Más de 350 mujeres hacen parte de la Policía de Cali y un total de 680 integran los grupos de la Fiscalía con seccional en la ciudad, además de 189 con sede en el Valle.
Entre esa población femenina se destacan investigadoras y oficiales que han dado importantes resultados. Alba Nohora Casanova y Margarita Lozano Tenorio son ejemplos notables del rostro femenino de la justicia a nivel regional.
Mientras la primera es líder del grupo de Infancia y Adolescencia de la Policía de Cali, con importantes aportes en el área preventiva para menores, la segunda es la única entomóloga del CTI de la Fiscalía en toda Colombia, una mujer que determina el tiempo y lugar de los homicidios según las larvas que dejan los insectos en los cadáveres de las víctimas.
Las mujeres de hoy están cobrando cada vez más espacio en lo judicial, algo que era mucho más difícil para sus madres o abuelas. Tan solo a finales de enero de este año se abrió la convocatoria para que 620 mujeres, entre los 18 y 24 años, sean policías auxiliares de Cali, en donde harán labores preventivas. Entre tanto, historias como las de la subcomisaria Casanova y la investigadora Lozano son ejemplos a seguir para ellas.
Lea además: Cali será la ciudad piloto de nuevo plan de seguridad nacional
La policía que se la juega por proteger a los niños
Cuando los policías empezaban a hacer de profesores en zonas vulnerables de Cali para alfabetizar o guiar a los menores por los primeros escalones de la escuela, la subcomisaria Alba Nohora Casanova conoció a niños que, en medio de la clase sobre animales domésticos, creían que las cucarachas y las ratas encajaban perfectamente a ese grupo.
“Recuerdo muy bien una casa del barrio Petecuy que estaba construida en bahareque, por cuya sala cruzaban ratas como si fuesen gatos y caballos o cerdos, como si de perros se tratara; se trataba de un espacio en el que había todo tipo de niños. Era una realidad muy común de ver en ese sector del nororiente de Cali entre 2005 y 2007”, cuenta Alba Nohora.
Fue en el intervalo de esos tres años en los que la palmirana se convirtió en lo que es hoy, una líder en proyectos de prevención con menores en la ciudad; o, como diría su rango en la Metropolitana, jefe del Grupo de Infancia y Adolescencia.
La oficial recuerda que en esa época pedían prestada una caseta comunal para convertirlas en escuelas, que en total fueron siete, ubicadas en barrios como Floralia, Puerto Mallarino, Siloé, Mario Ramos, entre otros. Los estudiantes eran niños de hasta 12 años que no sabían leer ni escribir.
“En los colegios los conocían como ‘niños problemas’, es decir, muchachos que habían desertado hace algún tiempo. A ellos los ayudábamos a superar los niveles de prejardín, jardín y transición. Les enseñábamos a sumar, restar, multiplicar y dividir”, narra la uniformada, suspicaz a usar el “yo” por encima del “nosotros”.
Una vez los niños terminaban el curso, Alba Nohora y sus colegas iban a la escuela más cercana para que los aceptaran en caso de pasar un examen de ingreso. A cambio, el Grupo de Infancia y Adolescencia impartía capacitaciones y charlas de primeros auxilios, derechos humanos, deberes del ciudadano, etc.
“Esos fueron los años en los que me dije que la prevención era todo lo que quería ser. Pero no solo era la enseñanza lo que lo llenaba a una, sino también todas las acciones que hacía por esos niños”, afirma Alba Nohora.
“Aún tengo presente el día en el que Leidy, una de mis estudiantes, me pedía cada 10 minutos ir al baño. Extrañada, fui a ver qué hacía y la descubrí tomando agua, porque no había comido nada desde el mediodía del día anterior. Caímos de sorpresa a la casa y vimos que lo último que la familia comió había sido aguapanela combinada con periódico picado. De inmediato, recogimos un mercado por todo el sector de Petecuy para llenarle la panza a Leidy”, cuenta.
Para la palmirana, el mayor reto profesional es enseñarle a los jóvenes el buen uso del Internet para que no caigan en las redes de pedófilos online. De hecho, fue uno de esos episodios el que más marcó la vida personal y profesional de Alba Nohora. Ocurrió hace siete años: luego de recibir una denuncia de un menor que era extorsionado por un adulto que tenía fotos suyas desnudo.
