El valor, el viejo valor. El mismo que se renueva en cada tarde, porque alguien sabe echar mano en ese saco insondable de los recursos toreros, ya sea para triunfar, o para no pasar inédito.

Pero, a la vez, el valor renovado y hecho estandarte para hacer un canto a la decisión de jugarse la vida, como si no fuera suficiente con vestirse de torero.

Valor de ayer y valor de hoy, resumidos en el empaque de Diego San Román, para abrir la Feria de Cali con la necesaria exigencia de quienes, como él, quieren tocar a todas las puertas grandes para que ellas se abran a su paso.

Inmenso estuvo el manito en ese quinto de la tarde que, como todos sus hermanos, pagó el precio a un piso fatal. Y ya lo había estado en el segundo cuando se arrimó en lo que parecía más no poder.

Pero sí lo había. Sí había ese paso más para ponerse al límite de los límites, mientras la plaza contenía el aliento y los rosarios rodaban de grada en grada, hasta susurrarle el oído que ya era suficiente.

Pero el tipo andaba sordo por la pasión que llevaba a buen resguardo bajo el traje gris mercurio. Y ángeles tendrá, porque lo sacaron indemne de esos pitones que lo acariciaban de arriba abajo. Y de abajo arriba.
Una oreja de ley, la del quinto y una ovación para enmarcar y colgar en la vitrina de los trofeos esa del otro de sus novillos toros.

Y eso sin contar que hubo en su cosecha capote hecho en México. De aquel que no se arruga y parece ser de seda sin que le duela ser percal. Y muletazos largos que salieron de sus brazos ídem, templados y ceñidos. Porque no parece saber de ventajas. Que se mantenga tal cual, habrá que pedirle.

La tarde tuvo además la cabeza de Gitanillo de América en el de la apertura, al que le cortó una oreja con un planteamiento acertado, ese de las alturas, los tiempos y las distancias apropiadas. Otra cosa fue en el cuarto cuando escaseó la pausa.

Juan Sebastián Hernández pechó con uno sin fuerza en su primer turno, del que vale rescatar una notable tanda de naturales. En el sexto, las ganas desbordaron al novillero nacional. Pero ya esa altura Diego San Román había dicho todo, comenzando porque él es Diego San Valor.