Las cifras de la desaparición forzada en Colombia son abrumadoras. Más de cien mil personas reportadas como desaparecidas, más de 7000 lugares referenciados como posibles lugares de disposición de cuerpos sin identificar y más de 200.000 cadáveres sin identificar.

Y la búsqueda, por el contrario, es lenta. Después de cinco años en el cargo, la anterior directora de la Unidad de Búsqueda, Luz Marina Monzón, reportó la recuperación de 766 cuerpos que fueron entregados a Medicina Legal para su identificación y la entrega digna de 184 cuerpos a sus seres queridos.

Con imágenes de desaparecidos, ramos de flores y otros elementos simbólicos, colectivos han rendido homenaje a las víctimas del conflicto armado. Foto: Aymer Álvarez / El País

Luz Janeth Forero, la nueva directora de la entidad, no es nueva en el tema. Médica cirujana y epidemióloga, fue la primera mujer directora de Medicina Legal y, según ella misma dice, ha conocido esta labor en todos sus ángulos, desde el trabajo forense y la realización de necropsias, hasta la investigación social y la recuperación de la memoria.

En entrevista con Colprensa, habla del reto que tiene por delante y destaca que si bien la incorporación de la ciencia y la técnica forense en el proceso de búsqueda es importante, lo primero es que la sociedad le dé a la búsqueda de los desaparecidos la relevancia que merece.

La búsqueda de los desaparecidos es una labor muy compleja, de años. El balance que daba la anterior directora, con todo el esfuerzo que se ha hecho, es bajo frente a la magnitud de la desaparición: 766 cuerpos entregados a Medicina Legal para su identificación y 184 entregados de manera digna a sus familiares. ¿Cómo ve posible avanzar más rápido en ese proceso?

Uno tiene que partir del reconocimiento de lo que se ha hecho. En primer lugar, es una institución joven que todavía tiene que seguir madurando. Estamos en la niñez institucional y, sin embargo, en cinco años se logró un grado, digamos de afianzamiento, de organización de procesos, de procedimientos, de tener claridad sobre lo que hay que hacer y cómo hay que hacerlo, que es un reto gigantesco. Frente a los resultados, uno puede tener una doble mirada: la de cómo es posible que, con tantos desaparecidos, más de 100.000 en el país, solo se hayan entregado dignamente 184. Pero hay que tener en cuenta todos esos antecedentes.

Ahora bien. Tenemos que estar en un segundo momento institucional, donde hay recursos, procesos, un aprendizaje. Ya sabemos qué hicimos bien, qué no, qué fortalezas tenemos, qué debilidades y entrar a atacarlas de manera inmediata, casi que un plan de choque. Hay instituciones que se centran mucho en la gestión y con eso de alguna manera saldan su quehacer misional, pero esta institución tiene que hacer las dos cosas: mostrar su gestión en materia de incidencia, de trabajo con otras organizaciones y de articulación con toda la interinstitucionalidad del Estado. Pero esa gestión no es suficiente cuando tú no cumples tu misión fundamental que es encontrar a los desaparecidos.

Pero, reconociendo la gestión que se ha hecho, hay un problema muy específico de Colombia: la magnitud de la desaparición. 7000 lugares de disposición de restos; 200.000 cuerpos sin identificar. ¿No hace falta más sistematización para responder a un reto de esa magnitud?

Claro, el gran reto que tenemos es cómo organizamos, cómo sistematizamos, cómo le metemos ciencia y tecnología al proceso de la información. Es el insumo fundamental de esta entidad, sin información no hacemos nada. Entonces cuando tú estás todavía procesando información de una manera muy manual obviamente los tiempos se aumentan mientras que en el mundo hay tantos avances en lo que es la analítica de datos.

Los casos de desaparecidos solo se archivan si la persona ha sido ubicada viva o muerta. Si fue hallada viva es importante retirar el reporte y las publicaciones del caso en redes sociales. Foto: Archivo de El País.

En segundo lugar, la técnica forense. Nada nos ganamos con procesar muy bien la información, con tener la claridad de dónde están, pero cuando irlos a buscar es tan difícil, ahí las técnicas forenses son fundamentales. Hay cosas que ya están inventadas, hay cosas que todavía no, pero qué podemos hacer.

¿Hay en Colombia esa conciencia sobre la importancia de encontrar los desaparecidos que ha habido en otros países como Argentina o Chile?

No voy a dar una respuesta políticamente correcta: no. Pero yo pienso que hay un avance. Es un avance el solo hecho de que haya una institucionalidad del Estado inédita.

