Niños, jóvenes y adultos tienen la costumbre de disfrazarse en Halloween. ¿Solo lo hacen para recibir dulces y pasar una noche divertida? En realidad, la tradición está presente desde hace mucho tiempo y tiene sus orígenes en ritos celtas originados por el miedo a la oscuridad y a los espíritus. En la Noche de Halloween se creía que volvían los fantasmas y por este motivo algunas personas temían estar en las calles cuando caía el sol, porque pensaban que se encontrarían con algún espíritu. Entonces, para no ser reconocidos por ellos, usaban máscaras cuando salían de sus casas. Esa era la forma como se protegían.

¿Por qué nos seguimos disfrazando?

En el mundo actual las personas que viven en grandes ciudades se encuentran cargadas de tensiones y necesitan momentos de liberación. Según los expertos disfrazarse es una forma de acceder sin ningún problema a otra realidad, de darle la bienvenida al humor y la relajación.

Las máscaras invitan a las personas a escapar de las normas impuestas y sirven para romper reglas y desafiar el orden, sin que ello genere violencia ni preocupaciones. “Disfrazarse es una forma de liberar tensiones y trae grandes beneficios para nuestro sistema inmunológico y para el cuerpo en general. Situaciones como disfrazarse junto a los niños y jugar con ellos, sin caer en el infantilismo, son saludables.

El hecho de que un adulto se disfrace lo libera de las máscaras que nos tenemos que poner cuando somos adultos, pues la sociedad dice que tenemos que comportarnos de una u otra forma”, explica Eduardo José Bueno, especialista en neuropsicología clínica del Centro Médico Imbanaco.

El experto recalca que el hecho de que “esporádicamente los adultos se permitan volver a jugar junto a sus hijos, disfrazarse en familia, reírse y volver a ser niños, es algo muy bueno, divertido y liberador”.

“Lo que sí es claro es que es muy importante permitirle vivir a un niño sus imaginarios y dejarle vivir sus etapas de desarrollo acorde a lo que ellos son. Ellos viven la fantasía de una manera diferente y el disfraz para ellos significa la representación de algo que admiran y que desean ser”, aclara Eduardo José Bueno.

Según los expertos, para los más pequeños, disfrazarse también significa entrar en contacto con un vocabulario, giros y códigos lingüísticos diferentes a los habituales, lo que tiene efectos muy positivos sobre sus habilidades comunicativas. Además, la resolución de los problemas y conflictos que puedan surgir les ayuda a mejorar poco a poco su dialéctica.

Normalmente, cuando una persona se disfraza, lo hace dentro de un contexto (una fiesta de disfraces o un cumpleaños) por lo que el atuendo y comportamiento desinhibido logran escapar de un dedo juzgante. Pero no a todo el mundo le gusta disfrazarse. El rechazo hacia los disfraces es un comportamiento aprendido y está relacionado con experiencias previas.

“Hay personas que pueden caer en lo que se denomina fobia específica y esto se puede presentar por cualquier circunstancia que hayamos vivido en la vida. Esto ocurre frecuentemente con los payasos. El payaso desafortunadamente es alguien que habla distinto, grita e invade el espacio interpersonal del niño, por lo que los pequeños usualmente reaccionan con temor. Es allí cuando se genera el rechazo a cierto tipo de disfraces”, comenta el experto.

Finalmente, lo cierto es que no hace falta que sea Halloween para llevar una máscara puesta, pues la mayoría de personas lo hacen todos los días: en el trabajo, con sus amigos y familia. Es una máscara cotidiana e invisible.