El repique de un timbal, el rasguñar de la güira metálica y un grito guapachoso anteceden a las notas del piano que lleva el compás en una de las cumbias más bailadas durante las festividades decembrinas: “He nacido para amarte” de Los Wuarahuaco. Digo bailar porque sé de cierto que a cual más, en pleno agasajo familiar, no se resiste al ver que los otros se lanzan a la pista como si se tratara de una piñata. Sobre todo porque siempre habrá una mano cumbanchera que lo invite a uno a mover el esqueleto.
Diciembre alienta esa actitud de arrojo: hacia la paila donde se menea la natilla –con mañitica con mañitica-, a la lectura de los gozos –con la prudencia que hace verdaderos sabios- o a La Fiesta de Pilito que, por lo general, es en la casa del tío más parrandero. Todas esas pequeñas cosas tan cotidianas como preparar un plato de comida, dar un beso y un abrazo o prender la radio para escuchar un poco de música, cobran un sentido especial en esta época del año; se nos revelan como gestos de un ritual al que asistimos entusiastas a sabiendas de que las lentejas en los bolsillos y las doce uvas con el vino no traerán necesariamente la prosperidad y la gracia de la cual necesitamos tanto, pero sí servirá como motivo de encuentro (comunión) entre las personas que se aprecian.
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Al menos así había sido hasta este año, cuando la emergencia de salud pública, a raíz de la pandemia, estableció las nuevas reglas que revierten parte del sentido ritual, obligándonos a acatar distanciamiento, palabra que ya de por sí se opone al junte navideño.
Ante los estragos de la situación y las normas establecidas a nivel nacional uno queda en vilo; por un lado está la debacle económica que afecta a miles de personas y por otro, el bajonazo anímico de quienes aguardan con fruición estos días para celebrar una nueva vuelta al sol, un nuevo nacimiento, una oportunidad laboral o el reencuentro con amistades y familiares. Si bien muchas de estas cosas están sobre la cuerda floja -sobreviviendo a la crisis, sobreviviendo al golpe- hay un aspecto que pareciera anclarse como un acto de rebeldía para recordarnos que estamos en el último mes y no en otra época del año: la música decembrina.
Basta con salir a la calle, con tapabocas y un spray de alcohol en los bolsillos, para escuchar los asaltos navideños de Willie Colón y Héctor Lavoe, Richie Ray y Bobby Cruz o del Gran Combo de Puerto Rico; las raspas de Lisandro Meza y de Pastor López; las cumbias de Rodolfo Aicardi con Los Hispanos o los éxitos de Nelson y sus Estrellas. No tengo idea en qué momento esta música empezó a ser parte del ritual, pero lo cierto es que, desde entonces, tanto los de vieja guardia como la actual generación del Tik Tok (mis estudiantes, por ejemplo) reconocen en estas canciones la parranda decembrina que arremete con todo su esplendor. Lo curioso es que, salvo dichos trabajos salseros, muchas de estas canciones ni siquiera hacen alusión a las festividades y en cambio, abordan los mismos temas de amor y desconsuelo que escuchamos en los demás ritmos durante los once meses restantes. Ahí está la magia del asunto, en esos detalles mínimos que trascienden hasta convertirse en aspectos claves de la identidad de un pueblo. Habrá quienes desdeñen las guirnaldas con sus luces, la oveja arisca del pesebre y el cordero manso, las canciones de Los 50 de Joselito y el dulce de breva, respetable postura, pero aún así la tradición se sobrepone a la diversidad de gustos.
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Por estos días se decretó en el Valle del Cauca el toque de queda de 11:00 p.m. a 5:00 a.m. hasta el 27 de diciembre, medida que pone en jaque a un Departamento caracterizado por su jolgorio. Me pregunto si la pandemia nos quitará también lo bailao ahora que las restricciones se han impuesto sobre los eventos multitudinarios.
Lo cierto es que las celebraciones en casa y en familia, con todas las medidas de bioseguridad, parecen ser la tabla de salvación para quienes nos gusta echar un pie. Y en mi caso lo ha sido durante años. Los recuerdos que tengo de cuando era niño, para estas fechas, tienen que ver con las verbenas familiares donde todos bailaban al son de las canciones guapachosas, reían con los disparates de los melomerengues y repartían comida en bandejas que no escatimaban con los platos típicos. Así se ha mantenido la tradición y toda ella está respaldada por una discografía que no pierde vigencia.
Habrá cosas que cambien como las decoraciones del arbolito, las luces de las fachadas y los aguinaldos, los que puedan regresar a su pueblo natal y los que por el contrario hacen las veces del hijo ausente; incluso podría variar el menú de las cenas del 24 y del 31, pero la música debe mantenerse intacta, porque en ella está la atmósfera ambivalente de la nostalgia y la alegría y con ella se rompe el silencio del momento atípico que estamos viviendo. En ese orden de ideas y asumiendo que no quedará frustrada nuestra esperanza al escuchar estas canciones, propongo cinco temas que acompañan esta nota y que a mi juicio son fundamentales para dejarse llevar por la oleada sonora de estos días.
Aires de Navidad de Willie Colón y Héctor Lavoe, álbum Asalto navideño, sello Fania Records, 1971.
Aguinaldo Navideño, de Richie Ray y Bobby Cruz, álbum Felices fiestas, sello Vaya Records, 1971.
La Matica, de Lisandro Mesa, álbum Solo Cumbias, sello Onix, 1983.
Loquito por Ti, de Armando Hernández con El Combo Caribe, álbum Este Es, sello Discos Fuentes, 1986.
La Boquitrompona, de Bernardo Sánchez, sello Discos Ovni, 1987.
Finalmente, como bonus track y esperando que la situación mejore pronto, me aferro a la primera estrofa de ‘He nacido para amarte’, de Hernán Rojas y Los Warahuaco, álbum El Canoero, sello Discos Fuentes, 1983:
“Si a pesar de tantas piedras
El río sigue en su cauce,
cómo no he de seguir yo
con tanto amor para darte”.