Una de las grandes apuestas que queremos hacer es que a la sociedad colombiana le importen los desaparecidos, y a la sociedad colombiana en pleno. Hacer una conciencia colectiva de que eso pasó en Colombia, que sigue pasando. Tenemos que hacer, como yo digo, aparecer la desaparición.

Lo que uno nota es que son muchas entidades y muchas veces probablemente también hay algunos celos institucionales. ¿Cómo superar eso con entidades como la Fiscalía y Medicina legal?

Yo digo que yo estoy en un escenario de ventaja de alguna manera porque Medicina Legal es mi casa. También lo digo claramente: los resultados de esta institución están absolutamente alineados con el fortalecimiento, el crecimiento de Medicina Legal y de los procesos médico-forenses de identificación. Uno a veces se da cuenta de que muchas veces la traba está más arriba que abajo, porque la gente en el nivel territorial se conoce de muchos años atrás. Los vínculos facilitan esas coordinaciones. Y no solo con las instituciones que están en el juego de la búsqueda por decirlo así, porque hay muchas instituciones con información que probablemente todavía no la estamos utilizando y no está siendo útil a la búsqueda.

¿Cómo entran en ese escenario las víctimas? Porque muchas, casi que por su propia cuenta, a veces han hecho sus procesos de búsqueda.

La Unidad ha hecho un reconocimiento gigantesco, histórico, a lo que han significado las víctimas y sobre todo las familias buscadoras en el proceso de definición de metodologías de búsqueda. Además, ha incorporado de alguna manera ese aprendizaje desde el corazón, desde lo empírico, desde la necesidad. Uno se maravilla, se impresiona de esa capacidad. Entonces, todo ese conocimiento lo ha incorporado la unidad y lo seguirá incorporando. Sería inclusive poco pragmático no hacerlo.

Tenemos claro que las víctimas tienen que participar en el proceso y así es nuestro mandato. También hay que definir qué significa participación porque a veces tomamos muy a la ligera la participación, como si fuera solamente desarrollar talleres y reuniones, y no, es estar involucrado en el proceso completo, conservando tus alcances.

Una cosa clave con las víctimas que creo que tenemos que seguir capitalizando muchísimo más son los abordajes psicosociales. Todas esas herramientas que ellos han construido también para sostenerse, para blindarse, para ser resilientes para no desfallecer en esta lucha de tantos años.

Usted mencionaba ahora su experiencia en Medicina Legal. ¿Cómo le puede aportar eso a la Unidad?

Medicina Legal fue mi escuela, me construyó y en ese lugar aprendí no solo a construir mi vida profesional sino también mi vida personal y, sobre todo, lo que me importa y lo que marca mi vida. A Medicina Legal le debo todo, le debo lo que soy, fue una institución en la que crecí, en la que aprendí y de la que fui desde abajo hasta arriba. Es muy distinto cuando tú te has ido preparando a lo largo de los años para ocupar un cargo de gestión pública. Tú no puedes dirigir algo que no sepas hacer. Por ejemplo, este tema yo lo he hecho desde el trabajo forense, desde las necropsias, desde la identificación, desde la recepción de solicitudes de búsquedas, etc. Es mirar la desaparición desde muchos lugares. En Medicina Legal era investigación epidemiológica. Ya en el Centro de Memoria Histórica, por ejemplo, fue investigación social.

Usted que conoce el tema de la desaparición de una manera muy amplia, ¿dónde siente que está el cuello botella? Porque la tecnología la hay, la información la hay, las mismas entidades se han fortalecido. ¿Qué falta?

Si fuera solo cuellos de botellas, uno los identifica, los resuelve, y las cosas empiezan a fluir, pero la desaparición tiene varias complejidades: la primera es que ni siquiera queremos hablar de la desaparición. Es decir, cuando tú no lo asumes, cuando tú no hablas, cuando tú no lo visibilizas, cuando tú lo niegas, cuando tú lo ocultas, es muy difícil esa movilización de todos los recursos que se necesitan para que cumplamos esa misión que se nos ha encomendado. Ese es el principio, reconocer que existe.

Algo más tangible son los ciclos y la historia de la desaparición en Colombia, que no es una historia reciente. Cuando tú dices que te estás enfrentando a buscar personas que desaparecieron hace 30, 35, 40 años, el reto es enorme y ahí uno dice aquí hay casos en los que por más tecnología que tengamos, no lo vamos a lograr, por las dinámicas asociadas a la desaparición.

A eso súmale las desapariciones en una geografía como la nuestra y en un clima como el nuestro que podemos encontrar inclusive los cuerpos, pero no llegar a tener todas las evidencias.