Por Ossiel Villada Trejos, Jefe de Redacción de El País
Ese día la historia cambió. A las 7 y 15 de la noche dos sicarios de Pablo Escobar acribillaron en el norte de Bogotá al ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla. Y esa misma noche, en Medellín, Jairo Varela terminó de grabar las últimas notas de ‘Cali Pachanguero’.
¿Podría alguien establecer una conexión entre esos dos hechos, tan distintos y distantes? Seguramente no. Después de todo, la vida viaja siempre del canto al llanto sin un por qué.
Pero en la mente del trombonista Fernando Martínez ambos sucesos están perfectamente conectados, como piezas de un rompecabezas del absurdo.
“Lo tengo tan presente como si fuera hoy. Y todavía me asombro: a la misma hora en que yo estaba grabando los trombones de Cali Pachanguero, estaban matando a Lara Bonilla”, asegura Martínez.
El calendario señalaba 30 de abril de 1984. Ese día la historia cambió. Lara Bonilla murió de siete balazos dentro de su carro. Pablo Escobar desató una guerra terrorista de nueve años contra el Estado. El país se llenó de miedo y de muertos. Fernando Martínez pasó de ser un trombonista casi anónimo a ser uno de los más afamados arreglistas de la música tropical colombiana. Y Jairo Varela empezó a convertirse en una leyenda de la Salsa, justo en el momento en que estaba a punto de perderlo todo.
Para 1984 el Grupo Niche no era una orquesta recién llegada a la escena, pues ya habían transcurrido cinco años desde el momento en que debutó con un sencillo grabado en formato de 45 revoluciones por minuto con dos canciones que, en su momento, no tuvieron mayor trascendencia comercial: ‘Las flores también se mueren’ y ‘Primero y qué’.
Este fue solo un experimento preparatorio para su primer ‘longplay’, ‘Al Pasito’, que también fue lanzado 1979. Los ocho temas del disco tuvieron arreglos de Jairo y su compadre Alexis Lozano, quien después tomaría su propio rumbo para formar la orquesta Guayacán.
En la contraportada de ese disco ambos aparecen, con pinta de veinteañeros, junto a la que fue la primera ‘delantera’ de cantantes de Niche, integrada por Saulo Sánchez, Jorge Bassán y Héctor Viveros.
‘Sali’, como se le conocía en el medio a Saulo, tuvo un paso rápido por Niche. Sin embargo, su nombre quedó grabado después en la historia de la salsa colombiana por cantar ‘La Palomita’, una composición del locutor barranquillero Ley Martin que popularizó la orquesta Los Titanes.
Niche lograría después el gran éxito de ‘Buenaventura y Caney’, que alcanzó los primeros lugares en todo el país, y pegó otros temas en la radio comercial de inicios de los 80: ‘Mi mamá me ha dicho’, las nuevas versiones de ‘Al Pasito’ y ‘Primero y qué', ‘Lamento guajiro’ y ‘Mi negrita y la calentura’.
Y en 1983 hizo su primera gira a los Estados Unidos, causando gran revuelo entre las colonias de colombianos. Pero nada de esa carrera promisoria terminaba de convencer a don Rafael Mejía, gerente de Codiscos, quien le puso un ultimátum a Jairo: si el quinto álbum no lograba un récord en ventas, la disquera le pondría fin al contrato con la orquesta.
Jairo Varela lo conceptualizó, lo escribió y lo grabó bajo la presión de quedarse en el aire, justo cuando apenas su carrera despegaba. Y cuando lo tuvo listo apeló a un viejo augurio del léxico taurino para bautizarlo: ‘No hay quinto malo’.
Así que la carátula en blanco y negro, con la imagen de un toro que embiste, no fue un homenaje a la fiesta brava en Cañaveralejo, como algunos creen, sino más bien un simple guiño a la suerte, una forma de cruzar los dedos y creer a ojo cerrado que ahora sí.
Pero lo que vino después no fue resultado de la suerte. El talento casi sobrenatural de Jairo Varela para escribir y crear música había quedado plasmado en los ocho cortes de aquel disco. Y seis de ellos se pegaron de forma sucesiva durante más de un año como grandes éxitos. ¿Cuál fue el secreto? El ‘veneno’ de aquel disco estaba en el primer corte del Lado B con el título de ‘Cali Pachanguero’.
