“El cáncer es un maestro que me enseñó muchas cosas”, dice Lorena Meritano. “Fue primaria, secundaria, universidad, máster, doctorado”, y entonces ríe. “Me enseñó sobre la paciencia —y tengo que seguir aprendiendo—, porque yo era muy impaciente, sobre la tolerancia, la empatía, fortalecer mi fe (no tiene que ver con algo religioso, sino espiritual), sobre saber ponerse en los zapatos del otro, sobre fortaleza psicológica, emocional y física”.

“El cáncer me enseñó a recibir, porque soy una mujer que estoy cómoda en el dar. Ahora aprendí a sentir que yo merezco también recibir, y no hablo de lo material”, agrega la actriz argentina, quien hace cinco años fue diagnosticada con cáncer de seno y ahora está sana, aunque advierte que debe seguir en chequeos médicos.

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¿Por qué no quiere ser llamada guerrera?

La guerra trae destrucción, aniquila, cansa, mata, destruye. El cáncer es un maestro, pero también una enfermedad tremenda que uno no está preparado para recibirla. Una cosa es acompañar a un enfermo de cáncer como yo acompañé a mi mamá en la distancia, como vi padecer a mi abuelo de cáncer de hueso y muchísimos años después fallecer de cáncer de estómago. Conocí a mi abuela sin un seno, con una cicatriz, ella no murió de cáncer, pero tuvo cáncer de mama desde muy joven, como yo, y la recuerdo perfecto con los corpiños y sus rellenos.

Acompañé a mi papá, mientras filmaba en Argentina ‘Amas de Casa Desesperadas’ con su cáncer de pulmón con metástasis en el cerebro por fumador. Estaba conmigo el día que cerró sus ojos y murió. Pero una cosa es acompañar a otro y otra recibirlo en tu cuerpo, en tu mente, en tu alma, en tus emociones, comprenderlo, aceptarlo y vivirlo. Quién es uno, un insignificante ser humano para hacerle la guerra a un monstruo como el cáncer. Me parece ridículo decir que alguien le ganó la guerra al cáncer porque nadie lo hace. El cáncer es una patología que requiere de mucha fortaleza, paciencia, perseverancia, humildad, contra él no se puede luchar.

¿Y qué actitud hay que asumir?

Hay que recibirlo como a un maestro, yo me pregunté para qué, en vez de por qué a mí, y entendí que se sana desde el amor, abrazándole y diciéndole ‘bueno, voy a caminar con vos, a ver qué me tenés que enseñar, a ver qué tengo que cambiar, qué tengo que aprender, en quién tengo que confiar’. Hay que revisar la terminología con la que nos referimos al cáncer. Mi papá se murió de cáncer, mi papá no perdió la guerra, no es un perdedor, fue un hombre maravilloso que se fumó la vida, que hizo lo que pudo y falleció. El cáncer no es una guerra porque necesitás mucha energía para sobrevivir, la guerra te la quita, en cambio el amor te la da.

Pero su reacción fue distinta cuando estuvo enferma de cáncer, Ernesto Calzadilla, su pareja, la dejó... ¿Él huyó?

Ernesto estuvo en el momento más difícil. Fuimos dos personas que nos enfermamos. Yo me enfermé el cuerpo y eso afectó mucho el estado anímico de él, pobrecito, no es fácil acompañar a un enfermo de cáncer. Él no huyó, pero me dejó en un momento muy difícil, en la peor semana de mi vida, empezando el peor año de mi vida, cuando me salieron nuevas bolas, que yo no sabía si estaba enferma. Me quedo con lo bonito que me dio. En ese momento para mí fue terrible. Porque si cuando te separás buena y sana y con trabajo es terrible, imagínate que te separes en ese contexto. Dramaticé, me sentí abandonada, me quise suicidar, llamé a mi mamá. Yo tenía que ir al aeropuerto, íbamos a viajar a Argentina ese día, yo tenía nuevas bolas y tenía que someterme a la extirpación de mi seno izquierdo, las trompas y los ovarios. Con el tiempo lo pude aceptar. Pedí ayuda psicológica y con terapias lo pude perdonar, soltar, comprender que él me acompañó hasta donde pudo. No fue como mi papá que acompañó a mi mamá durante todo su cáncer y siguió con ella hasta que él murió. Pero Ernesto hizo lo que pudo y prefiero quedarme con lo bonito de él.

