“Desde ese día, nada volvió a ser igual”. “Llegué completamente rota”. “Afortunadamente sobreviví para contarlo”. Es probable que usted haya escuchado este tipo de frases y, en ocasiones, con una frecuencia que refleja la magnitud de problema.
El acoso sexual es una de las manifestaciones de violencia de género que más se registran en el mundo. Según estimaciones de ONU Mujeres, el 70% de las mujeres experimentan en algún momento de su vida alguna forma de acoso.
De acuerdo con las cifras del Observatorio de Género, Ogen, entre enero y octubre del presente año se formalizaron 1.211 casos de acoso sexual en el Valle del Cauca, de los cuales 266 correspondieron a Cali. Sin embargo, se advierte que la cifra es apenas un indicador, porque este es uno de los delitos menos denunciados.
Juliana Álzate, psicóloga egresada de la Universidad Cooperativa, menciona que el acoso callejero es una costumbre totalmente agresiva e incorrecta que está normalizada. “Esta problemática, merece más visibilidad porque además de ser un acto violento, puede traer graves repercusiones psicológicas para las personas que viven este tipo de situaciones.”
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Para hacerle frente han surgido una serie de medidas plasmadas en la Ley 1257 de 2008, en la cual se dictan normas de sensibilización y sanción de formas de violencia contra las mujeres, y la Ley 360 de 1997, que dicta de ocho (8) a veinte (20) años de prisión a quien cometa el delito de acceso carnal.
María Isabella, Isabella Valderrama y Sandra Cortez son tres de sus víctimas en la ciudad. Aquí sus testimonios:
La rota caja de cristal
“Ese día entendí a mi madre, entendí cuál era su miedo, quería mantenerme en una caja de cristal para protegerme”. María Isabella, de 18 años, cuenta que desde muy pequeña su madre le inculcaba a ella y a su hermano la importancia de cuidarse del peligro que hay en la sociedad, pero por alguna razón sentía que su madre se preocupaba más por ella que por su hermano, pues mientras él disfrutaba la etapa de adolescencia, María no podía salir con amigos.
Sentía que su madre la quería tener resguardada en una caja de cristal, por eso todos los días se preguntaba: ‘¿Por qué tiene tanto miedo de soltarme?’
Después de varios meses, María logró tener un permiso por parte de su mamá y fue a celebrar el cumpleaños de su mejor amiga:
“Después de tres años, sigo sin creer que aquel día que prometía estar lleno de felicidad se convertiría en mi peor pesadilla.
Compartí una noche excelente con mis amigos, pero como dicen por ahí, no todo puede ser color de rosas…
Ya era hora de ir a casa, así que tomamos un Uber; como el recorrido era por orden de lugares, mi mejor amiga y yo nos bajábamos de últimas ya que vivíamos más lejos.
“Cuando íbamos llegando a la casa de mi amiga, una sensación extraña empezó a invadir mi pecho, qué inocente fui al pensar que tal vez era el trasnocho, sin duda era mi intuición hablándome”, añadió María.
Su amiga se bajó pero la sensación era más fuerte y mientras ella le indicaba al Uber por dónde era su casa, el señor empezó a realizar comentarios sobre su apariencia física, María se sintió incómoda, pero prefirió callar. Los comentarios acosadores se siguieron repitiendo a lo largo del camino. En vista de que María no contestaba, el señor detuvo el carro, en ese momento su corazón empezó a latir a mil por segundo, y de su boca solo salieron las palabras: “Por favor, lléveme a mi casa”; pero como si hubiera hecho un chiste, el señor solo se rió y se pasó hacia la parte de atrás del carro...
“Aún recuerdo cómo sus frías y rasposas manos empezaron a rozar mis partes íntimas. Una y mil veces le supliqué que parara, pero al parecer mi voz desesperada le generaba aún más placer.
El acoso de este señor terminó en abuso. Afortunadamente pude llegar a mi casa de nuevo y al hablar con mi madre comprendí el porqué de su miedo. Ella solo quería mantenerme en una caja de cristal para protegerme”, dice María Isabella, entre lágrimas.
Realidad normalizada en las calles
“Sentí mucha rabia, usualmente respondo, pero en esta ocasión me dio mucho miedo porque estaba sola”.
Isabella Valderrama, de 21 años, cuenta su más reciente episodio callejero de acoso, que vivió a eso de las 4:00 de la tarde, cuando salió de su vivienda en El Limonar para buscar algunas cosas en Comfandi de la Guadalupe con Autopista.
