“Simplemente estoy haciendo la misión para la que la Iglesia me envió a Buenaventura, que es ser un Obispo que acompañe esta comunidad sufriente, predicando la palabra, celebrando los sacramentos y ayudando a sacar adelante estas situaciones difíciles”.
Así habla monseñor Rubén Darío Jaramillo, quien durante dos días estuvo rodeado por otros catorce jerarcas de la Iglesia Católica del Pacífico y el suroccidente del país que llegaron hasta ese municipio para solidarizarse con él ante las nuevas amenazas de las que ha sido objeto.
Pero el Obispo de Buenaventura no quiere que se hable mucho de él. Prefiere que el Gobierno Nacional haga lo necesario para esa ciudad no siga “con los alcantarillados por las calles y sin agua potable”.
¿Qué convocó esta reunión de obispos en Buenaventura?
Básicamente dos cositas, primero, acompañar al Obispo de Buenaventura por la situación de amenazas, como un signo de solidaridad conmigo en estos días tan difíciles y, en segundo lugar, analizar la situación del Pacífico y la posición de la Iglesia frente a las nuevas situaciones de violencia que estamos viviendo.
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O sea que esa situación de violencia y pobreza no es propia de su municipio sino de todo el Pacífico...
Significa que Buenaventura es como la punta del iceberg, pero desde Tumaco, Popayán, Guapi, Buenaventura, Cali hasta Istmina, Tadó, Quibdó, Apartadó, toda esa zona está sufriendo situaciones similares. Buenaventura concentra todo lo que está viviendo el país en problemáticas y especialmente el Occidente y la zona pacífica, por lo que Buenaventura es como un laboratorio para el mal y queremos que fuese un laboratorio del bien.
¿En qué consisten las amenazas en su contra y sabe su procedencia?
Las amenazas vienen desde el año pasado, cuando alguien se acercó a un sacerdote y le manifestó que le habían ofrecido un dinero, unas personas de una camioneta, para matar al Obispo de Buenaventura “porque estaba hablando mucho”. Pero él dijo que no hacía eso porque sabía que era algo grave. Su abuela como que es muy católica, entonces le contó a un sacerdote y ahí empezaron todas estas situaciones. Luego, un periodista me dijo que lo habían llamado a una entrevista en un barrio muy peligroso, Muro Yusti, y le dijeron que el Obispo estaba hablando muchas cosas, que era mejor callarlo, y ahora hay un WhatsApp donde dice que le van a poner una bomba al Obispo. Por lo tanto, se han sumado muchas cosas, más las declaraciones que últimamente he hecho evidenciando la verdad de lo que existe en Buenaventura y eso genera inquietud y disgusto a los que quieren que eso no se sepa, y menos la comunidad nacional e internacional.
¿Las autoridades le han brindado protección, escoltas?
Sí, la Policía me tiene un hombre asignado y la Unidad Nacional de Protección me brindó una camioneta blindada y otra persona, pero me la quitaron a los cuatro meses. Estoy solo con el policía, pero sí siento que la Policía y el Estado han respondido un poco, aunque uno no sabe: ante tanta fuerza del mal, es incontenible cuando ellos pretenden hacer sus actividades.
¿Teme por su vida?
No, para nada. He estado tranquilo, durmiendo bien, porque simplemente estoy haciendo la misión para la que la Iglesia me envió a Buenaventura, que es ser un Obispo que acompañe esta comunidad sufriente, predicando la palabra, celebrando los sacramentos y ayudando a sacar adelante estas situaciones difíciles. Estamos cumpliendo una tarea que Dios nos ha encomendado.
Días atrás el país volvió su mirada a Buenaventura por la violencia.
¿Hubo alguna mejoría tras la visita de autoridades y periodistas?
Después de eso se aumentó el pie fuerza de 400 a 800 hombres de la Policía, llegó un batallón y han venido helicópteros a hacer sobrevuelos e inmediatamente bajó la dinámica de violencia. No se ha acabado, porque en estos días han estado asesinando personas, pero ya no es como al principio del año. Es una cosa que se mantiene, porque las causas estructurales no han cambiado. Estos grupos están en silencio, porque la Policía ha estado capturando a las cabecillas, pero están esperando que la Policía se vaya para volver a entrar.
El Alcalde de Buenaventura denunció entonces el control de los precios de los alimentos por parte de unas bandas. Siguen actuando esos carteles de la comida?
Esos carteles siguen vivitos, haciendo el control y extorsionando en toda la ciudad. Prácticamente todos los productos están con un sobreprecio impuesto por ellos, para sus fines. Esta situación, si no se ataca de una manera radical, es muy difícil, porque le genera muchos millones por el narcotráfico y la extorsión a estas personas.
O sea que el narcotráfico sigue siendo una de las causas estructurales de la violencia en la ciudad..
Sí, porque traspasa las fronteras de lo local. Tiene que ver con el Estado, las autoridades, las políticas y muchas personas a las que el narcotráfico les inyecta dinero para poder actuar, y en eso todos pecamos. Segundo, tiene que ver con los niveles de pobreza tan altos, no se entiende que en una ciudad del Siglo XXI todavía los alcantarillados estén por las calles o no haya agua potable.
También se ha denunciado que se quiere sacar a la gente de algunos barrios para darle paso a macroproyectos…
Esa es la situación que leen las personas cuando ven que en esos barrios, en los esteros y bajamar, comienza la violencia y la gente a salir. Prácticamente los han abandonado y resulta que después allí van a hacer un megaproyecto y eso lo pone a uno a pensar mucho rato.
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¿Y ese megaproyecto a cargo de quién está?
No lo sé. Aquí hay intención de hacer quince terminales portuarios. En este momento hay cuatro y van a comenzar otro llamado Puerto Seco y son muchos los que piensan hacer y mientras haya gente por ahí, les estorba para esos proyectos.
¿Cómo conservar el legado de monseñor Héctor Epalza, que fue tan querido por los bonaverenses?
Se le llama ‘el Obispo del Pueblo’ y eso es lo que tenemos qué hacer nosotros. El legado es aprender a no abandonar el pueblo. El Obispo es la cabeza de una comunidad, estando en ella, sufriendo con los que sufren, llorando con los que lloran. Por eso nuestra misión es estar con el pueblo, acompañándolo en sus dolores. Puede que no llevemos soluciones, pero el hecho de estar a su lado les da consuelo y seguridad.
La mayoría de los asesinados en Buenaventura tienen entre 20 y 35 años. No hay esperanza para los jóvenes en ese municipio?
Sí, hay esperanza porque son muchos los jóvenes buenos. En las bandas habrá mil, 1500, pero los jóvenes de Buenaventura son alrededor de 250.000, por lo tanto, son muchísimos más los buenos que los malos. Pero son más las empresas que se cierran que las que se abren y por lo tanto los muchachos no tienen en qué trabajar.
¿Qué llamado le hace al Gobierno Nacional?
Que tenga una mirada para el Pacífico distinta, que lo atendamos como debe ser, que entre todos construyamos una ciudad, una diócesis, un territorio en paz con desarrollo, porque tenemos todo para estar bien.
¿Cree que ayudaría si hubiera una mejor implementación del Acuerdo de Paz en todos estos territorios?
Una de las cosas que tiene que tener claro el Gobierno es la implementación de los Acuerdos de Paz, pero para Buenaventura específicamente la implementación de los acuerdos del Paro Cívico, que son diez, y que están estipulados en la Ley 1872, que establece claramente cuáles son los compromisos del Gobierno Nacional frente a esta ciudad.