El barrio, en el que el pasado lunes pandilleros asaltaron 40 casas, fue un proyecto de reubicación que hoy parece naufragar en el fracaso.
Jóvenes, niños, adolescentes por todos lados. Eso, entre tanto, sorprende cuando se camina Potrero Grande: la abundancia de chicos. Algunos juegan fútbol, corren, semidesnudos, sin camisetas, sin zapatos, otros están por ahí, en las calles, sin mucho para hacer, sin un propósito evidente.
Dalmiro, un líder comunal, me dirá más adelante que Potrero Grande tiene uno de los índices de natalidad más altos de la ciudad. En cada casa viven en promedio seis personas, dos adolescentes, dos niños, dos adultos. En muchos casos, sigue Dalmiro, los niños son los hijos de los adolescentes. Aquí, en este barrio, hay 32 mil personas, y de esos más de 20 mil son menores de 20 años.
Es notorio. Hay demasiados jovencitos, pocos adultos, caminando, habitando las casas de ladrillo limpio construidas desde 2006 para reubicar 48 asentamientos subnormales, invasiones, que desde 1980 se habían formado en las márgenes del río Cauca y de la laguna El Pondaje, con el éxodo de centenares de desplazados causados por el conflicto armado en la costa Pacífica.
Pienso en la cifra: 32 mil personas. Casi cuatro veces la población del municipio de Dagua. El mismo número de personas que tiene la suma de los habitantes rurales y urbanos de Guacarí. Somos muchos en este barrio que ofrece muy poco. El barrio está en la periferia de la ciudad y aquí no hay empresas, no hay industria, no hay cómo ofrecerles empleo o educación a los jóvenes. En el colegio el cupo es de 1.440, ¿y el resto? Bueno, la violencia es lo único que les queda, dice Dalmiro y mira con ojos afilados, como si algo le ofendiera.
Lea también:¿Quiénes asaltaron las 40 casas de Potrero Grande?, responde la Policía
Yesenia, la contradicciónLa madrugada del pasado lunes cerca de 50 jóvenes de la pandilla los del Punto llegaron al Sector 5 del barrio con mazos, cinceles, picas y pistolas, ingresaron a varias casas, hurtaron televisores, lavadoras, grabadoras, computadores, dinero... Deyanira, de 43 años, recibió una bala en la cabeza y murió tres días después. A Yesenia, de 12 años, un disparo le cayó en su pierna izquierda. Ella, como casi el 90 % de quienes habitan Potrero Grande, es afro. Vive con su madre, que trabaja de empleada doméstica, y con dos hermanos menores. No estudia. Del último colegio en que estuvo, en donde cursaba cuarto de primaria, la expulsaron luego de que tuviera problemas con una profesora.
Hace unas semanas tuvo una pelea con otra niña del barrio. ¿Por qué? Porque sí, porque la miró mal, la otra niña también, una de las dos dijo ¿por qué me mirás así?, la otra respondió porque me da la gana, así que Yesenia se abalanzó sobre ella y fue necesario que dos hombres las separaran.
La otra niña, esto no lo sabía Yesenia, es novia de uno de los pandilleros del Sector 5. Así que aquella madrugada el pandillero no solo tenía la intención de hurtar en varias casas, sino también de asesinar a Yesenia. Le disparó en seis ocasiones. Una de las balas se incrustó en la parte posterior de su pierna izquierda. Lo que pasa es que tenía una pacha, no un revólver de verdad, dice y cuenta que las pachas son revólveres fabricados artesanalmente que no funcionan muy bien, lo que explica el hecho de que solo acertara una vez. Luego del ataque, Yesenia y otros jovencitos decidieron empezar a armarse para defenderse. Por ahora, cuenta, tienen machetes, cuchillos y muchos palos, pero esperan conseguir algunas armas.
¿Y esto es lo que quieres para tu vida, hacer parte de una pandilla?, pregunto. Dice que no, pero que lo va a hacer porque no va a dejar que nadie venga a robar las cosas que su mamá ha conseguido y mucho menos se va a ir del barrio. Yo lo que realmente quiero es ser futbolista, dice. Yesenia juega en un equipo llamado Las Chamanas que participa en la liga metropolitana de fútbol de Cali. Sin embargo, hace unos días había dejado de entrenar para evitar que los pandilleros le hicieran algo de camino a la cancha. Ahora tendrá que esperar que la bala sea retirada de la pierna y que la herida sane. Luego verá si puede volver.