La clave te va a tumbar...
“En 1983 estábamos en un ensayo en Nueva York y hacía mucho frío; un muchacho nos miraba detrás de un vidrio, lo invité a entrar, nos pusimos a hablar y resultó que era de Cali. Se había ido para allá en busca del sueño americano, pero como no le había ido bien sufría mucho pensando en cómo conseguirse un pasaje para regresar a Cali y no volver a salir nunca más de su ciudad. ¡Jamás! Ahí encontré el alma de Cali Pachanguero”.
Jairo contó esa misma historia mil veces en los medios de comunicación. Pero nunca nadie le preguntó por los detalles. ¿Quién fue el anónimo personaje detrás del vidrio? ¿Logró regresar algún día a Cali? ¿Volvieron a verse? ¿Sigue vivo? Nunca lo sabremos.
Lo cierto es que Cali Pachanguero debe su origen a otras seis ciudades. Porque su autor nació en Quibdó, creó al Grupo Niche en Bogotá, empezó a escribir la letra en Nueva York, terminó de componerla entre Barranquilla y Cartagena y la grabó en Medellín.
El maestro Alí ‘Tarry’ Garcés, saxofonista y flautista y uno de los músicos que acompañó a Jairo en los inicios del Grupo Niche, cuenta que el proceso creativo para ‘No hay quinto malo’ se terminó de afinar en febrero de 1984, en medio de grandes afugias económicas.
“Eran días muy duros. Nos invitaron al Carnaval de Barranquilla, pero allá nos fue mal y no logramos hacer nada. Y de ahí nos fuimos al Festival de Música del Caribe, en Cartagena, pero allá no tocamos como grupo invitado, sino como acompañante de Larry Harlow. En ese recorrido Jairo terminó los temas para el nuevo disco, nos puso a oir los arreglos que él tenía en su cabeza, los hizo transcribir al papel y empezamos a ensayar”.
Cali Pachanguero tuvo dos arreglos, ambos salidos de la cabeza de Jairo Varela. Uno escrito por el pianista Nicolas Cristancho ‘Macabí’, que jamás se grabó. Y otro escrito por el trombonista Fernando Martínez, que es el que conocemos. ¿Qué pasó con el primero? La respuesta está directamente con lo que muchos conocedores califican como la gran debilidad del tema: la ausencia de clave.
“En la parte previa a que empiece el cantante, ‘Macabí’ agregó un compás para que el tema quedara en clave. Pero a Jairo eso no le gustó y entonces me llamó y me dijo que transcribiera el arreglo tal como él lo tenía en su cabeza. Como yo no manejaba el concepto de la clave, lo hice tal cual como él me lo pasó, y ese fue el que grabamos”, recuerda Martínez.
Con el paso de los años, una verdad innegable quedó a la luz: Cali Pachanguero es un tema que, musicalmente hablando, no está bien construido. Tiene una grave deficiencia, pues no fue hecho con la clave correcta.
La clave es el concepto más importante dentro del universo de la Salsa. Su significado y trascendencia va mucho más allá de ese sonido que la gente hace con las manos para alegrarse en un concierto. Esa célula rítmica de cinco notas en dos compases es la piedra angular sobre la que reposa toda la estructura de la música de raíces africanas creada en Cuba. Por tanto, en ella se encuentra el ‘código genético’ de la Salsa.
‘Tarry’ Garcés lo explica así: “En Cali Pachanguero solo la primera parte, la introducción de las trompetas, está en clave. Todo lo demás, desde donde empieza el cantante hasta el final de la canción, tiene la clave cruzada. Es uno de los temas más ‘desclavados’ de la Salsa”.
El problema lo detectaron, allá en Nueva York, los bailadores boricuas, para quienes el código auditivo de la clave es una guía fundamental en el baile. “Nos decían: ‘Ustedes son muy alegres y tocan muy chévere, pero se cruzan mucho en la clave’”.