¿Lo perdonó a él?

Sí. Haberlo perdonado y haber podido soltar y dar vuelta a la página a mí me sanó mucho, me hizo mucho bien, porque el perdón te hace bien a vos y ni hablar a tu salud. Uno en este tipo de procesos pone en jaque la relación con vos y después te das cuenta de qué están hechas tus relaciones. Las que se tienen que cortar se cortan, aunque sea muy doloroso. Pero pasado el tiempo mirás para atrás y te das cuenta de que Dios es el arquitecto perfecto y que es mejor saber quién es quién y quiénes son los incondicionales.

¿Y hubo mucha gente que la dejó sola por el cáncer?

Me escribían en las redes sociales: ‘te ves horrible calva, querés dar lástima’. Un montón de amigos y compañeros con los que trabajé me eliminaron, me dejaron de seguir en Twitter, en Facebook, pero entendí que no es personal, no es conmigo, es con ellos. Son sus miedos.

¿Por qué dice que este maestro, el cáncer, le ayudó en la autoestima?

Yo era muy insegura, tenía la autoestima destrozada por muchas cosas que me pasaron. Además, por mi oficio y el mundo tan materialista en el que vivimos donde la gente vale por los millones de seguidores que tiene, este mundo tan machista en el que una mujer es linda por la cantidad de pelo que tiene o la cola divina o los senos divinos, por su título, su carro o por cuánto gana. Cuando me miré al espejo calva y sin senos, te juro por Dios, que por primera vez me vi hermosa. Nunca me oculté porque los seres humanos también somos cicatrices, enfermedad. No quise hacerle un culto al cáncer con lo que subí a mis redes sociales, quería decirle a los demás pacientes ‘yo te doy mi mano, vos me das la tuya’ y a la gente que estaba sana que remirara sus relaciones, que sanara, que pidiera ayuda, que viera si era feliz en su trabajo.


¿Al remirar usted sus relaciones, su trabajo y su vida, qué cambió?

Hoy en día no me siento en una mesa con quien no tengo ganas de sentarme, no acepto un trabajo que no quiero hacer, no comparto ni personal ni profesionalmente con alguien que no vibre en mi misma frecuencia. Me priorizo como persona y priorizo mi salud.

¿Se ha vuelto a enamorar?

Sí, me he vuelto a enamorar de la vida, porque en algún momento me quise soltar y le pedí perdón a Dios por eso. Y me volví a enamorar de mí, de la Lorena auténtica, la original, la de Concordia, la argentina, la sincera, la honesta, la que no le gusta festejar su cumpleaños con gente, que prefiere viajar sola, que no va a reuniones con más de tres personas, porque no soporto que todo el mundo hable a la vez. Me enamoré de mi salud, la cuido. Pero a nivel amoroso no he vuelto a tener pareja.

En ‘Sobreviviente’, libro que presentó recientemente, dice que aprendió a pedirle a su mamá que la abrazara, ¿cómo fue eso?

Mi mamá tuvo una infancia en la que no le enseñaron a abrazar. Yo estaba viviendo una crisis terrible en el 2016, lo empecé atravesando una separación, me salieron nuevas bolitas, en la misma semana me separé, a los cinco días mientras me hacían los controles y me anunciaban una nueva biopsia, a mi mamá le daba un accidente cerebrovascular. A los tres meses ella sale con un derrame y anticoagulada; me sacan el seno izquierdo, los ovarios y las trompas y en diciembre me extraen siete clavos y una placa que me pusieron porque tuve una caída y me quebré. En esa crisis le grité a mi mamá “necesito que me abracés”. Suena duro, pero es como es. Tal vez me abrazó ese día y otras pocas veces del 2016 hasta acá.

Ella me ama a su manera. Me abraza de otra forma, cuando llego a su casa, me ha comprado palta (aguacate), hamburguesas de quinua, manzanas verdes, me da amor de otras maneras. Pero habérselo podido decir, después de toda una vida, de una relación difícil, como son las relaciones de madre e hija, ha fortalecido nuestra relación desde el amor. Nos puso a gritarnos lo que nos teníamos que gritar, a abrazarnos, a llorar juntas. Con la pérdida de mis senos, de mi cabello, de mi trabajo, de mi pareja, de perder las ganas de vivir, pude hacer el duelo de la muerte de mi abuela Celia, de mi abuelo Aarón, del hijo que perdí porque cuando me da cáncer estábamos con mi pareja (Ernesto Calzadilla) en un proceso de Fecundación In Vitro para ser papás. Y antes, cuando me casé en el año 2000, dejé mi profesión de actriz y me fui a vivir al campo, perdí a mi bebé, fue la única vez que estuve embarazada.

