A sus 19 años, los ojos negros de Viviana han visto todas las atrocidades de la guerra. Su cuerpo, cicatrizado y mutilado, también es testimonio del sufrimiento y la sevicia del ser humano, vividos en las filas de las Farc. Sin embargo, su espíritu no ha sido contaminado por la venganza, y su mente, la más sorprendente, demuestra una fortaleza que solo se logra con años de reparación y resiliencia.

- Yo he aprendido mucho de la vida, porque digo, no me puedo tirar la vida y llorar porque no tengo mi mano o porque tengo todo el cuerpo cicatrizado, sabiendo que hay gente que está postrada en una cama, que no se puede parar, no puede hacer nada... y ellos siguen adelante, luchando por su vida. Ahora ¿No lo voy a poder hacer yo que solamente me hace falta una mano? -

Viviana es pequeña y delgada, pero no hay rastro de fragilidad en su cuerpo. En su tez negra, las cicatrices que la acomplejaron al punto de desear quitarse la vida, hoy relucen como marcas de plata en su piel. No todas son visibles, su cabello azabache y largo cubre aquellas que quedaron en su cabeza, cuello y espalda; mientras su jean oculta las de sus piernas. Sus brazos sí están al descubierto. Más tarde, ella admite que no todas las cicatrices que posee fueron ocasionadas por los victimarios, las que se hallan en su extremidad izquierda, justo arriba de donde su mano debió ser amputada, fueron autoinfligidas.

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El origen

-Me acuerdo tanto que estaba afuerita de la casa jugando con unos amigos, con unos niños. Llegaron unos señores y me taparon la boca y me montaron a un carro, a mí y a mis compañeros-

Vivía en Tumaco junto con su abuela y cuatro hermanos, aunque en total tiene cinco, pero desde que su madre murió cuando ella tenía siete años, no han sabido nada de él. Viviana no solo es huérfana de madre, también lo es de padre. A sus diez años ya había sufrido duros golpes; mas nada prepara a un niño, ni siquiera a un adulto, para ser llevado al monte y sometido a torturas de un grupo armado.

Fue llevada a Chilvil, un pueblo de Tumaco que, de acuerdo a su descripción, es mero monte. La amarraron a un palo, mientras llegaba el encargado de ‘darle la bienvenida’. Ella lloró y suplicó que la dejaran volver con su familia. Un no rotundo fue la respuesta, le dijeron que si la soltaban la mataban a ella y a sus seres queridos, que conocían toda su información. Finalmente llegó alias “Caleño”, por quien todos esperaban, un hombre obeso negro y alto. Él abusó de ella, varias veces. Viviana ya no lleva la cuenta.

A los días de la violación la enviaron a Piñal Salado, para cumplir con el entrenamiento de ocho meses -Es como el entrenamiento de un soldado, pero más duro-. Al inicio no les dieron armas, sino palos grandes y pesados, que buscaban imitar un fusil real -Los teníamos que cargar encima como si fuera la vida de nosotros. Si íbamos al baño, también teníamos que llevarlo, no lo podíamos soltar para nada-.

Viviana terminó el entrenamiento y fue enviada a Chilvil, donde le dieron su primer fusil. Estrella, una de las niñas con quien jugaba al momento del secuestro, no aguantó, comenta tristemente. La asesinaron frente a sus ojos. Era una niña de solo once años.

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Las labores que les asignaban a Viviana eran diversas: grupo de trocha, cocina, centinelas, salir a comprar la comida o a estafar -Porque ellos allá en las tienditas cobraban vacuna, obvio que los que no pagaban la vacuna les iba mal, porque los mandaban a asesinar, les mandaban a matar un hijo, o algo así como para...-

Su voz se detiene unos instantes y pierde volumen cuando continúa, como si temiera ser juzgada -Yo sí llegué a hacerle daño a varias personas-.

La amenaza siempre era la misma, si ella no cumplía con lo que le ordenaban, el daño recaería sobre ella o su familia. Trató adaptarse a su nueva vida, pero el deseo de escaparse seguía latente; hasta que un día, un año después de su secuestro, lo intentó.

-Yo tiré el fusil y arranqué a correr. Luego me atraparon y me castigaron. Duré como un mes castigada, me amarraron en un poste y ahí me sostuvieron como dos días; me daban la comida, me echaban agua, abusaron de mí cuantas veces a ellos se les dio la gana-.

El comandante, alias ‘Caleño’, decidió darle otra oportunidad. Ya no le tenían la misma confianza. No la volvieron a enviar a la ciudad, sino que la dejaron custodiando el cementerio; los turnos eran de más de 24 horas, por lo que apenas lograba dormir dos o tres horas cada dos días. Además del sueño, el aseo personal tampoco era tenido en cuenta. Pocas veces se bañaban y debían pasar días o semanas con el uniforme puesto, realizando caminatas que duraban hasta dos días sin parar, sin consumir alimento alguno.

-Cuando iba a cumplir los dos años, dije: yo no quiero estar más acá- Viviana ya había pedido que le dieran de baja, pero se lo negaron -Llegué un momento a pensar suicidarme, o a que me mataran cuando hubiera combate. No sé si es el angelito de mi mamá que no quiere que yo me vaya todavía-.

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Consejo de guerra

-Me volé otra vez. Me volvieron a atrapar-.

Ese día Viviana había logrado avanzar más que en la fuga anterior. Era de madrugada, entre la una y dos de la mañana; había llegado hasta Tumaco, cuando la atraparon. Fue ahí, frente a la institución educativa, que decidieron hacerle el consejo de guerra.

