Más allá de los atentados con bombas y sicarios, la sociedad caleña muestra señas de la lucha que tuvo como escenario esta urbe hace 20 años.

La primera página de la edición de El País del domingo 13 de mayo de 1990 describía el tercer atentado ocurrido ese mismo mes en la ciudad. “La calle de la rumba (Calle 5 entre carreras 39 y 40) se convirtió a las 8:50 de la noche del sábado anterior en la calle del horror, ante la explosión de un carrobomba que mató a nueve personas y dejó heridas a otras 45”.Los daños, en 20 cuadras a la redonda, se calcularon en más de mil millones de pesos de la época. Los más afectados fueron los grilles La Manzana, Cañandonga, La Chica de Rojo y Tempo, que resultaron destruidos. El objetivo era el estadio Pascual Guerrero, donde a esa hora más de 5000 personas veían jugar al América. Por ese dato, las autoridades atribuyeron la autoría del atentado al Cartel de Medellín.La sensación de zozobra quedó registrada días después, en otra pequeña noticia publicada por este mismo diario: “Una juez entrena polígono en la Escuela de Carabineros de la Policía de Cali, dentro de los planes de seguridad en marcha debido a las amenazas contra funcionarios judiciales por los narcotraficantes”, decía el pie de foto.Los civiles se armaban, se preparaban para la guerra. Incluso el escritor Humberto Valverde, quien un año antes dirigió la Feria de Cali, recibió un mensaje perentorio del Alcalde: “al primer atentado terrorista, acabamos la Feria”.La tragedia que sacudía la región había comenzado muy lejos y varios años antes. Los principales socios del Cartel de Cali, los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez, José Santacruz y ‘Pacho’ Herrera, habían tenido una serie de desencuentros con sus pares del Cartel de Medellín, en especial con Pablo Escobar.“Por la distribución de cocaína en New York, primero. Por los métodos terroristas usados por Escobar para intentar doblegar al Estado Colombiano, después. Y, finalmente, por un lío de faldas, los carteles se declararon la guerra”, dice Jorge Salcedo, el informante que entregó a Miguel Rodríguez, en el libro “En la boca del lobo” del periodista William Rempel.Salcedo, un exsoldado del Ejército, fue contratado por el Cartel de Cali con la misión de dar de baja a Escobar. Gracias a sus contactos con mercenarios ingleses y a su amplio conocimiento en comunicaciones.De hecho, fue él quien montó la red conformada por más de 300 taxistas que le servían al Cartel como “ojos y oídos”, según narra en el libro, y que fueron los que coparon las calles del barrio Santa Mónica, al norte, obligando a que la Policía se llevara a Gilberto Rodríguez, en helicóptero el día que lo capturaron. La primera acción bélica de la guerra fue realizada por hombres al servicio de ‘Pacho’ Herrera. El 13 de enero de 1988 mediante un carrobomba destruyen el emblemático edificio Mónaco en Medellín, donde Escobar vivía con su familia, afectando el oído de su hija.La respuesta de Escobar fue contundente: 50 ataques contra la cadena de droguerías La Rebaja y el Grupo Radial Colombiano. Un fallido intento de secuestro contra ‘Pacho’ Herrera en diciembre del mismo año. Así como la masacre que cobró la vida de 19 de sus hombres en la finca Los Cocos, cerca de Candelaria, Valle, el 25 de septiembre de 1990 cuando un comando de sicarios del Cartel de Medellín intentó asesinar al capo caleño.De hecho la guerra contra el Cartel de Cali y la venganza de sus antiguos socios en Medellín por el asesinato de los hermanos Galeno y Moncada, fue lo que llevó al fin de Escobar. Una alianza, nunca reconocida oficialmente, entre los ‘narcos’ de Cali, las autoridades colombiana y la DEA, a la que se unieron los “Pepes” (perseguidos por Pablo Escobar), fue la única manera para acabar con este delincuente, que llegó a ser el más buscado. Tras la muerte de Escobar y una vez se silenciaron los bombazos, otras cicatrices comenzaron a aparecer entre los caleños, como consecuencia de esos años de barbarie del narcotráfico que transformaron muchas costumbres.Antes de la guerra entre los carteles, como bien lo reseñó la revista Semana, no se conocía la palabra sicario. Antes de ese desangre muy pocas personas en Cali usaban carro blindado. Y las casas no tenían caletas, cámaras de seguridad o puertas blindadas.