Muchas puertas se cerraban cuando Cristina Gallego y su esposo Ciro Guerra buscaban la manera de dar vida a su idea. Fueron tres años de dar la pelea por un proyecto que terminó con nominación al Óscar.
Era duro encontrarse con la frustración diaria. Muchas puertas se cerraban cuando Cristina Gallego y su esposo Ciro Guerra buscaban la manera de dar vida a una idea llamada El abrazo de la serpiente, nominada al Óscar a Mejor Película Extranjera.
Fueron tres años de dar la pelea por un proyecto en el que Cristina tenía fe. Necesitó mucho tiempo para tomar forma y en esa medida el interés fue creciendo pero era difícil porque la idea no era clara, concisa, el guion se empezó a escribir pero no tomaba una forma satisfactoria para producirla. Y de ahí financiarla..., recuerda Cristina.
La historia está inspirada en los diarios de los primeros exploradores que recorrieron la Amazonía Colombiana, Theodor Koch-Grünberg y Richard Evan Schultes. La idea era narrar la historia de Karamakate, chamán amazónico y último sobreviviente de su pueblo, quien vive en aislamiento voluntario en lo más profundo de la selva. Años de total soledad lo convirtieron en chullachaqui, una cáscara vacía de hombre, privado de emociones y recuerdos.
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Ciro y su esposa consideraron abandonar la idea pero no hubo nunca una decisión de dejar el proyecto, aunque él dice que tuvo momentos en que perdió la fuerza, pero también estaba ese ánimo de perseverar y hacerlo pese a las negativas. Queríamos y creíamos en la historia, sentíamos un compromiso. Fueron tres años de negativas y un poco de terquedad, reconoce la productora.
Pero al final vimos la luz al lograr una coproducción con Colombia, Venezuela y Argentina y vincular a un importante socio como el Canal Caracol.
Mientras tocaban puertas, Ciro trabajaba en el guion y en 2013 lograron la anhelada financiación y apostaron por salir a rodar sin tener los aportes de una productora.
Teníamos un presupuesto inicial estimado que rondaba los cuatro millones de dólares, pensábamos que esa película la podía protagonizar un Sean Penn y otros actores de Hollywood. Pero al final la hicimos con un presupuesto de US$1.5 millones, que es poco para el tamaño y el tipo de película que se hizo.
La cinta, hablada en español, portugués, alemán, latín, catalán, cubeo, wanano, tikuna y uitoto, finalmente fue protagonizada por los actores internacionales Jan Bijvoet (Borgman) y Brionne Davis.
Y uno de los mayores aciertos de Ciro Guerra fue descubrir un potencial actoral en los indígenas Antonio Bolívar, Salvador Yangiama y Nilbio Torres, nacidos en el Amazonas y últimos sobrevivientes de la etnia Ocaina Uitoto. Antonio y Nilbio interpretan a Karamakate en el ocaso de su vida y a Karamakate joven.
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A Bolívar, un ocaino mezclado con uitoto que vive en Leticia, todos le decían el abuelo Antonio. Él, cansado de falsas promesas de otros hombres blancos, cuenta que estaba muy desconfiado cuando apareció la propuesta de Ciro Guerra, pero lo escuché, me dijo que todo iba a ser muy serio y distinto. Y dije: Bueno, si es así, voy a hacer el trabajito. Y fueron muy serios y respetuosos con nuestra tradición.
Eso sí, le pidió al director que le permitiera estar acompañado por su hijo Pedro Antonio durante el rodaje. Me sentía solo en medio de tanto blanco. Le dije: Si me van a llevar solo, no me voy a sentir cómodo y necesito a alguien de la familia. Así fue.
Además de su rol, Antonio sirvió de traductor del equipo, trabajó en dialecto ticuna, en cubeo y hasta en inglés, mientras que él hablaba en uitoto.
A los actores internacionales les explicaba cada palabra, ellos la escribían y se iban repitiéndola. Aprendieron rápido, dice Antonio.
Miguel Dionisio Ramos, de la reserva Nazareth Ticuna, a dos horas de Leticia, quien hace de Manduca, un esclavo de la época de la cauchería, y que acompañó a Borgman en su travesía, cuenta que al principio se entendían por señas, cada uno manejaba una lengua distinta y Jan Bijovet no hablaba español. Todos aprendimos.
Lea también: Viaje al Amazonas, al corazón de la película de Ciro GuerraPor su parte Nilbio, quien personifica a Karamakate joven, ignora lo que su vigorosa figura, labrada por la dureza de la selva y los trabajos forzosos desde niño y no en un gimnasio, produce en el público femenino.
