Por Isabel Peláez R., editora de Vé
Fotos: Daniel López-Velasco, de su autoría y suministradas por él
Con solo diez años de edad, el asturiano Daniel López-Velasco descubrió su primera ave rara, una collalba desértica, al lado de su casa, en Salinas. Las aves han sido siempre su verdadera pasión, desde que tenía 5 años, y ya tenía sus propias guías de pájaros y planeaba viajes para verlos.
Por eso, a nadie extrañó que después de graduarse como médico, Dany renunciara a su trabajo en un hospital gijonés para lanzarse a la compleja aventura de ser guía ornitológico, convirtiéndose con los años en uno de los mejores especialistas en aves raras del mundo, y en un ave de paso adonde quiera que va. Hoy está en Cali, en Colombia Birdfair, viendo tangaras multicolores, mañana, en zonas remotas en la tundra de Siberia, en busca de la Gaviota de Ross, —pequeñita, rosada y con un collar negro—, o en Polinesia, buscando aves endémicas.
“No podría imaginarme un mundo sin aves, sobre todo sin sus cantos, que nos hacen felices y nos cambian el día, estés donde estés, en la ciudad en la que vivas. Hay gente que no es consciente de que están, pero si no estuviesen, se darían cuenta de que desaparecieron. Con el Covid, cuando las personas estuvieron en casa, por lo menos en España, la gente empezó a fijarse mucho por su ventana en las aves que había en su jardín, y empezaron a ser más conscientes de su presencia”, dice Daniel.
Sin embargo, un mundo sin aves no es algo descabellado. Según el ornitólogo los estudios muestran cambios muy significativos en los patrones migratorios, de hibernación, de cría, de muchas aves a lo largo y ancho del mundo, muy patentes en zonas árticas. “Las aves están teniendo muchos problemas por el cambio climático, llegan a las zonas árticas y no pueden criar porque ha pasado la temporada de mosquitos. Muchas aves europeas que antes hibernaban en África, ya no lo hacen y se quedan en Europa, porque allí tienen suficiente comida y la temperatura ha aumentado. Las cigüeñas son un ejemplo. Los ánsares o gansos, que hibernaban en España, ahora se quedan en Europa. las estaciones están cambiando, las aves crían en otras fechas y épocas. Es innegable, lo que está pasando en la Tierra está afectando a las aves”.
Nos hace un llamado como especie humana: “No podemos permitir que desaparezca cualquier especie como está pasando cada año, en el mundo. Tenemos la obligación de preservar y proteger los hábitats de las aves, para que los niños puedan disfrutar de ellas, sería egoísta privarlos de algo tan especial”.
Entonces hace flash back de uno de sus avistamientos espectaculares. Tenía 19 años y era su primer viaje a Papúa, Nueva Guinea. Sus ojos se encontraron con el ave de paraíso azul, que solo había visto en dibujos y fotos, “increíblemente bella; hace una parada nupcial en la que se pone cabeza abajo en una rama”. También lo han fascinado a primera vista el Quetzal —ave sagrada de los mayas, relacionada con el dios de la Serpiente Emplumada, las aves árticas, el búho nival, el eider de anteojos, las aves marinas y las costeras.
Admite que lo han dejado atónito con su inteligencia los córvidos, el cuervo (Corvus Corax), la urraca y el cuervo de Nueva Caledonia, que saben manejar herramientas y son capaces de entender cómo funciona, incluso, un semáforo.
De su pasión primera por el mar, su abuelo lo condujo a apasionarse por las aves —en los años 90, cuando no había internet, solo libros y la experiencia a campo abierto—. Él, acompañado de sus padres y su hermana, se dio a la tarea de observarlas. Aún, mientras estudió medicina, siguió involucrado en su estudio. “Al terminar mi carrera, empecé a trabajar en el hospital y recibí la oferta de una empresa inglesa, para guiar toures de observación de aves en viajes por todo el mundo, y hace dos años monté mi empresa con dos compañeros, Ornis, en la que guiamos viajes de observación de aves y algunas especies de mamíferos, respetando la tarea de los guías locales”.
En esa aventura de conocerlas, Daniel aprendió que “las aves no tienen horarios fijos, que hay que ser paciente, fijarse mucho en el detalle, estar siempre atento a cualquier sonido y movimiento, a tener alertas mis sentidos”. De paso, se hizo consciente de lo frágil que son los ecosistemas en los que ellas viven, “lo fácil que es destruirlo todo y hacer que desaparezcan. A ellas no les ha quedado otro remedio que ser resistentes”. Y a él, también.
Y es que para su oficio se necesita resistir, no desistir. “Me he estado días enteros, seguidos, de sol a sol, mirando aves. Cuando no estoy en un avión, estoy viendo aves, me mantiene vivo. O sentado esperando a un ave, en un comedero viendo a los colibríes llegar, o contando aves 12 horas seguidas”. Para ello ha entrenado su oído y concentración. Reconoce su vuelo, sus trinos, sus plumas. Pero, además, se mantiene en buena forma física, para hacer largas caminatas por senderos difíciles; a veces debe tomar avionetas, helicóptero y hasta barco para ir a buscarlas a una isla remota. Trasegó mucho para llegar a una isla en Filipinas a observar una especie en extinción, la Paloma Apuñalada de Negros, de las que quedan pocas. “Fuimos de las primeras personas en el mundo en verla. En Papúa, llegó a otra isla remota, para ver un Martín Pescador”.
Dice que un problema que tienen los principiantes en avistamiento, es que quieren ver aves raras y difíciles desde el principio, cuando lo primero es familiarizarse con las aves comunes. “Hay que mostrarles respeto y educación, no molestarlas o perseguirlas, no ir detrás de ellas o hacerlas volar adrede. Cuando estén anidando, no acercase mucho”.
Frente a ¿qué hacer si nos encontramos un ave con una ala rota o enferma? Recomienda “ponerla en una cajita con agujeros, cerrarla y llamar al centro de recuperación, organismo o grupo que pueda encargarse del ave, o al veterinario”. Pide dar a conocer la labor de los locales en sitios donde hay aves, apoyar el turismo y su labor. “Poner comederos, plantar arbolillos y frutas que las atraigan. No matar a ningún animal y enseñar sobre ellos”.
A eso vino a Colombia, por segunda vez. Estuvo en Mitú, en Bahía Solano y en río Blanco, Manizales. “Tenéis bastantes aves endémicas. Estáis haciendo un trabajo de investigación destacado, de conservación y exposición al público. Hay muchos jóvenes y locales, interesados en protegerlas”.