La musicóloga estadounidense Lise Waxer, quien durante años vivió en Cali y estudio el fenómeno de la salsa colombiana, describió así en una de sus obras el efecto de esa falla: “En la Salsa y sus antecedentes cubanos, todos los acentos rítmicos de las palabras, las líneas de trompeta y las frases melódicas deben coordinarse con los acentos del patrón de la clave. Para el oyente que es sensible a la clave, la conjunción de acentos cruzados con el cruce erróneo de la clave es ¡demasiado por soportar!”.
‘Tarry’, después de salir de Niche, creó la Orquesta Sandunga, se convirtió en uno de los productores y arreglistas más respetados de la Salsa en Colombia y hoy es reconocido como uno de los hombres más estudiosos del concepto de la clave.
Por eso sostiene que el problema en 1984 fue resultado de falta de experiencia y formación dentro del Grupo Niche.
“La verdad es que nos equivocamos, sí, pero en esa época no teníamos el conocimiento ni la sensibilidad para aplicar correctamente el concepto de la clave, entonces nos parecía que todo sonaba bien. Porque la clave usted no la aprende en la academia, usted tiene que estudiarla y, ante todo, sensibilizarse para aprender su manejo”, dice.
“Yo no cuestiono ni señalo a nadie por eso. La verdad es que no fuimos los únicos. Hay mucha música de Puerto Rico y Nueva York que se hizo fuera de clave. Pero, cometido el error, lo responsable es aprender de él. Algunos de los que estuvimos en Niche decidimos no volverlo a cometer, pero otros se quedaron en él por pura terquedad”, agrega.
¡Ah, pues!
Como lo reseña el periodista Umberto Valverde en su biografía de Jairo Varela, desde el mismo momento en que el chocoano llegó a Cali, en 1981, se sintió como en casa. Y por eso, aunque el Grupo Niche se formó en Bogotá, su creador nunca lo asoció a la Capital de la República. Cali era su verdadero lugar en el mundo. “A Cali le debo todo lo que soy y lo que llegaré a hacer”, decía.
La ciudad respiraba salsa por todos los rincones y Jairo se dedicó a sentir su vibración. Se volvió asiduo visitante de todos los grilles que concentraban la movida salsera. Iba de ‘El abuelo pachanguero’ en Juanchito hasta ‘El Escondite’, en San Fernando, pasando por ‘Cañandonga’ en la Quinta con 39.
Una noche, en el grill Le Monde, al norte de la ciudad, descubrió la voz que habría de inmortalizar el Cali Pachanguero. Luis Alfonso Peña Sánchez, más conocido en el ambiente como Moncho Santana, era el cantante de la orquesta Fórmula 8 y también alternaba con La Misma Gente, de Palmira.
Jairo lo escuchó con atención, pero no le ofreció nada. Mucho tiempo después volvieron a cruzarse en el grill Honka Monka y, sin mayor explicación, le anunció: “Te necesito para que vas a ensayar con el grupo”. Jairo le puso una cita y Moncho no se lo creía, pero llegó.
Su paso por la banda fue muy breve, pues duró menos de dos años y solo grabó dos discos: ‘No hay quinto malo’ y el siguiente álbum, ‘Triunfo’. Pero eso fue más que suficiente para que su historia cambiara por siempre.
‘Moncho’ cuenta que, para preparar la grabación del disco, “el maestro nunca me dio un cassette ni un papel con las letras. Él solo cantaba, me pedía que me las aprendiera y me decía lo que quería que yo hiciera. Y fue así como lo sacamos”.
Y le pone punto final a la discusión técnica sobre el asunto de la clave: “Puede que Cali Pachanguero tenga la clave cruzada y todos los errores que usted quiera, pero ya la gente se acostumbró a la versión que yo canté y eso no se puede cambiar, si se cambia pierde su esencia”, sostiene.
La vida sí cambió para él. Tras su salida de Niche vivió casi dos décadas en Estados Unidos, donde logró pegar otros tres grandes éxitos de salsa romántica. Hoy, después de su paso por el abismo de las drogas, es un hombre que da testimonio de vida amparado en la fe religiosa.
La Pachanga que no cansa
¿Por qué ‘Pachanguero’? ¿Por qué a Jairo Varela no se le ocurrió usar otro adjetivo para bautizar su homenaje a Cali? La respuesta está en los misterios de la noche.
