Por Isabel Peláez, Editora de Cultura

Diego Enrique Echeverry Bucheli es un melómano consciente, de esos que escuchan cuidadosamente, se sumergen en los ritmos, indagan en sus raíces y se vuelven tan selectivos que no caen en la compulsividad. Valora como nadie la música que se hace y se baila en la ciudad que lo adoptó, de ahí que fuera el estratega que construyó la estructura conceptual de la postulación de la salsa caleña como Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia.

Creció en una familia musical en Popayán, Cauca. Su papá trabajaba en la entonces empresa de telecomunicaciones, Telecom, y toda la vida tuvo acceso a la música internacional, en especial a la antillana y al tango.

Al cumplir 15 años, Diego fue invitado a una fiesta de una amiga del barrio, y aunque era muy tímido, saltó por primera vez a la pista de baile, armado con los pasos que una prima le había enseñado. “Noté que había temas musicales que, al bailarlos, despertaban en mí algo diferente. Corrí a preguntarle después al discómano por los títulos de esas canciones y sus intérpretes y al día siguiente le dije a mi papá que yo quería que el amigo que le grababa sus tangos y sus guarachas me grabara los de esa lista. Cuando mi papá la revisó, me dijo que yo era salsero. Así la salsa me descubrió”.

Diego Echeverry, el cerebro detrás de la declaratoria de la salsa caleña como Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia. | Foto: El País

Aunque eligió la arquitectura como carrera, la melomanía es su otra carrera. “Me considero un melómano integral, en la medida en que mi pasión por la salsa me lleva a descubrir que hay raíces que tienen que ver con las músicas tradicionales de Cuba, y a entender que hay un componente africano y español, pero también validar eso en el territorio cercano, el norte del Cauca y nuestro Pacífico”.

Así, cuando comenzó a alimentar su colección, aparecieron producciones hechas en el norte del Cauca y hasta la música de marimba -cuando ni siquiera el Petronio existía-. Y si bien heredó el gusto por el tango por vía paterna, el jazz también le atrajo y empezó a adquirir piezas de colección que no se centraban solo en la salsa.

Como un Sherlock Holmes todo lo escuchaba y lo anotaba. No solo escuchaba la música, sino que empezó a hacer listas larguísimas donde ubicaba la canción, su intérprete, su origen e incluso datos acerca del instrumento que más le llamaba la atención. Él lo llama “ejercicio de melomanía consciente”, que lo llevaba a ir mucho más allá.

Diego cuenta que empezó a coleccionar desde su juventud discos de Las Estrellas de Fania, Willie Colón, Pacheco, Barreto, Harlow y del l pianista Eddie Palmieri, su referente. | Foto: El País

A finales de los años 80 empezó a escuchar la emisora Bienvenida Estéreo y grabó en cassettes la música y los especiales que le gustaban, a la par que hacía sendas investigaciones. “A mí me toca una época en la que el Grupo Niche y Guayacán ya están proyectándose a nivel internacional y pegando todo lo que sacan, y empiezan a aparecer otras propuestas interesantes, como Hermes Manyoma y su orquesta La Ley, y La Misma Gente”.

En 1992 se va a vivir a Cali y entra a la Universidad del Valle a seguir sus estudios de arquitectura. “Vivía donde un tío por los lados del Sena y el trayecto en bus desde ahí hacia el sur, que era larguísimo, siempre estuvo acompañado sonoramente por las emisoras caleñas. Recuerdo las navidades de esa época, cuando había esa disrupción de la sonoridad de las orquestas femeninas, donde cada una sacaba un tema dedicado a la ciudad, a la Navidad o a la Feria de Cali”.

Todo eso hacía parte de un movimiento de consolidación de una industria discográfica caleña que marcaba un estilo diferencial, y que tenía la particularidad de conectarse con Cali, la región, el suroccidente y el Pacífico. Paralelo a eso estaba la práctica natural del estilo de baile. Entonces se conecta con espacios de escucha y de baile de salsa, luego aparecen las viejotecas.

Diego Echeverri fue presidente de la Unión Nacional de Melómanos y Coleccionistas, Unimel. | Foto: El País

Ya en Popayán con tres amigos jóvenes, que conoció en la academia donde estudió dibujo arquitectónico, se amanecían dibujando planos y escuchando salsa, y desde entonces comenzaron un proceso asociativo, que derivó en el Club de Amigos de la Cultura Afrolatinoamericana, organización pionera en Popayán de melómanos y coleccionistas. Sin saber en ese momento que en Cali ya había nacido la Asociación de Melómanos y Coleccionistas que derivó en el Encuentro de Salsotecas y posteriormente en el Encuentro de Melómanos y Coleccionistas. Fueron los amigos de una salsoteca en Popayán, Topa Tolondra Cultura y Son, quienes participaron en uno de estos encuentros, que les contaron la buena noticia y Diego y sus amigos decidieron participar.

Pero la cosa no paró ahí. “En el año 2000 viajamos a Cuba e hicimos la Ruta del Son, fuimos a la raíz de la música que nos gustaba, la cubana, e hicimos la ruta que muestra que el son nació en el oriente de Cuba, se desplazó a La Habana, y de ahí al resto del mundo. Con Afroamigos fuimos al oriente de Cuba, y recorrimos diferentes ciudades hasta llegar a La Habana”, relata este investigador, que alucinó con la forma de bailar de los cubanos, muy diferente a Cali, un estilo impactante y rápido, donde se conservaba el paso básico: de la cintura para abajo no pasaba mucho, pero de la cintura para arriba, lo que se hacía con brazos, manos, cabeza, giros, era muy vistoso, y, hablando con los cubanos, me dijeron que se llamaba casino, y que salir a bailar se llamaba ‘casinear’”.

Fue en un cartel en la calle que descubrió que en Cali la Compañía Artística Rucafé enseñaba rueda de casino, se formó allí como bailarín, se graduó como casinero, se convirtió en profesor y montó una sede de la escuela en Popayán, que aún existe. “Ellos siguieron con la salsa en línea, y con ese proceso y la llegada del Festival Mundial de Salsa a Cali entré en contacto con maestros y referentes internacionales, que me ampliaron todo el panorama”.

A través de la Central de Cooperativas Agrarias, Diego conoció las metodologías de investigación y trabajo comunitario, y gracias a su trabajo en Industrias Culturales de Cali se dio cuenta de que la ciudad, los grupos, empresas y actores culturales que estaban en proceso de formalizarse, adolecían de estrategias que él venía trabajando. Habiendo realizado una maestría en políticas públicas, hizo una tesis sobre el rastreo de la política cultural del caso de la salsa en Cali y hace un hallazgo: la salsa caleña es susceptible de ser reconocida como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

Lo que sigue es histórico. La Alcaldía y el coordinador del proceso, el Archivo Histórico, le piden su ayuda para formular tres planes de salvaguarda. “Consideré que un elemento identificativo de la ciudad que deba ser reconocido como patrimonio cultural inmaterial de la Nación tenía que ser la salsa. En el 2011 comenzamos a trabajar con un equipo humano en la postulación del Complejo Musical Dancístico de la Salsa Caleña. La pandemia y el estallido social se atravesaron, pero lograron su cometido, al final se declaró la salsa como Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia.

Diego tiene dos oídos más para la música, los de Eneida Luz Ramírez Centeno, su esposa, doctora en ciencias sociales e investigadora sonoro social. “No es la música solo la que nos convoca a la escucha o al baile, sino los sonidos, las formas de hablar y de manifestar, esos espacios sonoros que se forman en los encuentros”, dice este investigador de la salsa.