Los demonios de doce años atrás, cuando a Diana la atacaron con ácido mientras estaba embarazada, regresaron de nuevo. Esta vez, en forma de amenazas de muerte que obligaron a la mujer, de 38 años, y a su hijo Andrés, a huir de Colombia para pedir asilo en el extranjero.

La despedida de sus familiares estuvo llena de todo lo que comúnmente se asocia con los “adioses” de aeropuerto: rostros desfigurados por la tristeza de no saber cuándo los volverán a ver de nuevo, gestos que quizá no sobresalieron más que esa hermosa y amplia sonrisa de Diana cada vez que abrazaba a un pariente por última vez. Uno la llamaría sonrisa de resiliencia. Ella, en cambio, prefiere la palabra longanimidad, que significa “grandeza y constancia de ánimo en las adversidades”.

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¿Usted es Diana María Ossa Herrera?

Era la una de la tarde del viernes 29 de febrero del 2008, en el barrio Santa Bárbara de Buga, en la residencia de los Ossa Herrera, cuando Diana sintió un violento ardor que le escurrió por los hombros y la espalda.

Se volteó. No había nadie en torno a ella, salvo su familia, con la que almorzaba. El mensajero no había llegado aún: el día anterior, su hermano Gustavo había recibido una llamada de un hombre que le preguntó la dirección de la casa para entregar una encomienda. “Ve, ¿ese sinvergüenza de Ernesto* ahora te quiere enviar flores?”, le preguntó más tarde a Diana. La embarazada de ocho meses se estremeció: supo de inmediato que la llamada era una fachada de las anteriores, de esas que la venían intimidando. Y se estremeció aun más cuando se enteró de que Gustavo, sin sospechar, había dado la dirección.

Ya habían transcurrido dos meses desde que Diana había terminado con Ernesto, de quien quedó embarazada. Y más o menos un mes desde que no recibía llamada de esa mujer que la había acosado entre noviembre del año pasado y enero del 2008. Esa mujer, de nombre Magnolia*, que decía ser la legítima esposa de Ernesto, noticia a la que Diana no dio crédito en un principio, hasta que la señora se presentó a su oficina, en un banco del centro de Cali, y en su presencia llamó a Ernesto, cuyo primer saludo fue: “Hola, amor, ¿cómo va todo, mi vida?”.

Se suponía que si Diana cedía a la exigencia de Magnolia (cortar todo vínculo con su pareja), y que por cierto lo hizo al descubrir la aparente infidelidad, las llamadas que recibía de ella día y noche, además de las constantes visitas a su trabajo, acabarían, ¿verdad? No. El acoso de parte de Magnolia regresó en forma de “llamadas amistosas” y en las que le preguntaba a Diana sobre “cómo iba el futuro retoño de mi esposo y de quien yo quiero ser su madrina”, fastidio que Diana al fin logró cauterizar con una mentada de madre.

Pero no recibir siquiera una llamada de Magnolia durante un mes completo era algo insólito, una anomalía que hacía que la paranoia rondara a Diana. Y la llamada del “mensajero de las flores” solo hacía ver el agua más turbia.

El timbre sonó a las dos de la tarde de ese viernes 29 de febrero. Luz Marina, la madre de Diana, atendió. Un hombre delgado que sostenía un sobre de manila tamaño extra-oficio estaba al otro lado. Pidió que lo atendiera Diana para entregarle “un mensaje del banco”.

En el camino entre su habitación y el zaguán de la casa, la embarazada tuvo tiempo suficiente para pensar: “Este tipo me va a hacer algo. Dios mío, ayúdame. ¿Me escondo? No, mi mamá está con él. Ese tipo me va a echar solución en el cabello. Pero bueno, solución es solución: me calveo y tengo a mi hijo sin pelo en la cabeza, ¿no?”.

“¿Usted es Diana María Ossa Herrera?”, preguntó el hombre. Diana asintió. Entre el cortísimo instante en el que el sobre extra-oficio fue arrojado al suelo y la otra mano revelaba una lata de cerveza rebanada a la mitad, Diana sintió que su bebé le ascendía bruscamente hasta las costillas. En vez de acudir al reflejo usual de protegerse la cara, prefirió resguardarse el vientre de ocho meses de embarazo. Un violento ardor, mucho más impetuoso que el que experimentaba en los párpados, le escurría por los hombros y la espalda.

Un adulto en el cuerpo de un niño

Esta es la voz de Andrés, de 12 años: “Soy muy explosivo en casi todo. No me pueden provocar, porque… mejor dicho. Lo que más me enoja es que se metan con mi mamá.

Ya ha pasado un tiempo desde que la atacaron y si bien me hace enojar todavía, yo creo que todo pasa por algo… Si ese episodio no hubiera ocurrido nunca, mi mamá no hubiese conocido a mi padrastro, Alex, con quien estudiaba octavo semestre de Contaduría y, por supuesto, yo no lo hubiera conocido a él, mi verdadero papá.

