaciones Psicológicas, en el que manejé el grupo de teatro, hicimos varios montajes y nos llevaban en helicóptero a presentarlos a los soldados. Fui del grupo de payasos del Batallón y en 1988 le propuse al Cabo Betancur, gran amante del cine, hacer una película con los soldados: La Pasión del Combatiente. Tocaba editar con Betamax, era muy complicado. Pero fue una experiencia maravillosa darme cuenta de que podía contar historias con imágenes y que tenía chispa para dirigir.
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¿Usted estudió teatro en Bellas Artes, pero en el cine es autodidacta?
Así es. Estudié cine en los libros y en la vida. En mi época era difícil acceder al cine, pero tenía una vecina a la que un hijo le enviaba, desde Estados Unidos, películas en inglés, y me quedaba días viéndolas, así no entendiera el idioma. Visitaba mucho el Cineclub Ojo, en el Teatro Calima.
¿Cómo nació el Cine Minga y qué satisfacciones le ha reportado?
Venía con la idea de hacer cine sin la presión del presupuesto y con mi amigo, el actor vallecaucano Ariel Martínez, que conocí rodando ‘180 Segundos’, empezamos a pensar cómo lograrlo. Me habló de Timbío, su pueblo, y dijo que hablaría con la gente para ver si nos podían colaborar. Nos decidimos por Vía Crucis y la filmamos en Timbío, Cauca, como Cine Minga, con el apoyo y el talento de toda la gente del municipio. La película estuvo en más de 20 festivales, ganamos premios de la audiencia en varios, se estrenó en The Colombian Film Festival Nueva York en medio de aplausos, lágrimas y abrazos. El Cine Minga es una alternativa para que la gente del pueblo participe en el proyecto, habite en este y se nutra de este. No se trata de llegar a una población y aprovecharse de su gente o de sus recursos y destruir, sino de construir y enaltecer sus valores, su dignidad cultural, rescatar sus talentos, su música.