En el transcurso de su camino debía pasar por debajo de un puente ubicado en la avenida. Todo comenzó ahí, cuando los conductores de vehículos le chiflaban y pitaban, algo a lo que ella se refiere “lo relativamente normal cuando uno sale”.
Rápidamente y con mucho miedo Isabella pasó por este puente, cuando de repente un camión de alimentos congelados disminuyó la velocidad teniendo el semáforo en verde; el conductor de este camión sacó su celular colocándolo en frente de su cara, comenzó a tomarle fotografías mientras se reía de ella.
Por el cuerpo de Isabella recorría una oleada de calor de la ira que sentía, pero por miedo decidió no decir nada, solo sacó su dedo de la mitad en señal de enojo y salió corriendo por la vía, asustada por lo que viniera después.
“Sentí mucha rabia e impotencia, pero como estaba sola, me dio miedo defenderme. Cómo es posible que me tomen fotos sin consentimiento, es como si mi privacidad y mi imagen dejarán de corresponderme y ellos tuvieran el control”.
Tras seguir su camino y llegar al Comfandi, Isabella se sentía insegura, como si los hombres volvieran a aparecer y el morboseo constante la siguiera aún. “La situación me dejó pensativa, con mucha rabia y miedo; una persona no tiene el derecho de sacar su celular y tomar fotografías de alguien que no conoce y asustarla”.
Fortaleza que surgió del miedo
“Decidí aprender de mi pasado y ahora soy una mujer completamente distinta.
Mi nombre es Sandra Cortez soy abogada y me apasiona la defensa de los derechos de las mujeres, mis familiares dicen que soy una mujer ‘jodida’, pero esto no siempre fue así.
Su infancia no fue como la de muchas niñas de su edad, Sandra cuenta que cada mes se mudaba a una ciudad diferente por el trabajo de su padre y por esto cambiaba de colegio. “Siempre era la chica nueva que no tenía muchos amigos, tal vez por eso era muy tímida e insegura”.
Para la época de su adolescencia, la vida le cambió, su padre consiguió otro empleo en el que no tenía que viajar y gracias a esto lograron organizar su vida en Cali.
Sandra estaba contenta, en su último colegio, había hecho algunas amistades, pero lo que más le gustaba era lo cerca que quedaba de su casa, pues disfrutaba mucho irse a pie.
“Un día me cogió la tarde y salí un poco apresurada, para llegar al colegio tenía que caminar cuatro cuadras y atravesar un parque que por lo general mantenía bastante solo.
“Al atravesar el parque, un señor de edad empezó a gritarme cosas obscenas, había varias personas pero no hicieron nada, solo miraban. Yo solo aceleré el paso, pero el señor me persiguió y empezó a mostrar sus genitales mientras se tocaba.”
La reacción de Sandra fue correr antes de que el hombre hiciera algo peor. Llegó al colegio devastada, el coordinador, bastante preocupado, le preguntó qué pasaba.
Cuando por fin se calmó un poco, Sandra logró contar lo sucedido e inmediatamente llamaron a sus padres para poner la denuncia.
“Ese día me marcó por completo pero no solo por lo que hizo ese señor, sino por la indiferencia que presencié de las demás personas que estaban cerca y no hicieron nada para ayudarme. Desde aquel día me volví más fuerte, me prometí darme mi lugar en cualquier situación. Hoy respondo hasta a un piropo y sobre todo soy capaz de defender a una mujer que se encuentre en una situación como la que yo pasé.”
Hoy en día Sandra participa en actividades de colectivos femeninos y a través de un testimonio de empoderamiento, brinda su apoyo a las mujeres que más lo necesitan.
“Muchas personas me preguntan cómo pasé de ser una chica tan tímida a ser la mujer segura que hoy soy, solo diré que no es fácil, tuve que vivir todo un proceso; pero después de un largo tiempo, hoy me doy cuenta de lo poderosas que podemos llegar a ser las mujeres si eso queremos; empecé a creer en mi poder y transformé mi vida.”
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Acoso sexual laboral
El Ministerio de Trabajo contrató una encuesta para medir el acoso sexual en espacios laborales.
Según los resultados, las conductas más comunes corresponden a solicitudes o presión para tener sexo (82 %), intento y ocurrencia de acto sexual (79 %), correos electrónicos y mensajes de texto vía celular (72 %) y contacto físico consentido que se pasa del límite (72 %).
Sin embargo, la mayoría de encuestados no perciben estas conductas como acoso sexual y no se reconocen como víctimas de acoso sexual.