Y mi padre biológico… A él lo llamo Ernesto. Sí, es cierto que fue él quien me engendró y todo eso, pero yo a él no… (silencio largo). Pues yo lo respeto, pero no me nace quererlo. A duras penas, solo estuvo atento el año inmediatamente posterior de yo nacer. Él retomó conversaciones más tarde conmigo y le dije lo que sentía hacia él. Me gustaría perdonarlo algún día, pero por ahora prefiero mantenerlo lejos de mí.
Toda esta historia me ha enseñado a asumir que existe el destino,
impredecible e inalterable. En mi familia siempre han pasado cosas malas y al final dan un giro y termina por pasar lo bueno. Y ahora, aunque extrañaré muchas cosas de mi casa, huir de Colombia a otro destino en donde tendremos mejor calidad de vida, no es otra cosa que un buen karma. ¿Sabes? Hasta les ‘agradezco’ a quienes han dañado a mi madre, porque sin ellos, no sería la gran mujer que es hoy”.

Monstruo bonito

El plan de Diana era el siguiente: una vez entrara al quirófano en donde le iban a practicar una de las 25 escaratomías (retiros de la piel quemada) que le hicieron en el HUV, le diría al cirujano que tenía muchas ganas de ir al baño con el propósito de conocer lo que le habían negado hasta entonces: su rostro. Era inicios de marzo del 2008 y pese a que Diana estaba toda envuelta en vendas y sus ojos apenas podían distinguir figuras desenfocadas, tan pronto entró al baño, no le costó encontrar su reflejo.

Gritó horrorizada ante lo que -para su descripción- era una especie de retrato dibujado en un papel que luego han borrado de forma incompleta y con la mano más agresiva posible. Pero su nueva apariencia era lo que menos le preocupaba, pues casi todos sus pensamientos apuntaban a Andrés, a quien dio a luz el 4 de marzo del 2008.

“Pese a que estuve con él cerca de media semana, luego me lo retiraron, dado que era un riesgo para un bebé prematuro estar conmigo en la Unidad de Quemados. Hice huelga de hambre durante dos días hasta que conseguí que me lo dejaran ver cada sábado. Ese era un día maravilloso”, recuerda.

Sin embargo, Diana no “vio” a su hijo hasta que le dieron salida del hospital, cuando se recuperaba de una tarsorrafia (injertos de párpados que le obligaban a tener los ojos grapados). Estaba acostada en su habitación y por algunos minutos hacía fuerza en uno de sus ojos hasta que las grapas se desprendieron y vio con claridad: a su lado estaba un bebé de piel lechosa, rollizo, calvo y de pupilas verdes. Gritó de la alegría, aunque al día siguiente tuvieran que graparle el ojo de nuevo.

Diana empezó a llamarse a sí misma ‘monstruo bonito’. “Es chistoso, pero tratarme de esa forma me subió la autoestima, porque a pesar de estar tan quemada y fea, yo me veía en el espejo y entendía que todavía guardaba mis rasgos bonitos, sobre todo mi sonrisa”, explica.
La vanidad aumentaba conforme Diana usaba con menos frecuencia las blusas de manga larga y los sombreros encubridores para, en cambio, abrir los cajones en donde estaban las camisetas y las faldas. Y aumentaba más y más a medida que se atrevía a abrir otros compartimentos para enterarse de que los escotes, shorts y tacones no habían dejado de existir.

Su hijo también crecía. “Hasta los siete años, Andrés creyó que yo me había quemado en el fogón; esa era la mentira piadosa que le había dicho. Pero luego le conté todo lo ocurrido, como si fuese un adulto. Andrés explotó del enojo, decía odiar a su padre, de quien luego me enteré que se iba a casar con Magnolia. La investigación cerró en el 2016 y nunca hubo un capturado; el tipo que me atacó logró escapar. Lo último que me dijeron las autoridades es que una oficina de cobro estaba vinculada”.

Pero esta historia de progresiva renovación no finalizó en una vanidad recuperada ni en un hijo al que le ha costado perdonar; al contrario, dio paso a otra historia más, la de una fundación que Diana creó junto con su esposo Alex y su hermana Patricia, con los cuales ayuda a personas quemadas con agente químico u otros líquidos letales, bien sea en asesoría jurídica o apoyo psicosocial. El nombre de la fundación es un eco de ese reflejo que Diana vio aquella vez en el baño del quirófano: Carita de Papel.

***

La primera amenaza se manifestó a manera de un motociclista con un arma de fuego en la cintura. “¿Creíste que por tu ayuda vas a hacer mucho? Saliste redentora y ahora serás crucificada”, le dijo el hombre a Diana, quien estaba en compañía de Alex y su hermana Patricia, antes de retirarse rápidamente del lugar, sobre la Avenida Simón Bolívar con Carrera 80, en el sur de Cali. Ese hecho ocurrió en septiembre del 2019.

En noviembre llegó al celular de la Fundación Carita de Papel el mismo mensaje. Y en febrero, otro de similares características y con pésima ortografía. Ignoraba si las misivas tenían relación con su caso particular o con las docenas de mujeres a las que había ayudado.

El pasado martes 17 de marzo, Diana logró huir del país junto con Andrés en medio de la incertidumbre aérea provocada por el coronavirus.

En compañía de Alex, pedirán asilo en el extranjero alegando el riesgo de vivir en Colombia. La última imagen que se conoció de la madre y su hijo en el país fueron sus siluetas que, abrazadas, se adentraban en el túnel que los conduciría a un avión con un destino que no se puede publicar.

*Nombres cambiados por seguridad.