Los esposos Carolina Llano y Andrés F. Quintero, creativos caleños, junto a su amiga y socia Catherine McKenzie, son el alma y nervio de Min & Mon, que apostándole a la mano de obra colombiana y a las ideas innovadoras, compite con las grandes marcas de bolsos en el mercado neoyorquino. Este mes, una de sus mochilas, intervenidas por mujeres Wayúu, es la tercera recomendada en el top de la revista Elle, antes que Prada y Versace, y ya los contactaron de Vogue para hacerles otro artículo.

En Cali, Carolina, artista plástica, y Andrés, arquitecto, empezaron en el año 2002 —ya casados—, con la marca DCI Arte, a la que le pusieron el alma durante ocho años y que dio como fruto 12 tiendas. Sin embargo, la caída del dólar en el 2009 y la recesión económica y el contrabando afectaron sus exportaciones, y en 2010 cerraron con tristeza, pero con todos los conocimientos y la sabiduría acumulada, su primer sueño.

“A raíz de esa experiencia me ofrecieron un trabajo en Nueva York como senior designer de Lesportsac, donde estuve a cargo de la colección Artists in Residence y de la línea masculina del 2011 al 2015”, cuenta Andrés, quien se trasladó a la Gran Manzana con su esposa y sus hijos.

Mientras tanto, Carolina trabajaba desde casa, haciendo los prototipos e ideas de una marca de bolsos para vender en EEUU. Andrés le propuso hacer el producto en Hong Kong, China, Vietnam, Tailandia, por lo avanzados que están en confección y en técnica, y sus buenos precios, pero pese a lo tentadora de la oferta, ella decidió preservar la mano de obra colombiana, sabiendo que era una lucha de David contra Goliat.

Andrés renunció a su trabajo en 2015 y se fue con su esposa a hacer los desarrollos de su marca a Colombia y regresaron a Nueva York. “Hicimos un estudio de mercado, no podían ser bolsos de US$ 100 hacia abajo, sino Asia nos comía vivos por los rubros que manejan; debían venderse entre US$ 200 y US$ 300 para amortizar la mano de obra colombiana que es más costosa, y estructuramos un modelo de venta directo al consumidor, no al por mayor”.

Tomaron las tres últimas letras de los nombres de sus hijos, Benjamín y Simón, y empezaron de ceros su propia marca de bolsos: Min & Mon. En 2015 se les sumó una amiga, Catherine McKenzie, quien aportó económicamente a su sueño y lo convirtió en suyo al convertirse en socia y al asumir el área comercial. Arrendaban por meses espacios pequeños para sus tiendas en Nueva York. “Los productos solo se consiguen en nuestra tienda física y virtual”.

Descrestan de entrada con un plus, contar la historia de quienes trabajan en cada bolso, así lo hicieron en su colección Makers, en la que incluyeron un sticker en el que cada persona que intervino en la creación firmaba y decía qué había hecho, si lo estampó, lo confeccionó, alistó el cuero o hizo el control de calidad, un tributo que impactó a sus clientes y a sus compatriotas homenajeados.

Volveremos a Cali porque creemos y le apostamos mucho al capital humano de la ciudad. Queremos contribuir a hilar, reconstruir la fibra del tejido social que se ha visto erosionado”. Andrés F. Quintero, diseñador.

Andrés, que diseña las texturas y dibujos, hace prints que inspiran gozo, felicidad, “la gente dice que son bolsos muy felices y nuestros llaveros son personajes con historia que los acompañan adonde vayan”. Los hace a mano y en cada bolso se puede ver el trazo del lápiz o esfero, después de escanearse e imprimirse en un proceso litográfico. “Celebramos lo humano, que no somos máquinas, que la línea no tiene que ser perfecta, que cada cosa toma tiempo, habilidad, detalles”. Han hecho colaboraciones, una fue con Herikita (@herikitaconk), artista caleña radicada en Bogotá, que trabajó con ellos muchos bolsos pintados a mano.

Y en 2020 cuando escucharon lo mal que la estaban pasando las mujeres Wayúu, en La Guajira, por el Covid, la falta de turismo y las sequías, llamaron a Sol Gonzáles Duque, profesora de la Universidad Bolivariana de Medellín, que trabaja hace más de 20 años con comunidades indígenas, para contactarlas y pagarles ‘fair trade’ por su mano de obra.

“Interpretaron nuestro imaginario, hicieron una nueva lectura de nuestros prints; a los bolsos les hacemos ojos y pareciera que estos objetos inanimados adquirieran conciencia”, cuenta Andrés.

Otro hit fue su colección de sombreros de iraca, hoja de palma, que secan, cocinan y tiñen mujeres en Nariño, Los Pastos, en una versión con ojos. “Ellas creyeron que era chiste, pensaron que nadie iba a comprar sombreros con ojos, y a la semana se vendieron todos y debimos sacar más”.