Cuando Diego Calderón Franco vivió en el Urabá —sitio de confluencia entre los departamentos de Antioquia, Córdoba, Chocó y el Tapón del Darién, una de las regiones más golpeadas por la violencia en los años 80 y 90—, era un niño que paseaba en bicicleta, sin camisa y sin zapatos, que llevaba cauchera en el bolsillo, que elevaba cometas y se bañaba en el río. Aunque nunca dijo: “Cuando sea grande, quiero pajarear”, hoy en día el pajareo le ocupa un 80% de sus días del año y en muchas ocasiones, sus ratos libres.
-Pajarear: dícese de observar aves con libertad, en su hábitat natural, sin necesidad de enjaularlas.
Fue inevitable que su niñez estuviera permeada por los problemas de orden público y la zozobra que causaban las masacres en la zona. “Desde muy chiquito entendí que la guerra no era una noticia sino un problema real que vivíamos todos”. Incluso su papá fue víctima de un secuestro “rápido y económico” para cobrarle ‘vacuna’ a la empresa en la que él trabajaba en el Urabá.
El propio Diego, cuando estudiaba en la Universidad de Antioquia, junto a sus compañeros de semestre, debió lidiar con la Colombia rural que tenía sitios con especies de flora y fauna que no eran accesibles debido a sus problemas de orden público. “Desde muy jóvenes lidiamos con retenes de la guerrilla, de los paramilitares; querían saber a qué nos dedicábamos, a qué íbamos a sus zonas”, cuenta este biólogo.
Por lo general, dice, salieron bien librados. A los actores del conflicto les dejaban saber que eran estudiantes interesados en conocer un poco más de las aves, de las plantas. Admite que hubo contratiempos, demoras, mensajes, advertencias, que incluso él y sus amigos fueron privados de la libertad. Ocurrió en el año 2004, cuando él y dos compañeros se encontraban en una salida de campo exploratoria para una expedición ornitológica. “Íbamos a buscar un colibrí y un hojarasquero, dos especies de aves únicas de la Serranía de Perijá, de las que no se daba cuenta desde hacía casi cien años, y el Frente 41 de las Farc nos retuvo. Estuve secuestrado durante 88 días”.
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En medio del cautiverio, Calderón y sus compañeros veían a diario hasta ocho y diez cóndores de los Andes sobrevolando el Cerro Pintado, “un sitio muy hermoso de la Serranía de Perijá —en la Cordillera Oriental, arriba de Valledupar, hacia la frontera con Venezuela—, vimos aves que no habíamos visto antes, como algunos gorriones y tucanes”, recuerda este biólogo quien dice que la firma del acuerdo de paz ha beneficiado el turismo de observación de aves que en el país se realizaba con ciertas restricciones de seguridad, y que ahora permite acceder a zonas donde antes no se podía ir.
Lo dice con conocimiento de causa porque hace diez años él fundó Colombia Birding, la primera empresa nacional de observación de aves, con la cual guía y ofrece servicios de aviturismo, labor que le ha permitido explorar sitios recónditos de la geografía del país como la Serranía de Pirre en el Darién, las tierras bajas y altas del Putumayo, las montañas de la Serranía de Perijá, y los bosques de arenas blancas guyaneses en Mitú, lugares donde ha encontrado varias especies nuevas de aves para Colombia.
Años después de su secuestro, él regresó al campo con exguerrilleros de las Farc para estudiar aves y pajarear. “Es una de las oportunidades más bonitas que me han sucedido y algo muy significativo de lo empoderado y urgente que era el llegar a un acuerdo con 7000 guerrilleros, que hoy en día no están en el monte disparando sino que están buscando opciones diferentes de vida. Algunos de ellos, si pueden empezar a trabajar en turismo o en investigación científica, van a aplicar una cantidad de conceptos que conocen y destrezas invaluables”.