¿Por qué cuando le propusieron escribir el libro ‘Sobreviviente’, en un comienzo no aceptó?

En ese momento no lo supe, pensaba que quizás porque siento mucho respeto por los escritores y hacer un libro no me hace escritora. Mi testimonio siempre fue positivo, a pesar de estar hecha mierda, sin cabello, en quimioterapia, que te mata lo malo, pero también lo bueno, habían pasado tres años, nueve cirugías y a pesar de que estaba regresando a trabajar, uno sabe que con cáncer hoy está todo bien —como le pasó a Lorena Rojas, mi amiga, que estaba sana, adoptó un bebé, le regresó el cáncer y se murió, o con Edith (González actriz mexicana), con quien hablé en marzo y mientras volaba yo de Madrid a Buenos Aires, ella falleció—. El cáncer no es un maestro que pasa por tu vida y se va, el cáncer la atraviesa, hacés lo que podés, pero puede volver en cualquier momento. Pensé que podía morirme en el proceso de la escritura y el mensaje iba a ser contraproducente. Eso lo entendí después, vos sabés, mi gran miedo era morirme.

Infancia feliz

Cuando Flavia Dos Santos, la sexóloga brasileña se enfrentó a un cáncer de mama a finales de 2014, contó que Lorena Meritano fue para ella muy importante. “Cuando se enteró de mi situación me mandó varios mensajes, me ofreció literatura sobre el tema. Está tan empapada de este que es una de las personas que más ayuda me brindó”.

La actriz y presentadora mexicana Yolanda Andrade dijo este año que fue novia de Lorena, a quien quiere mucho. “Se nos salió en el programa que es pura improvisación y en ese momento fue de, ‘ah, es que fuimos novias’. Ella es una mujer muy hermosa, inteligente y superviviente de una enfermedad que desafortunadamente ahora es muy común, el cáncer. Tenemos una amistad de hace muchos años, nos queremos y nos vamos a querer siempre”, dice Andrade sobre su confesión en el programa Montse & Joe.

Según la propia Lorena, la gente no la conoce. “Creen que soy Dínora, de Pasión de Gavilanes, como una mujer que me insultó en un ascensor por tratar tan mal a Juan o hacerle la vida imposible a Danna García, la protagonista. O que soy Verónica Villa, de Amas de Casa Desesperadas o la Tía Minerva, de Chepe Fortuna. Yo no soy eso. La gente confunde realidad con ficción”.

Lorena Meritano Gelfenben nació en el seno de una familia de clase media de Latinoamérica. “Nunca tuvimos casa propia hasta que mis abuelos fallecieron. Mi mamá, Adela María Luz Gelfenben Galante, maestra; mi papá, Enrique Ítalo Meritano Solavaggione, viajante, recorría en su auto la provincia de Entre Ríos vendiendo café, té y especias, le iba muy mal, como nos va a los trabajadores centro y latinoamericanos, que vivimos en la lucha para pagar las cuentas”.

Y continúa como si estuviera reescribiendo su biografía... “Soy la hermana mayor de tres hermanos. Con Javier nos llevamos un año y Renato es el menor. La etapa más feliz de mi vida, la más hermosa, la más bendita, la más milagrosa, la más valiosa es la etapa de mi Concordia natal, donde yo iba a pescar con mi mamá, mi papá y mis hermanitos al río. Vivíamos en la casa de mis abuelos, mi abuela me llevaba a ver exposiciones de poesía, estudiaba danza clásica y española desde mis 4 años en la Escuela de Teresita Miñones de García, cuna de bailarinas reconocidas. Fui a la Escuela Dalmacio Vélez Sarsfield, pública, mixta y laica, y en secundaria a la Escuela Normal Domingo Faustino Sarmiento. Me escapaba para jugar en el jardín de la familia Duce y a la vuelta de mi casa donde Sandra Maschio. Pertenecí al grupo Orange Jazz”, cuenta Lorena, quien debutó en el programa del canal estatal de TV nacional Música Total. Congelaron la imagen de ella y el presentador la nombró ‘La Ornela Mutti argentina’, si bien Lorena medía 1,78, apenas tenía 12 años. Por su estatura se destacó en el seleccionado de voleibol escolar.