12 sectores, 12 pandillasPotrero Grande está dividido en 12 sectores y en cada sector hay una pandilla de jóvenes, la mayoría menores de edad, dedicados a la venta y el consumo de drogas, a la extorsión, al hurto y a los homicidios por encargo.
Dalmiro, el líder comunal, dice que las pandillas empezaron a surgir en 2008, cuando gran parte de los habitantes de las invasiones ya habían llegado a vivir al barrio. Dalmiro explica que en cada una de las invasiones, ubicadas en el jarrillón del río, en la zona conocida como la Colonia Nariñense y en la laguna del Pondaje, ya existían grupos de pandilleros.
Lo que hicieron al reubicarlos fue trasladar esos grupos al nuevo barrio, pero con el agravante de que en las invasiones vivían en zonas específicas que cada grupo dominaba, aquí los juntaron y por eso empezaron los conflictos, dice Jesús Darío González, del Observatorio Social de la Arquidiócesis y quien trabaja con jóvenes en alto riesgo de ese barrio.
Y los desenlaces no podían ser otros: en 2010 Potrero Grande fue el barrio con mayor número de homicidios en Cali: un total de 46. Para el 2011 se contaron 25 asesinatos; en 2012, 38; en 2013, 43 y en 2014, 38, siendo el segundo barrio con más asesinatos. Dalmiro, el líder comunal. dice que esos grupos controlan los expendios de droga en cada sector, cometen asesinatos y otro tipo de delitos para organizaciones criminales más fuertes y, además, extorsionan a los habitantes del barrio.
El microtráfico, según relata, genera mucho dinero, pero la mayor parte se lo llevan los dueños de la droga. Así que los pandilleros, que son dotados de armas por los mismos que les dan la droga para vender, empiezan a extorsionar.
Según los testimonios de varios habitantes del barrio, semanalmente pagan entre $25 mil y $30 mil a cada una de las pandillas para evitar que los agredan. La otra parte del negocio consiste en amenazar a quien no pague hasta hacerlo salir del barrio para luego apropiarse de las casas y ponerlas en arriendo. El ataque en la madrugada del pasado lunes, dicen algunos de los habitantes, se dio porque en esa zona los vecinos habían decidido no volver a pagar la extorsión. Ese ataque, sumado a las intimidaciones que la pandilla viene haciendo hace varios meses, ha hecho que más de 60 familias abandonen sus casas, según datos de la Junta de Acción Comunal. En todo el barrio hay alrededor de 100 casas puestas en arriendo por los pandilleros, que les genera ganancias de más de $10 millones mensuales.
Ahora bien, además de las pandillas, hay organizaciones criminales más fuertes que delinquen en el barrio. Un pandillero del Sector 5 dice que ellos básicamente lo que hacen es trabajar para otros grupos. Aquí tenemos las líneas de venta de marihuana, perico y pepas. Eso nos lo dan a nosotros con algunas armas, para defendernos, y nosotros tenemos que responderles por eso a los duros, dice el pandillero que, sin embargo, sostiene que no sabe muy bien quiénes son los duros.
Fuentes policiales, por otro lado, dicen saber de quién se trata. De acuerdo con algunos investigadores de la Policía, quienes estarían dotando de armas y drogas a las pandillas de Potrero Grande serían integrantes del Clan Úsuga, que controlan varias rutas de microtráfico en zonas aledañas al río Cauca. Según las fuentes en ese barrio sucede lo mismo que en muchas zonas del oriente y de la ladera de la ciudad: las bandas criminales utilizan a las pandillas para mantener el dominio de líneas de microtráfico.
Laura Lugo, secretaria de Gobierno de Cali, dice que actualmente se está trabajando en conjunto con la Fiscalía y la Policía para identificar a las pandillas y sus integrantes. Tenemos planes especiales para controlar esta situación, dijo.
Todos tenemos que comerDalmiro y Washington, líderes comunales del barrio, se reunieron con los pandilleros luego del ataque. Son honestos, no intentan justificar a nadie, intentan comprender y hacer comprender. Algunos parecen decididos a quedarse en la delincuencia. Pero hay otros, creo que la mayoría, que no quieren seguir en eso, porque han visto morir mucha gente y les duele también ver el daño que hacen, dice Washington. El problema, sigue, es que no tienen nada más para hacer. Ellos también se enfrentan con otras pandillas para que no les roben en sus casas, están inmersos en un círculo vicioso.
Hay que darles algo, dice Dalmiro, un empleo, capacitaciones, oportunidades. Cuando hablamos con ellos hubo uno que me dijo: yo me quiero salir, pero nadie me da trabajo y no me puedo dejar morir de hambre, todos tenemos que comer, ¿no?.