Pero, además de la violencia que impidió durante muchos años —y aún en algunas zonas del país—, investigarlas o apreciar su belleza, las aves en Colombia siguen siendo víctimas de muchas amenazas, “como la pérdida de sus hábitat, los dañamos, los usamos para plantar café, arroz, maiz, banano, para hacer actividades de minería, explotación intensiva de recursos naturales y eso tiene en jaque a muchas especies”, reflexiona en voz alta Diego.
El hombre de 38 años hace un flashback y regresa a su infancia, cuando le gustaba “tirar charco”. “En mi casa paseábamos mucho, la familia de mi papá fue de monte, de cazadores, tuve afinidades fuertes con la naturaleza desde la infancia”. Pero las aves no llegaron a su vida hasta que él entró a estudiar biología en la Universidad de Antioquia y se encontró con el grupo de observadores y de estudio de aves.
“Entre ellos estaba Andrés Cuervo —hoy en día, curador del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional—, quien trajo las aves a la academia y a mi vida; Carlos Delgado, Sandra Galeano y Alejandro Palacio, que se convirtieron en nuestros mentores no solo en el estudio de las aves sino de las ranas y otros mamíferos”.
Fue una suma de salidas de campo y experiencias las que lo llevaron a pajarear. “Empecé con Pablo Pulgarín en la universidad y con otros amigos que nos interesamos en las aves, siendo estudiantes de biología acompañamos a Andrés en sus trabajos de campo de ornitología, él estaba estudiando especies nuevas para la ciencia, —Colombia era y sigue siendo una zona muy excitante para la biología de campo, para la ornitología—, y así me enganché muchísimo con las aves”.
En la primera salida del grupo de estudio de aves, lo que menos observó Diego fue a las aves. Se quedó todo el tiempo observando cómo Andrés silbaba el canto de los pájaros y estos le respondían y llegaban adonde él estaba. “Es algo que yo hago hoy en día, todo el día. Uno les silba a las aves y ellas le responden, se interesan en uno y vienen, pero yo en ese tiempo me asombraba esa relación tan impresionante de ese hombre con las aves, que hasta conversaba con ellas”.
Tampoco es que lleve la cuenta de las aves que ha visto. “Hay gente que tiene lista, pero a mí me interesa más la historia natural, los comportamientos, su distribución en Colombia, pero no me preocupo tanto por el número”, advierte, aunque la última vez que se dio a la tarea de contar, tenía como 1570 especies vistas en el país. “Ahora debo estar en 1600 algo y en el mundo he visto tal vez 3500, más o menos”, la cifra no lo desvela.
Las aves varían según cada piso térmico del país, las de la cordillera Occidental son muy diferentes a las de la Central y a las de la Oriental, las de Medellín son muy diferentes a las de Bogotá y las del Amazonas son muy distintas a las del Chocó o del Caribe.
Él ha viajado en múltiples ocasiones a Urabá a observar aves y ha encontrado una cantidad de especies muy interesantes del Darién, del Chocó biogeográfico, que no hay en los Andes, en la cordillera Central, cerca a Medellín donde vive, o en Perijá. Cada rincón de Colombia alberga aves que lo mantienen con la curiosidad a flote.
La capacidad de asombro intacta
Mientras Diego concede esta entrevista está en Puerto Inírida pajareando. “Durante toda mi vida las aves han mantenido en mí la capacidad de asombro intacta. Si uno pierde eso, y le da lo mismo ver un paisaje en televisión que uno en vivo y en directo en un río, como en el Guainía, donde estoy en este momento, está muerto”.
Para él esa capacidad de asombro y la curiosidad son claves para la observación de aves, así como tener afinidad con el campo y la facilidad de prescindir de las comodidades básicas, poder acampar o alojarse en un hotel pequeño, en medio de la nada.