“Al poco rato me enteré que era un familiar muy cercano. Y fue tanta la impresión, que no pude cubrir el caso. El niño intentó suicidarse dos veces, pero luego logró superar poco a poco el trauma, lo que también nos ayudó a los parientes, y a mí, a estar más tranquilos”, comenta.
Cada año, la líder de Infancia y Adolescencia recibe cientos de casos de menores que han sido víctimas de violencia intrafamiliar o abusados sexualmente en Cali. No desfallece. Cada niño es una razón más para seguir adelante.
La investigadora del CTI que ‘habla’ con los insectos
“Mira mi blusa. Mira mi blusa”, dice, con una sonrisa, Margarita Lozano Tenorio a propósito de su mejor prenda: un diseño con las figuras de mariposas, escarabajos, moscas, avispas, entre otros insectos ordenados en cuadrícula. La deducción más obvia sería decir que Margarita es bióloga, lo que es cierto, pues de esa profesión se graduó en la Universidad del Valle 23 años atrás.
Pero Margarita es mucho más que esa deducción que le queda corta: ella es la única entomóloga del CTI de la Fiscalía en toda Colombia.
“Si asociamos la entomología, que es el estudio científico de los insectos, a la labor del forense, tenemos un investigador que busca los rastros que dejan los insectos necrófogos -carroñeros- en los cadáveres. Es decir, dependiendo de la edad de la larva encontrada en el cuerpo, se puede determinar la época en la que fue asesinada la persona y dependiendo de la especie (ya que hay insectos que se desarrollan en ciertos lugares), se puede conocer si la víctima fue asesinada ahí mismo donde se encontró o si fue traída de otro lugar”, explica Margarita.
Sin embargo, puede que no haya mejor forma de explicar la labor de la entomóloga que con un caso en el que trabajó hacia el año 2002, el del ‘Monstruo de los Cañaduzales’. Los cuerpos de niños encontrados en cultivos de caña en Palmira y Pradera tenían una similitud a las víctimas del famoso violador Luis Alfredo Garavito: habían sido asfixiados.
“En el tiempo en el que yo era perito externa desde la Univalle, me llegó el cráneo y tronco de uno de los niños, restos en donde encontré larvas de moscas de la familia Calliphoridae, que ayudaron a descartar la hipótesis de que era Garavito, dado que los tiempos de muerte se registraron después de que él fuera llevado a prisión”, narra la investigadora.
A medida que recibió más muestras, Margarita logró determinar las fechas de todos los homicidios del ‘Monstruo de los Cañaduzales’ en un actuar de tres años. Y con los rasgos físicos ya conocidos a partir de descripciones de los habitantes, los investigadores en campo dieron con él en 2003, un vendedor de helados llamado Manuel Octavio Bermúdez, quien en su billetera cargaba pequeños calendarios que tenían marcadas varias fechas, las mismas que Margarita le había entregado a los funcionarios en otros calendarios también pequeños.
“El caso de este hombre que mató a 34 niños fue más impactante para mí que la exhumación de 308 cadáveres en el bajo Putumayo durante el proceso de Justicia y Paz contra los paramilitares”, dice esta mujer que ha trabajado en más de 500 exhumaciones y 200 casos de cuerpos descompuestos.
Esta mujer, que también se ha topado hechos tan macabros como las casas de pique en Buenaventura, es madre de dos hijas, una de nueve y otra de 19 años, misma edad que completa como miembro de la Unidad de Reacción Inmediata, URI, de la Seccional de Cali y de la cual es coordinadora al día de hoy.
“Fue bastante difícil iniciar en medio de hombres con tanta experiencia que bien podían ser mis padres. ¿Cómo es que una mujer joven, hace poco graduada, viene aquí a decir qué hacer, a liderarnos?, se preguntarían algunos. Fue una resistencia que, sin embargo, se allanó poco a poco”, recuerda Margarita, quien termina su frase con un chiste: “Los insectos me han dado de comer por mucho tiempo, pero yo no les voy a dar de comer a ellos en muy buen rato”.