Por: Laura Cortez Palacios/ reportera El País
“Son trece años de incertidumbre, de acabarse una familia y de no querer vivir”, expresó dolorosamente doña María Elena Gallego, madre de Sandra Viviana Cuéllar Gallego, una ingeniera ambiental desaparecida en la capital del Valle el jueves 17 de febrero de 2011, cuando en la recta Cali- Palmira se esfumó, como si se la hubiese tragado la tierra.
La joven, de 26 años, se había independizado una semana antes de la desaparición, pues consiguió un apartamento en Miraflores y dejó de vivir con sus padres y hermano menor en el barrio Los Alcázares, a pesar de ello, la relación familiar seguía intacta, por lo que el día anterior a los hechos se vio con su mamá y hablaron de todos los planes para el futuro, sin imaginarse lo que pasaría unas horas después.
“Hablamos, me comentó sobre todos los trabajos que quería hacer, quería trabajar con niños, con grupos de danzas, tenía muchas cosas. Yo le reconocía esa capacidad para estar en todo”, recordó María Elena.
La ingeniera ambiental tomó como propia la lucha por la conservación de la naturaleza, especialmente por la preservación del río Cauca. Caminó de la mano de otros líderes con el objetivo de que mejoraran las condiciones de vida de los trabajadores de los ingenios de caña y esa pasión la llevó a unirse a la organización Censat Agua Viva, en 2009.
La mañana de ese jueves 17 de febrero Sandra llamó a su mamá. Quería recordarle que iba para Palmira, a la Universidad Nacional de la que se graduó en 2007, puesto que tenía una cita con uno de sus docentes para ayudarle a dictar clases de cultura general. Fue una conversación normal, solo quería despedirse antes de salir a agarrar el bus en el ‘terminalito’ de la carrera 1.
“Nos despedimos, me dijo que se iba y que me quería mucho. Yo le dije que también la quería mucho, le di la bendición, le desee lo mejor del mundo y le dije que sabía que ella era capaz con todo. Luego colgamos, eran entre las 10:30 y las 11:30 a.m.”.
Desde ese momento no volvió a tener noticias de su hija, ni siquiera tiene certeza de si alcanzó a subir o no al bus que la llevaría a Palmira para reunirse con su profesor, quien se quedó esperándola en la universidad.
Pasadas las horas, su papá, don José Cuéllar, comenzó a llamarla para saber cómo le había ido en la reunión, pero no tuvo respuesta. No se preocuparon demasiado, pues imaginaron que se le había acabado la batería del celular, por lo que se acostaron a dormir y al otro día salieron a trabajar como de costumbre.
El viernes transcurrió con lentitud en la tienda de la familia Cuéllar Gallego, ubicada en una esquina del barrio Sucre, con la que los padres abnegados sacaron a sus hijos adelante, pero a la medianoche, ya en casa, comenzó el martirio, “recibimos una llamada de un compañero de ella y nos dijo que algo le había pasado a Sandra porque lo llamaron del celular de ella, que se lo encontraron tirado por el Jarillón de Floralia”, explicó la madre.
Llenos de angustia comenzaron a indagar, le preguntaban a todos sus conocidos si sabían algo de la joven y fue así que se enteraron de que nunca llegó a su cita en la Universidad Nacional de Palmira.
El sábado corrieron a la Fiscalía a reportar la desaparición, pero al ser fin de semana se encontraron con varias trabas. “No nos querían recibir la denuncia, que había que esperar más horas, pero ahora las leyes dicen que no hay que esperar 24, ni 48, ni 72 horas para poder interponer un denuncio, eso fue el tiempo valioso que se perdió”.
Sandra nunca le dijo a sus padres si recibía amenazas y ninguno de sus amigos o compañeros recuerda haberla visto nerviosa o con miedo, ella era una joven feliz, llena de proyectos y con muchas aspiraciones, por lo que no creen que simplemente se haya ido por su voluntad y sin decir a dónde.
Un martirio que no termina
Tras conocerse las noticias sobre la desaparición comenzaron a llegar las pruebas más difíciles. “Comenzaron a llamarnos para decirnos que la habían visto por el Jarillón de Floralia, que habían visto a una muchacha encapuchada que unas personas llevaban en un caballo, pero nunca hubo pruebas de eso”, explicó la mujer, añadiendo que también reportaron avistamientos en Palmira, cerca a la Galería, pero no obtuvieron pistas.
A donde decían que habían visto a su hija, para allá se dirigía María Elena, sin éxito, además, uniformados de diversas fuerzas especiales de la Policía como el Gaula y la Sijín iniciaron investigaciones que desde el 2011 hasta hoy no han tenido avances significativos. “Nunca se supo si mi hija abordó el bus, lo que se pudo constatar es que el celular nunca salió de Cali”, reveló la mujer.
La tragedia de la desaparición de Sandra desgastó el matrimonio de sus padres, quienes pasados unos años decidieron separarse y fue entonces cuando la madre se unió a grupos de apoyo para personas que atraviesan la misma situación, como los miembros de la Fundación Guagua, quienes se han convertido también en su familia.
En el caso de don José se le iluminan los ojos al hablar de Sandra, para él su hija está viva en alguna parte y no descansará ni un minuto hasta tenerla en sus brazos nuevamente, aferrándose a cualquier esperanza.
“Yo sé que mi hija está viva, ella está en alguna parte. Hacía un mes había llegado de Bolivia, de un viaje y la idea de ella era irse a vivir fuera del país, pero no por acoso o amenazas, nunca nos dijo nada de eso”, aseguró el padre.
Para mantenerse cuerdos, sus papás, se aferran a cualquier imagen donde una mujer se parezca a la ingeniera. María Elena la imagina como a una mujer fuerte, cuidando el agua, defendiendo a los corteros de caña y a los indígenas.
Por ese trabajo la familia Cuéllar Gallego cree que la joven fue desaparecida, según ellos, personas poderosas estaban en contra de su labor activista. “Según lo que uno escucha, pudieron ser algunos ingenios de caña a los que no les convenía el trabajo de mi hija y la vieron como un estorbo, pero hasta que alguien no nos diga la verdad de lo que pasó no vamos a tener certeza”, expresó el padre.
A pesar de los esfuerzos de la familia y de las autoridades, no existe ninguna pista sobre el paradero de Sandra Viviana, por lo que piden que no dejen de buscarla. “Quiero tener, aunque sea en mis últimos días de vida un descansito porque ya son muchos años y no quisiera llegarme a morir sin saber qué le pasó. Yo solo quiero que mi niña sepa que no la he dejado de pensar ni un minuto y que la amamos”, enfatizó María Elena.