Primer alpinista en coronar el Everest sin oxígeno es el austríaco Peter Habeler, quien  continúa, pasados los 80 años, desafiando las cumbres.

En su casa en el Tirol, en el oeste de Austria, el dinámico jubilado recuerda el "torbellino de emociones" que vivió al alcanzar los 8.848 metros de altitud.

"Una vez en lo alto", sintió "alegría, pero también miedo". Apenas conseguido el hito, solo tenía ganas de descender para volver con los suyos.

Desde su expedición, otros imitaron su ejemplo, pero la ascensión sin asistencia respiratoria sigue siendo poco habitual y peligrosa. El gigante del Himalaya se convirtió en la tumba de al menos 300 alpinistas desde 1950.

Más allá de los 8.000 metros, el oxígeno es escaso y los escaladores se adentran en una "zona letal". "No sabemos cómo nuestros músculos y nuestro cerebro van a reaccionar", asegura. "Gracias a Dios, no teníamos mucha consciencia de las posibilidades de que eso terminara mal", agrega.

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Al ver las condiciones actuales de las expediciones, con verdaderos embotellamientos desde el campo base, se considera "privilegiado" de haber dispuesto del mítico pico solo para él.

Encontrar el placer

Si su compañero de cuerda, el italiano Messner, se convirtió después en el primero en conquistar las 14 cumbres de más de 8.000 metros, el austríaco Habeler no se considera un "coleccionista" de récords, aunque ha coronado cinco ochomiles y otros picos de prestigio.

Al volver del Everest, se dio un descanso para dedicar tiempo a su familia y fundar en su pueblo natal de Mayrhofen una escuela de esquí que ahora dirige uno de sus dos hijos.

"Hay que encontrar el placer al escalar y cuando intentamos comprender un poco la montaña, esta se convierte en una amiga", dice con una amplia sonrisa. Después de descansar unos años en casa, volvía a sentir "un hormigueo" por la escalada.

Sin embargo, las próximas ascensiones no las haría con Messner, a quien agradece haberlo ayudado a superar sus dudas frente al Everest.

Reinhold Messner, el italiano, de su lado, alaba su "genio" y su "instinto natural". "Él puede escalar todas las montañas, sobre no importa qué terreno, no importa a qué altura, no importa en qué circunstancias", escribió en el epílogo del último libro de Habeler.

Desde lo alto de su balcón de madera con vistas a los Alpes, el austríaco puede hablar sin descanso de su pasión, "una fuente de juventud" de la que espera beber hasta el final.

"Es una actividad física completa que también requiere mucho del cerebro", considera.

En las numerosas conferencias que continúa dando, esta leyenda del alpinismo aboga por el turismo sostenible, especialmente viajar en tren para llegar a las estaciones.

También se preocupa ante el calentamiento global, que supone "un enorme problema" para los alpinistas y puede convertir algunos pasos impracticables debido a la inestabilidad del terreno.

Él serpentea sus laderas todos los días, ya sea con esquís o con mosquetones cuando el tiempo mejora.

Se lanza a veces a desafíos más ambiciosos, cuando a los 74 años se convirtió en el deportista de mayor edad en escalar la cara norte del Eiger en Suiza, explica.

A su lado iba su antiguo alumno David Lama, que moriría poco después con solo 28 años arrastrado por una avalancha en el parque nacional canadiense de Banff.

El accidente, cuyo recuerdo todavía le devuelve lágrimas, lo ha hecho más prudente, aunque continúa escalando los Alpes con el mínimo de material y ayuda externa posible.

"Soy un minimalista. No quiero tener demasiadas cosas en mi espalda", dice este alpinista, que comenzó su afición gracias a guías de montaña, gente "que sacan lo mejor de ti mismo".