Recordada por sus roles protagónicos en cine y televisión, así como por su música, Margarita Rosa de Francisco es una artista polifacética que también ha dedicado parte de su carrera a la escritura, como columnista y autora de ficción. Su primer libro fue ‘El hombre del teléfono’ (2016), una novela de rupturas y viajes liberadores.
Pero su nuevo libro, ‘Margarita va sola’, desde hoy en las librerías de Colombia, es la meditación de una mujer que decide pensar por sí misma, sin miedo a ser incorrecta.
Compartimos un fragmento exclusivo con los lectores de El País:
Justifico mi escritura como una manera de gestionar el duelo de la vida, a lo cual todos tenemos derecho, aunque lo hagamos desde una inteligencia mediana y con mediocre calidad.
Me ha parecido interesante observar en mí misma el fenómeno de «creer que pienso».
No creo que mi pensamiento haya evolucionado; más bien, intenta deshacerse.
El deseo continuo de poner en palabras el estupor que produce en mí el ejercicio de vivir y ver vivir a otros. Así fue posible construir un relato que, si bien empieza y termina en las páginas de este libro, se me ha revelado como un texto vivo, que no concluye y que se busca e interpela a sí mismo.
(...) He descubierto que lo que dejo consignado aquí es una gran protesta contra el Yo —y todo aquello que lo compone— desde conceptos, desde la cotidianidad, desde el amor, desde la invención, desde el sueño, desde donde sea que se manifieste la persona que he creído ser hasta ahora.
En cuanto a mi manera de escribir, me empalagan todavía algunos artículos, llenos de adjetivos innecesarios (quité los que pude), tal vez porque al comienzo de mi camino como columnista ponía demasiado empeño en «escribir bien», para así demostrar que eran aptos para ser publicados. No obstante, es interesante que el lector mismo se percate de las diferentes formas (¿estilísticas?) que aparecen a lo largo de la lectura, entre las cuales los diarios son los pasajes menos cuidados, pues siguen el ritmo de los pensamientos, tal como surgen en cada momento.
Sobre el título Margarita va sola, hay una referencia curiosa. En el lenguaje «salsachokeño» (el salsachoke es una variación urbana de la salsa caleña), cuando dicen que alguien «va solo» es porque va «sobrado»; es decir, que no necesita ayuda, va tranquilo, va lejos, va sin miedo de que lo alcancen. En ello reparé después de haber pensado el título de mi página web,
margaritavasola.com, como un anuncio de que ya no escribiría por contrato.
En aquella ocasión —en vista de que un columnista pago tiene tantas limitaciones para expresarse con libertad— resolví abrir mi propio «desperiódico» e irme sola con mi opinión a un lugar donde no tuviera patrón (muy oportuna la palabra «patrón», en el sentido de «jefe» y de «molde»). A este libro también lo bauticé con esa frase porque es un intento de pensar y despensar en solitario.
Lo de «ir sobrada» también prefiero tomarlo como una voz de aliento; esa voz que anima a seguir adelante cuando uno está inseguro de lograr algo, y que diría, en clave de salsachoke, «tranquila que va sola, va sobrada, hágale que no hay peligro». En este contexto, «ir sola» es lo conveniente, lo seguro; cuando, por lo regular, una mujer que va sola (por la calle o por la vida) se encuentra en situación de alta vulnerabilidad.
Me cuadran todos los sentidos que se le quieran dar a esa oración, aunque no necesito que me animen ni llenarme de valor para publicar esto; sólo un tipo de narcisismo que, al menos, no mata gente.
"Es este galimatías de la calle, que cabalga sobre la precisión de un ritmo, lo que mantiene vivo el corazón de Cali. Ya percatada de esto, di gracias al cielo y a la tierra por haber coloreado nuestra cultura con herencias de la raza negra”.
Martes 17 de… de 2…
Me molesta ser una buena mujer. No sé ni qué quiero de esta vida inútil. Siento una rabia profunda hacia mí misma. ¿Qué habré desmerecido?
Quihubo Isaac. Me sorprendiste con la propuesta de que escribiera algo para Poder. La verdad, a mí siempre me ha gustado «poder» escribir: desde canciones, hasta cartas con crónicas cotidianas para mis amigos. Pero hacerlo para una revista «seria» me ha puesto bastante nerviosa.
Yo escribo en cuadernos sobre asuntos personales, reflexiones sobre mi propia vida, en fin; temas que no sé si serán lo suficientemente adecuados o interesantes para esta publicación, quién sabe.
Lea aquí: 'Pondré mi oído en la piedra hasta que hable', fragmento del nuevo libro de William Ospina
Me aburren las personas que hablan todo el tiempo de sí mismas pero, en este primer envión, me gustaría, de todos modos, presentarme: mi nombre completo es Margarita Rosa de Francisco Baquero. Tengo cuarenta y dos años. Nací el 8 de agosto de 1965. Soy signo Leo con ascendente Virgo. Esto lo señalo porque, un día, un brujo me dijo que esa combinación se podía ilustrar con la siguiente imagen: un Ferrari conducido por una monja.
Supongo que eso quiere decir que tengo una fachada bastante vistosa, pero, por dentro, soy adusta y nada coqueta (que me perdonen las monjas coquetas). Como me asombra que existan la música y los maestros, siento un respeto enfermizo hacia los profesores de música. Estudié Composición, dos años y medio, en la Facultad de Música de la Universidad Javeriana y ahora continúo haciéndolo en el New World School of the Arts en Miami.
Tengo fijación con los dentistas y con la pérdida de peso. Yo no puedo ver un dentista porque le pido cita inmediatamente; pero no me refiero a los «diseñadores de sonrisas», sino a los que limpian los dientes. Me fascina que me los dejen brillantes y lisos. Lo del peso sí, lo reconozco, es una enfermedad mental, pero ya me di por vencida. Me gusta estar «como una garra» de flaca y que me adviertan: «Ojo, que se ve muy acabada». Ese es el mejor piropo que puedo recibir.
A ver… ¿qué más puede caber aquí que sea tan importante como lo que acabo de contar? Ya sé. Podría hacer unas cuantas enumeraciones tipo «asociación libre» (he tenido sobredosis de psicoanálisis): me fascinan las manos de mi hermano Martín; son igual de inteligentes que él. Corro maratones. Como nutella directamente del tarro. Bailo salsa en Cali como si el mundo se fuera a acabar. Soy chocolatófila. Sólo cocino cuando me enamoro. Canto bossa novas. Leo filosofía sin entender un carajo. Cargar —o ver— un cachorro de perro o de gato me quita la tristeza. Me gusta PODER decidir autónomamente, aunque me tiemblen las piernas. Me gusta Poder pero no me gusta EL PODER (últimamente disfruto mucho no poder). Me seducen los cuentos de fantasmas.
Me da vergüenza cantar, mi voz es insípida. Consulto brujas y astrólogos. Me sudan las manos cuando entro a lugares públicos. Me gusta decir groserías. Sufro de ataques de pánico. Necesito estar mucho tiempo sola. Me da miedo soñar. Escribo más cuando estoy ocupada; no escribo para entretenerme. Me escribo siempre, aunque sea mal. Bien. Podría seguir de largo pero prefiero cortar ya con esta lista pintoresca.
Indudablemente es un muy buen pretexto, desde mi egolatría leonina, aprovechar el Poder para hablar de mí misma en esta, mi primera columna.