Por Johana Fiallo, periodista de El País
Elena Garcés es, sin duda, de esas personas que dejan huella, no solo por su espíritu jovial, sino por ser una de esas mujeres que se han caracterizado por enaltecer la voz de muchas otras.
Nació y se crió en Cali, en el seno de una familia tradicional y muy emprendedora, y se formó en uno de los colegios más conocidos de la época, el Sagrado Corazón de Jesús, ubicado en el centro de la ciudad. Sin embargo, no terminó allí sus estudios, ella quiso también pasar por las sedes de esta institución católica en Estados Unidos y en Roma, países donde pudo concluir que su vocación definitivamente no sería religiosa, y en cambio, decidió que amaba la maternidad.
No obstante, a pesar del pensamiento dogmático de la época, Elena siempre se mantuvo inquieta por saber cuál debía ser el rol de las mujeres en una sociedad poco incluyente para ellas. No estudió una carrera universitaria en sus primeros años juveniles, no porque no quisiera, sino porque la época así lo demandaba.
Pero eso no fue impedimento para decantarse, años más tarde, por la filosofía y la literatura, llegando a tomar incluso, talleres con el recordado filósofo y escritor Estanislao Zuleta, y a crear, junto a algunas amigas, su propia revista feminista llamada La Cábala.
A sus 21 años contrajo matrimonio, con quien se convirtió en el padre de sus cuatro hijos, Henry Eder. Junto a él conformó un hogar en el que crecieron Santiago y Harold, y una pequeña niña que falleció al ser una bebé prematura. Luego llegarían Enrique y Alejandro Eder (hoy, Alcalde de Cali).
Ante la pérdida de su hija, doña Elena se ocupó de entender las complejidades de Cali, y la tarea titánica de la salud, pues su pequeña había fallecido al no haber una sala neonatal de incubadoras, por lo que junto al doctor Julio César Reina, y otras grandes amigas, creó la Fundación Sirena, que se encargó de traer a Cali esos primeros equipos médicos.
Pero la vida familiar y de labor social tuvo que ser intempestivamente detenida, luego de que en 1982, su prima hermana fuera secuestrada. Fue así como, junto a sus cuatro pequeños hijos, viajó a Estados Unidos, país donde se radicó y comenzó una nueva vida.
Ya pasados varios años, y cerca de sus 45 ‘abriles’, comenzó estudios en ‘The George Washington University’, eligiendo la antropología como profesión. Luego tomó una maestría en Estudios de la Mujer, y finalizó con un PHD en la misma institución.
Fue en medio de ese momento de renacimiento intelectual, en el que se propuso escribir un libro que retratara a las mujeres colombianas, el feminismo, sus luchas y su despertar, y lo tituló ‘Colombian Women. The Struggle out of Silence’ (Las mujeres colombianas. Su lucha por romper el silencio), un compendio de entrevistas a varias mujeres colombianas, donde enmarca las estructuras patriarcales y examina la cultura, la historia, la economía, las leyes y la religión, y el papel de las mujeres en cada uno de estos aspectos.
“Tenía 13 años por lo menos, cuando me enseñaron a entender que las mujeres necesitábamos ayuda para poder ser felices, y a entender que el maltrato no solo era físico, el maltrato también era la frialdad, la indiferencia... así que con el tiempo, ya mucho más grande y con todo ese conocimiento, decidí escribir este libro”, cuenta Elena Garcés, de la publicación que se puede leer a través de Amazon, y por el que durante varios años fue llamada a dictar conferencias en todo tipo de simposios y talleres, alrededor de los derechos de la mujer.
“En ese libro tengo todo lo que yo aprendí, comenzando cada capítulo con la historia de alguna mujer a la que entrevisté. Personajes de todas las clases sociales que puede haber en el Valle del Cauca, y que, por lo general, tenían historias de maltrato. Y es que, por ejemplo, antes, cada vez que nacía una niña, los hombres se ponían a llorar”, agrega.
Tras ese trasegar por la academia y su vida maternal, retornó finalmente a Colombia, a Cali, junto a algunos de sus hijos, y comenzó a idear la manera de volver a documentar a las mujeres que hicieron parte de su libro.
Fue así como creó, junto a uno de sus hijos, el portal web ‘Colombianas.org’ donde reposan en video, algunas de las entrevistas a las mujeres que trató en su libro. Una plataforma que suma hoy, entre Youtube, Twitter y Facebook, más de 50.000 seguidores.
Este espacio digital está siendo administrado en la actualidad por la Fundación Alvaralice, otra de las entidades sin ánimo de lucro que fundó Elena Garcés, junto a sus hermanos, María Eugenia, Enrique y Emma Garcés Echavarría, en homenaje al espíritu cívico y filantrópico de sus padres, Álvaro Garcés Giraldo y Alice Echavarría Olózaga.
Una institución que cumple su labor con alianzas público-privadas, y que ha logrado movilizar recursos de cooperación internacional para apoyar y dinamizar proyectos de impacto regional y nacional orientados a mejorar las condiciones de vida de las comunidades.
Ahora bien, cuando a doña Elena se le pregunta por Colombia, dice haberla añorado siempre, pues nunca quiso irse. “Estados Unidos fue esa opción que tomamos ante el secuestro de mi prima María Antonia Garcés, por lo que mis hijos fueron a la universidad allá, y yo también, pero ellos siempre amaron a Colombia, y nunca se nos salió de la cabeza. Para mí, mi Valle del Cauca es lo más divino. Aquí tenemos el español, nuestro lenguaje, es nuestro hogar”.
No obstante, cuando se trata de hablar de Alejandro Eder, actual Alcalde de Cali, no tarda en resaltar el gran ejemplo con el que creció su hijo. Tanto ella, como su esposo, y sus padres, fueron grandes promotores del desarrollo social en su ciudad. “Desde los 12 años, Alejandro comenzó a decir que cuando creciera, él iba a ayudar a Cali, porque el papá siempre nos contaba lo que estaba pasando alrededor de la ciudad. Y Alejandro desde muy pequeño decía: ‘cuando llegue a Cali, siempre voy a ayudar’. Y en esas está ahora. Eso me hace muy feliz, es una delicia que mi hijo sea el Alcalde de Cali, imagínese”, comenta dichosa Elena, quien ahora, a sus 85 años vive feliz, disfruta de sus nietos, ama compartir en las reuniones sociales, toma clases de historia, de salsa, de música, juega cartas con sus amigas, y se reencuentra cada que puede, con aquellas personas con las que compartió su vida en Cali.