No hay una regla ni un secreto que revelar sobre el pajareo. Hay personas que pajarean todos los días del mes, unas, incluso, lo hacen desde la ventana de su oficina. “No hay una dinámica que te asegure ser mejor o peor pajarero”, declara Calderón. Es más, se puede hacer desde el parque del barrio, en una reserva local o viajar al sitio más recóndito de la geografía nacional. Únicamente se precisa de un par de herramientas básicas, como un libro guía de las aves de todo el país, unos binoculares y unas cámaras.
Calderón no ha recibido premios ni reconocimientos, no se ha inscrito a ningún concurso. Se siente privilegiado por haber participado en el equipo que escribió una especie nueva para la ciencia hace ya varios años, que se llama Cucarachero Paisa / Antioquia Wren / Thryophilus sernai.
Por su propia cuenta ha ido a explorar áreas desconocidas, como las montañas del Darién, el lado panameño, los bosques de arenas blancas del Vaupés y encontrar especies adicionales que no se conocían para Colombia (sí en la ciencia), como Hemitriccis Rufigularis, Avocettula Recuvirostris, Neomorphus Pucherani.
Le fascinan las aves de varios grupos como los hormigueros, las gralarias, los saltarines, los bobitos, los jacamares —y ha visto muchos de esos—, los correcaminos (Neomorphus) le encantan. No hay para él un ave más bella que otra.
No ha escrito libros sino artículos. Se describe como un biólogo ligado a la academia. “Aunque mi biología es mucho más básica que la de mis colegas, porque es más de historia natural, de distribución y comportamiento de las aves, nada de alto calibre, sigo publicando artículos científicos y de divulgación acerca de aves colombianas. Participé en dos documentales, uno de ProColombia, ‘The Birders’ (Los Pajareros), que vamos a presentar en la Feria de las Aves —el 14 de febrero, en la Universidad Javeriana, a las 7:00 p.m.—, y otro de la Expedición Bio Anorí, que dejó 14 nuevas especies para la ciencia. Anorí es un pueblo de la cordillera central de Antioquia donde fuimos con exguerrilleros de Farc, de ahí salió el documental ‘La casa de la vida’”.
Es que incluso parte de sus ratos libres los dedica al ‘pajareo’. “Como ahora que me encuentro con amigos, observando aves, pajareando en Puerto Inírida, en el Guainía. Me atrevería a decir que las aves ocupan casi el cien por ciento de mi vida, porque así yo no esté en esta actividad, siempre estoy atento a qué aves hay a mi alrededor, así uno no esté pajareando sino tomando cerveza en una tienda, uno escucha cantos y sabe qué aves son”.
Maestras, al vuelo
Lo máximo que puede durar un avistamiento es 24 horas, dice él. Pero hay eventos especiales como los Big Day, y cada mayo hay uno donde los avistadores del mundo están ‘pajareando’ todo el día y tratando de registrar la mayor cantidad de aves posibles.
Así le ocurrió a Diego el pasado mes de mayo cuando fue con un amigo ‘pajarero’ al Parque Nacional Las Orquídeas y allí registraron una cantidad de especies de aves muy importantes para Antioquia, y ese avistamiento del Global Big Day de esa fecha fue fructífero, porque sumaron mucho para la lista en el país. En Antioquia, Valle, Risaralda, Meta, Tolima, Putumayo, Cundinamarca, Boyacá y Caldas se registraron más de 500 especies en un día. Y únicamente 13 países en el mundo sobrepasaron esta cantidad de especies observadas o escuchadas por sus ‘pajareros’.
Exhausto tras un día de avistamiento, Calderón habla de las enseñanzas que le dan las aves, “me hacen apreciar cada momento, cada instante, cada sitio, no solo de Colombia sino de cualquier parte del mundo. Me abren una puerta a un nivel de detalle de apreciación de la naturaleza más fino, más profundo, más sentido. Me enseñan a tener paciencia, a disfrutar la sutileza, a encontrar lo simple de las cosas, a que siempre todo puede estar bien. Son muy estoicas, suelen alegrarte un momento por difícil que sea”.