Miguel Dionisio participó en 2008 en el documental El origen del pueblo Ticuna, dirigido por Gustavo de la Oz, Ciro vio su trabajo y lo llamó. Decenas de representantes de varias tribus de las selvas colombianas se sumaron.
Fueron cerca de tres meses entre el Guainía y el Vaupés, haciendo la preproducción y de ese tiempo siete semanas se dedicaron al rodaje para el cual se movilizaron cerca de 8000 kilos de carga aérea, recuerda la productora Cristina Gallego, quien veló por las buenas condiciones de trabajo del equipo de 40 personas de Bogotá, Los Ángeles, Bélgica, México, Perú, Venezuela.
Parecía un viaje en el tiempo. Nos movimos en canoas, balsas y aviones de la época (DC3), el equipo usó deslizadoras, lanchas rápidas, motos, mototaxis, morrocos (motos de carga), volquetas, tractores, 4x4. Intentamos hacer lo máximo con lo mínimo, tratando de no generar deudas.
Esta película se presentó por primera vez en la cartelera colombiana en mayo de 2015, y volvió a finales del año pasado en diez salas, cuando se conoció la noticia de ser una de las nueve películas opcionadas para ser nominadas a Mejor Película en Lengua Extranjera de los Oscar.
Con el rodaje casi llegando al final todo se empezó a complicar. Había lluvia, afectaba el plan de rodaje y teníamos escenas muy importantes que estaban en peligro. Pero ocurrió algo mágico: nos aprobaron la coproducción con Argentina y pudimos rodar una semana más, garantizando las condiciones para la gente en la selva y hacer la locación cumbre de la película que fueron los Cerros de Mavecure. Fue todo un reto subir a pie a la cumbre del Cerro Mavecure, 200 metros de ascenso sobre una roca que se convierte en jabón al contacto con el agua.
Hoy, Gallego asegura que el éxito está en que es una película que cuidamos desde su concepción y realización. Se ha abierto un camino sola. Hemos tenido los mismos recursos de las últimas cinco películas colombianas para hacer lobby en Los Ángeles.
Rivales al Oscar
Como en un cuento
Primer largometraje de la turca Deniz Gamze Ergüven con el que sedujo al público de la Quincena de los Realizadores del 68º Festival de Cannes. Lleno de ritmo y con toques de humor, se inspira en la estructura clásica de los cuentos. Cinco hermanas huérfanas de entre los 12 y los 16 años viven en un jardín paradisíaco de risas y juegos sobre las olas del Mar Negro con los chicos de la escuela de su pueblo, al norte de Turquía. Sin embargo, la condición de la mujer en el país no tardará en cernirse sobre este y su familia (abuela y tío) deciden prepararlas para su destino como futuras esposas.
El holocausto nazi
El actor Géza Röhrig (Budapest, 1967) es el rostro del Holocausto en Son of Saul, ópera prima de László Nemes, gran favorita a Mejor Película de Habla no Inglesa en los Óscar. Él interpreta a Saúl Ausländer, prisionero húngaro que trabaja en los crematorios de Auschwitz, introduciendo a los presos en las cámaras de gas, sacando los cadáveres y limpiándolas después. La cinta se llevó el Gran Premio del Jurado en Cannes y el Globo de Oro a Mejor Película Extranjera debido a su enfoque distinto. La cámara va pegada a su protagonista en primeros planos, y el horror queda desenfocado.
El drama jordanoTheeb (Lobo), que se desarrolla en 1916, sigue a un chico beduino de 11 años, Theeb, que queda atrapado en la alianza de su tribu con los británicos para combatir a los gobernantes otomanos durante la Rebelión Árabe de la época. En 2014, para el estreno mundial de la cinta en el Festival de Cine de Venecia, por primera vez los actores salieron de Jordania. Recibieron una ovación de 10 minutos, según Naji Abu Nowar, Mejor Director en la sección Orrizonti. A los beduinos, provenientes de una cultura machista, nunca se les ve llorar, pero en la función los actores dejaron escapar las lágrimas.
Dilemas de la guerra
La tercera película del director danés Tobias Lindholm expone con crudeza los dilemas morales que trae toda guerra, en este caso la de Afganistán. Maneja un estilo documental y visual ligeramente nervioso. El comandante Pedersen se debate entre el cumplimiento de los reglamentos militares, su responsabilidad ante sus hombres y los civiles afganos, y su deseo de volver a casa con su esposa y sus tres hijos. Según The Hollywood Reporter se trata de un drama modesto, pero efectivo, que hace más preguntas de las que usualmente responde.