El País visitó esta semana la hacienda María María, en El Cerrito, Valle,  donde el pasado 30 de enero fueron sorprendidos y capturados por la Policía siete jóvenes mientras intentaban enterrar un cadáver en una fosa común. 

Dos semanas después de los hechos la finca está custodiada por un rebaño de vacas, y aún con el pico y la pala en su interior, permanece abierta la que estuvo a punto de ser la tumba de  Ederley Arenas Fernández, un joven residente en el municipio de Pradera, Valle. 

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Años antes de ser la escena de un crimen, de que en sus predios se desatara un tiroteo entre un grupo de hombres armados y la Policía, y que se encontraran en su interior siete pistolas, dos escopetas, una mira y abundante munición, la hacienda era uno de los lugares más glamurosos para la celebración de eventos campestres en el centro y sur del Valle.

El ambiente fúnebre se ha apoderado de la lujosa hacienda. Las puertas de acceso permanecen cerradas con gruesas cadenas y candados recién comprados.

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Cuando un periodista de este diario visitó la vivienda verificó que en las habitaciones es evidente que previo al homicidio hubo una celebración con aguardiente y champaña, botellas que permanecen en el bar en el que se ocultó el cuerpo, que presentaba varios disparos y señales de tortura, y en los alrededores quedan pequeñas bolsas plásticas con residuos de droga.