Todos los días iba a clases de música, teatro, cerámica, danza, pintura y declamación. En el colegio recitaba, actuaba y bailaba. Nieta de Celia Galante Katz y Aaron Gelfenben Muravchik, por parte de madre y de María Luisa Solavaggione Esteves e Ítalo José Meritano Nosari, por parte de padre, de raíces ucranianas y judías, a los 12 años se bautizó en la fe católica. A los 15 se fue a Buenos Aires a trabajar como modelo, pero se sentía gorda para lo que exigía el mercado, probó la marihuana y la cocaína, sufrió ataques de pánico, depresión y ansiedad. “Gracias a mi voluntad nunca más me metí nada por la nariz”. A los 21 se inscribió en Psicología en la Universidad de Buenos Aires, pero terminó emigrando a México, donde fue becada para estudiar dramaturgia. Debutó com

Meritano regresó a la TV con la telenovela La Bella y las Bestias. Hizo el rol de la mamá de la protagonista. En 2018 participó en la comedia El Rey del Valle, de Sony.

Él hizo lo que pudo

Episodios dolorosos de la vida de Lorena Meritano están narrados en su libro ‘Sobreviví’. Por ejemplo, que mientras grababa en México la telenovela Rivales por Accidente, se enteró que a su mamá le habían detectado cáncer. O que con su esposo, Pablo Lapiduz, oriundo de Concordia, con quien se fue a vivir al campo, tuvo un embarazo ectópico y perdieron a su bebé. Y que al hacer el rol de Gabriela Garza, la mexicana de Ecomoda, secuela de ‘Yo soy Betty, la Fea’ en Colombia se divorciaron.

Recuerda el día en que cayeron grandes mechones de cabello a su almohada y que su mamá y Ernesto le raparon la cabeza y no sufrió más. Pero el episodio más fuerte fue cuando Calzadilla le terminó. “Lloré, mandé un mensaje a un grupo de WhatsApp en el que contaba que mi expareja había decidido dejarme y que no sabía que hacer. Minutos después, me salí del grupo. Algunas personas hicieron público el video y aún no entiendo por qué: Alguien muy cruel, ruin, lo filtró y logró hacerlo viral a una velocidad incalculable”. Calzadilla en 2016, explicó: “Dije no va más por el bien de los dos. No es fácil para nadie esta enfermedad, te altera química y neurológicamente y todo el entorno de la familia. Aunque lo asumas de manera madura las rupturas generan algún trauma o inconveniente”.

Además de Ernesto Calzadilla, Lorena compartió “muchos años con un director y productor colombiano”.

“Una cosa es acompañar a otra persona en el cáncer y otra es recibirlo en el cuerpo, en la mente, en las emociones, te duele la vida, no podés respirar, ni caminar, al final de las quimioterapias no tenía venas”, cuenta Lorena, para quien la gente es imprudente con los enfermos, “nos exigen: ‘Salí, levantate, que no te vean así, maquillate, ponete un turbante’, y a veces el cuerpo no te da, te querés quedar en tu casa en silencio durmiendo”. Por eso ama a Fidelito, su perro, su “angel”. “Llegué a Buenos Aires con un cáncer y mi mamá con ese bebé de ocho meses que pesaba un kilo 900. Si iba al baño, él iba conmigo; me desmayaba, él avisaba; llegaba de las quimios y se subía en mi pecho, me quería sanar. Me hacían Reiki y se sentaba entre la maestra y yo. Mi mamá nos lo cedió a Ernesto y a mí”.

Venían insistiéndole desde 1998 que escribiera un libro, cuando enfermó le dijeron de nuevo, pero quería “intentar vivir”. Penguin Random House la contactó años después y mientras filmaba El Rey del Valle se fue tres días a San Andrés, lloró y escribió en su computador. En cuatro meses culminó tres capítulos. Terminó El Rey del Valle, vio en Roma al Papa y al llegar a Argentina se percató de que no guardó texto en Word. Escribió el libro en junio del 2018 durante la campaña Guerreras Rosa, de Brahma, con quien este año realiza Es Tiempo de Tocarte. Hizo charlas de Lorena Sobreviviente. Viajó a Grecia, Turquía, Israel y terminó ‘Sobreviviente’ en julio. De 400 y pico páginas quedaron 162.