-Es cuando lo cogen a uno entre nueve o diez y lo empiezan a torturar. Me cogieron entre todos, había dos mujeres y los otros eran hombres. Me dieron un vaso de gaseosa a la fuerza, me tiraron al piso, varios abusaron de mí, varios lo hicieron. De ahí dijeron que no me podían fusilar, sino que me empezaron a agredir con machete-.

Decidió fingir estar muerta, en el entrenamiento le habían enseñado a contener la respiración, así lo hizo. Puso su mano izquierda sobre su rostro para protegerse de los machetazos dirigidos a su cara y se quedó inmóvil.

Los guerrilleros la patearon para saber si estaba muerta, decidieron que sí. Cada uno la escupió y se marchó.

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-Cuando ya se fueron, yo intenté sentarme. La nuca se me iba hacia los lados. Este dedo quedó en el piso y este quedó colgando- Primero señala el dedo meñique y después el anular de su mano derecha -la mano (izquierda) destrozada, como picada; las piernas abiertas y en la espalda… en la cabeza tengo varias heridas. En el hospital contaron como 56 machetazos-.

Viviana intentó levantarse tres veces, en las dos primeras se cayó, en la tercera lo logró. Hoy dice desconocer cómo fue capaz de sacar fuerzas para ponerse en pie, y agradece a su Dios por ayudarla a escapar. Con lo que quedaba de su mano izquierda sostuvo su nuca, a la par que recogía el dedo que quedó en el suelo. Luego empezó a avanzar, a arrastrarse por la calle destapada.

-Ese día cayó un ventarrón, porque llovió duro, mejor dicho, esas gotas pringaban y yo dolorida porque me ardía mucho. Lo peor es que el piso era como mera arena, meros troncos. Yo me arrastraba y me lastimaba porque las rocas me chuzaban… y yo me miraba y parecía un tomate, porque tenía sangre por todos lados. -

Finalmente, logró llegar a una casa cuya puerta era en vidrio espejo y en la que un señor guardaba un carro -Yo le dije “señor ayúdeme, ayúdeme, no me deje morir por favor”, el señor de verme así, lloró y se entró corriendo, vi que cerró la puerta. Yo dije no, ese señor no me va ayudar y ahí caí -.

Lo siguiente que Viviana recuerda, es despertar y ver a la policía junto a una ambulancia a su alrededor. Ya la habían dado por muerta. Cuando abrió los ojos, empezaron a gritar que la niña estaba viva e inmediatamente la transportaron al hospital de Tumaco; sin embargo, no tenían los implementos necesarios para atenderla, así que fue trasladada al hospital de Chilvil.

La cosieron sin anestesia, había perdido sangre durante mucho tiempo y no podían correr el riesgo de que no despertara. Al terminar, decidieron enviarla al hospital infantil de Pasto, donde al ingresar, Viviana entró en coma.

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En el Valle, de 2.834 personas que ingresaron al proceso de reintegración el 14 % son mujeres. Viviana lo hizo de forma voluntaria.

Renacer

-Duré mucho tiempo en coma. Cuando ya me levanté, fue muy duro, porque me miraba y yo sin mi mano. Me habían cortado todo el cabello. Yo me miraba y parecía un monstruo, hinchada, el cuerpo todo cicatrizado-.

Transcurrió un largo tiempo para que recuperara su autoestima. Hoy día, tras ayuda psicológica y acompañamiento profesional, ella ha logrado recuperar la confianza, aceptar sus cicatrices y amar su cuerpo.

- Esas dos medallas me las gané en un partido de fútbol de la ARN- Menciona mientras poco a poco vuelve a sonreír -Una fue por reconocimiento por haber participado y la otra porque hice varios goles ese día-.

ARN son las siglas de la Agencia Para la Reincorporación y la Normalización, a la que Viviana ingresó en julio de 2019 tras cumplir su mayoría de edad, con el fin de iniciar su proceso de reintegración. Antes, Viviana tuvo un proceso de restitución de derechos con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, Icbf.

En la actualidad, es reconocida como desvinculada, lo que implica su condición tanto de desmovilizada como de víctima, porque fue reclutada siendo menor de edad. Lleva un año y tres meses en el proceso de reintegración liderado por la ARN, el cual puede durar entre seis y siete años. Durante ese periodo, Viviana debe asistir regularmente a citas con su profesional psicosocial, cumplir con una formación académica y consecuentemente para el trabajo; lograr cada uno de estos ítems para recibir un apoyo económico por parte de la entidad.

Ella procura asistir a todas las citas, aunque prefiere evitar las grupales, pues ha tenido el infortunio de encontrarse a algunos de sus victimarios; aunque Viviana no guarda rencor, prefiere seguir construyendo su vida.

-Algún día quiero ser abogada y también quiero ser madre, pero por ahí a los 25 años o más, cuando ya tenga mi casa y todo- Dice, mientras sus mejillas se ensanchan y dan paso a una gran sonrisa, colmada por dientes blancos que resaltan sobre su rostro y su ilusión.

*Nombre cambiado por seguridad

Enfoque de género

Hoy, 3.031 mujeres adelantan su proceso de reincorporación en el país con acompañamiento de la ARN: Agencia para la Reincorporación y la Normalización.

Representan el 23 % de los 13.065 exintegrantes de las Farc-Ep en proceso de reincorporación.

“Las mujeres son prioridad para la política Paz con Legalidad, la cual establece que este proceso tendrá un enfoque con énfasis en las necesidades y los derechos de las mujeres y en su incidencia en asuntos públicos”, aseguró Andrés Stapper, director de la ARN.