Más que la guaracha, el boogaloo, el mambo o cualquier otro ritmo afroantillano, la pachanga marcó a fuego el corazón del bailador caleño a partir de los años 60. Fue ella la que le permitió explotar toda la creatividad, la cadencia, la picardía y la sabrosura que caracterizan su estilo en la pista.
Y a Jairo le bastaron unas cuantas noches de recorrido nocturno por los grilles y las discotecas locales para entenderlo. También él, en sus primeros años en la fría Bogotá, había sido tocado por la fiebre pachanguera. Por eso el sonido de las primeras grabaciones de Niche replica una característica básica de las charangas: el sonido de la flauta sobre las trompetas.
Y por eso Cali Pachanguero evoca el sonido de la pachanga. No el de la pachanga cadenciosa que hicieron Joe Quijano o Joe Cuba. Sí el de la pachanga frenética que años antes habían hecho muchos músicos en Nueva York, entre ellos otro colombiano: el sanandresano René Grand, creador de éxitos como ‘Sigue la gente’ y ‘Mambo cool’.
Muchos elementos son perfectamente comparables entre ‘Sigue la gente’ y ‘Cali Pachanguero’, pese a las diferencias de tiempo, modo y lugar que existen entre ambos: el sonido hiriente de los metales en el mambo, el pegajoso tumbao de piano que lo precede, el acompañamiento de las palmas, la intención de llevar al bailador hasta la cumbre más alta y dejarlo allá, feliz y sin aliento, después de cinco minutos de goce.
La poesía heredada
Más que una foto, Cali Pachanguero es una pintura de la ciudad. Jairo Varela trazó en la letra algunas imágenes relevantes —las calles de Siloé, la pasión por el América y el Deportivo Cali, el refrán según el cual “Cali es Cali, lo demás es loma” — y todo eso lo matizó con la poesía que siempre distinguió su pluma.
El primer pregón de la canción, en el que se habla de una “bella cenicienta” a la que un hombre pide perdón por haberse marchado, evoca el lirismo clásico heredado de la obra literaria de su madre, la poetisa y novelista chocoana Teresa Martínez.
A lo largo de los ocho cortes de ‘No hay quinto malo’ el cantante Moncho Santana sacó toda la sapiencia que le habían dado más de 20 años de salsa y calle. Pero a Cali Pachanguero supo imprimirle ese toque de nostalgia que la letra demandaba.
Y hubo otros pequeños detalles que enriquecieron la propuesta inicial para la canción. Fernando Martínez y ‘Tarry’ Garcés cuentan que, en esos días entre Barranquilla y Cartagena, ‘Macabí’ concibió el famoso tumbao de piano que distingue el mambo de Cali Pachanguero.
Jairo, además, acogió una idea del trombonista Ismael Gómez, más conocido como ‘Yayita’, quien acompañó al grupo en esa gira y después se retiró. Fue él quien propuso esa sucesión de ‘golpes’ sonoros que dan las trompetas antes de la melodía central del mambo y que funcionan como anuncio de que algo muy grande se avecina.
La cereza sobre el postre fue el coro que grita ¡Cali! en el minuto 4:53. Es una voz con magia poderosa. Porque quizá ningún caleño se siente tan orgulloso de ser caleño como cuando se suma a ese grito en las notas finales de Cali Pachanguero. Como lo sigue notando José Aguirre, actual director de Niche, ese sentimiento es aún más fuerte cuando la orquesta actúa fuera de Colombia.
Cali Pachanguero no fue solo el éxito de la Feria de Cali en 1984. Sigue siendo la canción más representativa de la salsa colombiana y ninguna otra ha logrado arrebatarle ese lugar. Pero además, se convirtió en un sello de identidad colectiva para los habitantes de esta ciudad y llevó a un nuevo escenario la relación de los caleños con la Salsa.
Hasta el momento de su publicación, el hito salsero de mayor valor en la memoria de Cali era el concierto que Richie Ray y Bobby Cruz habían dado en la Feria de 1968. Andrés Caicedo lo plasmó en las páginas de ‘Que viva la música’.
Pero el Grupo Niche le regaló a Cali un himno popular hecho a la medida de su obsesión por la Salsa. Quizá el único himno que se baila y también se puede exhibir como ‘carnet de identidad’. Sí, para los caleños, en 1984 la historia cambió...